Capítulo 7
ELLOS
El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad.
Albert Einstein
(1879-1955) Científico alemán nacionalizado estadounidense.
La destitución del comisario y el intendente de su departamento pilló a Pére por sorpresa. No entendía como en un momento tan delicado como aquel los de arriba podían prescindir de dos tipos con probada capacidad. Dos policías que durante los años que el sirvió bajo sus órdenes mostraron especial profesionalidad y compromiso con su cargo.
Sin embargo el que ni siquiera contestaran uno u otro al teléfono ante las constantes e insistentes llamadas que les dedicó toda la mañana le hizo pensar en algo más grave que una destitución.
Aquello no le gustaba nada. Como tampoco le gustaban los dos tipos que durante la mañana ocuparon los despachos de los destituidos.
Para empezar no entendía porque eligieron precisamente a dos tipos ajenos a la policia catalana para desempeñar las labores propias del cargo, habiendo un buen número de aspirantes bien preparados para hacer eso mismo dentro del Cuerpo.
Así como tampoco era partidario de la filosofía con la que habrían de proceder desde ese momento. Una filosofía que instaba al uso de actuaciones más expeditivas con aquellos que no colaborarán o entorpecieran la labor de retornar a la normalidad.
En las calles.
Y dentro del Cuerpo.
Conociendo el carácter y la forma de proceder de los destituidos, quizás fuera esa una de las razones de su fulminante despido. Aunque el sabía que había algo más tras aquello.
Barcelona, tras el atentado, era un desastre. Los productos de primera necesidad y los medicamentos comenzaban a escasear. El control ferreo del ejército y demás cuerpos de seguridad de las entradas y salidas a la ciudad comenzaba a asfixiar lentamente a la población.
Habían de contener el virus dentro de las ciudades que habían sido objeto de los atentados. Restringir las salidas y entradas era asunto de suma importancia, por tanto.
Si había algo positivo que sacar de la situación, era que el virus provocaba la muerte con suma rapidez. En apenas 72 horas a partir del contagio. Además los signos de la infección se podían observar, según los médicos, tan sólo un par de horas después de haber sido contagiado. Todo ello hacía pensar que una vez localizadas y aisladas las personas enfermas el problema estaría cerca de su solución. Pues estas tardarian poco en morir, y con ellas el virus que portaban.
Ese era el argumento por el que hubieron de precintar prácticamente Barcelona.
Pero el alimento, y sobretodo las medicinas escaseaban ya. Y las prometidas vacunas preventivas no acababan de llegar. No había en el mercado vacuna alguna para un virus como aquel. Y las que existían para el Yersinia Pestis común habían resultado estar obsoletas.
Razón extra para más altercados.
No entendía porque no se decía la verdad a la gente. Era más que evidente que habían subido un peldaño en la escala de Alerta. A la vista estaba que vivían bajo un Estado de Sitio, aún no declarado.
Pére no entendía la gestión del problema. En ese punto y en otros muchos.
Mientras tomaba café en el pequeño cuarto de la comisaría que cumplía a duras penas las funciones de comedor, recibió un mensaje en su móvil.
El comisario Oleguer envió una escueta para que Pére comenzara a mover ficha. Y una guía para saber hacia dónde .
“Mi Reino por un kebab “.
Breve y al grano, El Comisario indicó, primero que seguía vivo, desterrando así los malos augurios de Pére. Y segundo, el lugar donde le citaba para arrojar algo de luz en cuanto a todo lo que el ignoraba.
El barrio de Can Peguera, en el distrito obrero de Nou Barris, disponía en una de sus calles de uno de los restaurantes de comida turca más populares de Barcelona. Tanto Pére como el Comisario Oleguer visitaban regularmente el local , de forma oficial u oficiosa, ya fuera en el comedor o, en alguna de las ocasiones, en la trastienda del negocio.
El motivo, aparte del puramente alimenticio, no era otro que tomar contacto con el dueño del negocio, colaborador ocasional de la policia, y que en más de una ocasión había facilitado información que valía su peso en oro, la mayor parte de las veces para solucionar casos o detener a individuos relacionados con los movimientos terroristas que deambulaban por la provincia.
Según Hamid, eso lo hacía motivado por su buena fe, para limpiar el nombre del Islam del oprobio que cierto tipo de asesinos le infligían .
Pére suponía que el recibir algunos privilegios a cambio le aportaba además un extra de motivación.
Una vez acabó el turno de la mañana, abandonó la comisaría sin mayores problemas, excusándose en la necesidad de un poco de descanso, y prometiendo mantener el teléfono a mano .
Tras pasar por la improvisada cabina médica instalada en uno de los despachos, y dar prueba de seguir sano, tuvo vía libre para abandonar la comisaría.
Sonrió bajo su mascarilla. El camino hasta el punto de encuentro le había supuesto la mitad de tiempo que en otras ocasiones. El trafico era inexistente .
Aquello daba un halo fantasmagórico a la ciudad.
Era la calma tras la tormenta. Pues según su primo Joan, algo más que una tormenta fue lo que hubieron de enfrentar los antidisturbios hacia solo unas horas en la Diagonal.
Una vez aparcó la Harley en el callejón que comunicaba con la trastienda del restaurante, tras los tres toques en la puerta a modo de contraseña, entro hasta la cocina, donde Hamid se afanaba preparando un plato tal como a Pére le gustaba. Kebab. En pan de pita, sin salsas y con guarnición extra de patatas fritas.
Observò con detenimiento al turco unos instantes.No parecía mostrar signo alguno de infección bajo su mascarilla.
Miró el móvil para comprobar la hora.
No tardaría en llegar Oleguer.
Mientras iba dando buena cuenta del kebab, la puerta de atrás se abrió, apareciendo al momento Hamid seguido por el ex-comisario.
Pére soltó la pistola en la mesa una vez les vio entrar. Relajándose. Dirigiéndose hasta ellos. Dejando para luego el hacer desaparecer el kebab.
El comisario se saltó el protocolario saludo. Fundiendo en un efusivo abrazo con su antiguo subordinado.
Saltándose además el protocolo elaborado para frenar la expansión del Yersinia.
Pére se mostró reacio a tal muestra de afecto, tan común en otras ocasiones. La paranoia de la infección estaba instalada en las mentes de los barceloneses
-Estoy limpio. No te preocupes. -Se excusó. Indicando su estado de salud.
Lejos de lucir el porte elegante que solía acostumbrar, el comisario apareció ojeroso y desaseado, con el traje oficial arrugado y emitiendo olores impropios en el.
-Me alegro de verte... de ver que sigues bien. -dijo El Capitan, dandole una cariñosa cacheado en el hombro. - Tranquilo, estoy bien. Me hice las pruebas hace una hora.
-Si, bueno -respondió, avergonzado- ya sabes cómo está todo.-Cambió de tercio. -Dime que es lo que está pasando realmente, Oleguer. No entiendo nada en absoluto.