Capitulo 1
La hija de una sirvienta está destinada a ser una sirvienta.
—Santo cielos Gertrudes ¿Que es lo que hacés?
Su majestad,la Reina Elizabeth, chilló ante el pinchazo accidental que Gertrudes, su Antigua sirvienta y ahora costurera,le había ocasionado al momento la confección del vestido que usaría en el baile de esta noche.
—Pido disculpas su majestad. No ha sido mí intención. Puede castigarme si mi error lo amerita, dejaré de comer mi cena si es necesario.
La mujer, de tez blanca como la nieve y cabellos negros como la noche, musitó con una angustia tremenda. Hizo varias reverencias y se puso de rodillas para esperar su castigo.
La reina tomo una bocanada de aire, cerró los puños, miro la magnificencia del vestido en el reflejo del espejo y contuvo los demonios porque sabía que no tenían cabida. Gertrudes era importante para Ella, desde que encontro sus dotes increíbles como costurera, dejo de pagar tanto dinero a modistas franceses cuyas confecciones estaban sobrevaloradas y no capturaban la esencia de su personalidad.
—Levanta ya del suelo mujer, no seas tan dramática. Solo ten más cuidado y acaba de una vez este magnífico vestido.
La reina Elizabeth exclamó con una falsa amabilidad que Gertrudes tomo como sincera. De inmediato la mujer sonrió alegremente, y continuó cosiendo y bordando cada parte del vestido.
Tres horas pasaron después del incidente del pinchazo, y desde entonces Gertrudes trabajo con cuidado y delicadeza hasta terminar su trabajo.
—Esta listo su majestad, se ve preciosa.
La mujer admiró la belleza del vestido de color oro fusionada con la de la reina cuyos cabellos dorados combinaban perfectamente con el vestido.
—Me veo apoteósica, más que la Reina de Thaloria, parezco la Reina del sol, la dueña de la eterna belleza, y la fuente de la juventud.
La mujer se admiro así misma y bailo frente al espejo. A todas estas Gertrudes movia los pies nerviosa y caminaba de un lado a otro intentando encontrar el valor de preguntarle lo que deseaba.
—Su majestad.
Gertrudes se animo a hablar. Su voz sonó más como un susurró que apenas la reina pudo escuchar.
—¿Sí?— contesto fríamente sin voltear siquiera a mirar a su sirvienta.
—Se que no estoy en condiciones de pedirle nada.
La inseguridad reinaba en su voz quebrada por el miedo.
—Pero aun así has tenido el atrevimiento de hablar. Así que te escucho ¿Que es lo que quieres?— la Reina dejo de admirar su belleza en el espejo y volteo a mirar a Gertrudes de una manera intimidante.
La mujer estaba tan aterrada que podría haberse echó pis encima. Sin embargo consiguió la fuerza que necesitaba en el recuerdo de la mirada de su hija, y pensó que que por ella valía la pena intentarlo.
—Sabe usted que mi hija Georgina, ha cumplido los 18. Es una chica muy inteligente, y con una belleza inigualable. Si dejará de vestir con arapos y se le permitiera asistir a un baile, tal vez ella podría encontrar un buen marido, de buena familia que le de un futuro distinto.
Gertrudes no ha terminado de hablar cuando ya la Reina está soltando una carcajada que ofende, entristece y sepulta las pretensiones de la humilde mujer, a quien los ojos se le llenan de lágrimas impotentes de no poder hacer más para cambiar el futuro de su hija.
Se arrepiente una y mil veces de haberse dejado engatusar por aquel Conde, que en su momento ofreció el paraíso a cambio de noches de pasión que solo la llevaron al infierno de la ruina, la deshonra y el nacimiento de una niña bastarda a la que tuvo que mantener de la única forma digna que podía, siendo una sirvienta.
— Oh no por favor, no llores Gertrudes. Necesito que estés feliz y muy concentrada para la confección de los trajes de la familia Real en la boda del Príncipe James y la Princesa Eleanor — la Reina se escandaliza al recordar que el evento será en solo un par de días y que ella prometió a los Reyes de Austria, padres de la princesa, que se encargaría del vestido de bodas de la chica, que sería el más impresionante que hallan visto alguna vez. Mostró todos las pinturas de las altas confecciones que había Gertrudes realizado para Ella y la familia Real, dejando a todos con la boca abierta.
Los Reyes quedaron a la espectativa, y divulgaron esa informa entre todos los Reinos. El nombré del pequeño Reino Thaloria ubicado en un rincón remoto de europa del norte, comenzó a resonar entre los grandes Reinos consolidados como los de Francia, Inglaterra, Austria, Prusia, Rusia, e inclusive en Oriente.
— Dime que es lo que deseas realmente...— Musita intentando calmar a la mujer que está ahogada en la pena de su desdicha.
—Quiero que mi hija tenga la oportunidad de vivir una vida diferente, que tenga un apellido, un buen marido. — Gertrudes afirmo tajantemente... La Reina apretó los dientes.
—Bien, dejaré que asista al baile de esta noche. Y veremos como se desenvuelve en sociedad.
La Reina mostraba el desinterés justo para indicar que el asunto de la conversación no le importaba gran Cosa. Pero Gertrudes se ánimo a no desmayar, porque para ella el asunto si era delicado y no permitiría que le engañará. Así que se planto firme.
—¿Y después?— la mujer se animo a preguntar. Sus ojos azules y Francos miraron a la Reina sin parpadear.
—Lo que pase después dependerá del vestido de bodas de la princesa Eleanor.— la Reina escupió sin tapujos.
—Hare el vestido más impresionante que alguna vez haya existido en una boda. No dormiré si es necesario, me asegurarte que quede perfecto. A cambio de eso quiero un marido decente para mí hija que le dé estatus y acceso a la la sociedad.
Gertrudes se puso muy recta.
— Perfecto, tú haces un trabajo magnífico con ese vestido y yo me encargaré de cambiar la vida desdichada de tú Germony.
—Georgina— Gertrudes le corrigió. A la Reina no le hizo mucha gracia, e intentó tomar el control de la conversación.
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Editado: 22.02.2025