Pain || 3#

CHAPTER 9

~ NARRADOR ~

 

Alessa, esa mañana, había tenido que salir a buscar otros trabajos. Aunque Runa había notado que su hija no estaba del todo bien, ella no había querido preguntar. Sabía que su hija no iba a decirle nada sobre lo que había pasado. En algún momento, se iba a entender lo sucedido. Sin embargo, la joven le comentó que ya no tenía el trabajo en el restaurante, así que iría a buscar otro. Mientras tanto, la rubia había estado dando vueltas por la ciudad repartiendo sus hojas de vida para ver si en algún lado la llamaban y podía conseguir un nuevo trabajo. Aunque había recibido mensajes de Santino donde decía que ella seguía trabajando para ellos, a pesar de lo que había dicho Nicolás la noche anterior, para ella eso no era suficiente. No quería depender solo de la familia Rinaldi.

 

Nicolás se había cansado de llamar a la mujer, pero nunca le atendió ninguna de las llamadas. Así que sabía que debía buscarla por su cuenta. No sería tan fácil teniendo su dirección. Aunque tenía miedo de pedirle ayuda a alguien, pudo escuchar la voz de Elettra cerca de su habitación. Así que, enviándole un par de mensajes, pudo convencer a la mujer para que lo fuera a ver.

 

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —Elettra vio a su hermano vestido y en su silla, estaba decidido a que irían a visitar a la mujer en su casa y si no estaba ahí, la esperaría todo el día de ser posible—. Yo puedo ir. No me gustaría que algo te pasara en la calle. Yo no puedo cargarte… —Él había tomado unas muletas que no había usado aún, pero quería comenzar a usarlas. Odiaba estar en esa silla de ruedas todo el tiempo.

 

—Estaré bien, Elettra. Solo necesito que alguien maneje por mí —La menor de los Rinaldi asintió y siguieron el camino hasta el garaje, donde estaba el auto de Nicolás. Él sintió nostalgia, quería mucho manejar como antes. Antes, cuando solía estar muy estresado, tomaba sus llaves, su auto y se iba hasta la playa. Extrañaba mucho hacer eso y quería retomar la vida que tenía antes para poder hacer eso otra vez, sin tener que depender de nadie—. Vamos, no importa en cuál —Elettra se había dado cuenta de cómo su hermano usaba su auto. Lo entendía perfectamente, ya que ella no sabría cómo reaccionar si pasaba de ser tan independiente a tener que esperar a alguien para que la ayudara a bañarse. La mujer tomó las llaves de cualquier auto. Intentó ayudar a su hermano a subir al auto, pero él se negó.

 

—¿Qué creen que están haciendo? —Loretta se dio cuenta de que sus hijos se estaban yendo—. Nicolás, ¿qué estás haciendo? ¿A dónde irás? —preguntó exaltada, sin saber lo que estaba pasando. Era la segunda vez que veía a su hijo fuera de su habitación, y ahora estaba subido en un auto.

 

—Mamá, tengo que ir a pedirle disculpas a Alessa. Ayer le dije cosas horribles, y ella merece que yo vaya a disculparme personalmente —mientras Elettra metía la silla de ruedas en el maletero y las muletas en los asientos traseros, él cerraba la puerta del auto. Nadie podría hacerlo cambiar de opinión—. ¿No te alegra que vaya a salir de la casa? —dijo con una sonrisa. Su madre le tomó las mejillas y le dejó un par de besos—. Volveremos en un par de horas, tranquila… estaré bien.

 

Loretta asintió y los dejó ir. Durante el camino, él se sintió como si nunca hubiera visto aquella ciudad, pero comenzó a notar cosas que nunca antes había notado. Era como si su ciudad hubiera cambiado durante el tiempo que no estuvo allí. Le gustaría comenzar a salir de vez en cuando. Esperaba poder hacerlo con Alessa, y quería que aquella mujer lo perdonara por haber sido un idiota. Lo había sido sin justificación, y no tenía derecho a tratar a nadie de esa forma, ni por haber perdido una pierna. Por suerte, tenían mucha más información de Alessa de la que ella creía, aunque también en su hoja de vida había dejado su dirección completa.

 

—Es en ese edificio… —anunció Elettra una vez que apagó el auto y desabrocharon sus cinturones—. Voy a bajar la silla.

 

—No, usaré las muletas. Es momento de que aprenda a usarlas —el hombre estaba decidido a que tenía que usarlas, así que bajar del auto usándolas fue algo que no esperaba tan difícil. Al principio, había sido complicado caminar con ellas, y tuvieron que ir con cuidado. Nicolás ya no sentía miedo de caerse. No había nada de malo en hacerlo. Tendría que volver a levantarse y seguir adelante. Cuando llegaron al portal, el portero les abrió la puerta y preguntó por quién estaba ahí.

 

—¿Qué creen que están haciendo? —Loretta se dio cuenta de que sus hijos se estaban yendo—. Nicolás, ¿qué estás haciendo? ¿A dónde vas? —preguntó exaltada, sin saber lo que estaba pasando. Era la segunda vez que veía a su hijo fuera de su habitación, y ahora estaba subido en un auto.

 

—Mamá, tengo que ir a pedirle disculpas a Alessa. Ayer le dije cosas horribles, y ella merece que yo vaya a disculparme personalmente —mientras Elettra metía la silla de ruedas en el maletero y las muletas en los asientos traseros, él cerraba la puerta del auto. Nadie podría hacerlo cambiar de opinión—. ¿No te alegra que vaya a salir de la casa? —dijo con una sonrisa. Su madre le tomó las mejillas y le dio un par de besos—. Volveremos en un par de horas, tranquila… estaré bien.




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