Si la memoria no me falla el gimnasio está en la sexta planta, o eso dijo Liz con esa voz de arpía que tiene. Es tan temprano que apenas hay gente por la base. Nos lleva un rato encontrar la entrada, principalmente porque no había estado nunca y no sabía llegar, que hubiera dado igual, porque seguro que me perdía.
El gimnasio no está mal, nada mal. Tiene equipos para todo, una sala de tiro, y una especie de tatami para lucha cuerpo a cuerpo, en resumen todo lo necesario para prepararse. Tienen máquinas para reforzar dorsales, abdominales, gemelos, tríceps, cuádriceps y todos los músculos que existan, porque con tanto cacharro ya me dirás, hay algunos que no sé ni para qué son. No veo a nadie conocido, aunque siendo realistas conozco a poca gente en este lugar.
Kei me indica que le pegue y yo no puedo estar más satisfecha. Bien, si le hago daño que conste que fue él que me pidió que le diera. Tengo tanta rabia acumulada que esto va a ser como una especie de terapia, sólo espero que no termine llorando.
Una de mis virtudes más notables, que son muchas, es lo segura que estoy de mi misma. Soy muy consciente de que la diferencia entre poder y no poder, es la confianza. Si eso me convierte en una persona egocéntrica por mí estupendo. Estoy decidida a mostrarle todo mi potencial, me pregunto si será capaz de seguirme el ritmo.
Cierro los ojos, cojo aire y dejo que todo fluya. Derecha, izquierda, patada baja. Me sorprende que sea capaz de parar mis golpes a la velocidad a la que voy. Aumento el ritmo pero él no parece inmutarse, lo cual me molesta. Golpeo con más fuerza, pero nada, sigue esquivándolos. Maldita sea, ¿por qué no contraataca? ¿Me subestima? Odio que la gente me subestime.
Cada vez estoy más enfadada, y por tanto cambio mi manera de pelear, ahora tengo ganas de romperle el cuello. Toda mi ira se ve reflejada en cada movimiento, feroz pero eficaz, cada vez le cuesta más. Aprovecho una pequeña brecha en su defensa y me escurro bajo sus brazos, gracias a mi “baja” estatura, y ejerzo un gancho a su barbilla. Freno antes de golpearle por si se le caen las gafas, me conformo con demostrar que estoy a la altura de una mata-demonios. Esbozo una sonrisa orgullosa y dejo claro quién manda.
No me había percatado de su presencia y ahora al ver sus caras no puedo evitar sentirme más satisfecha. No solo le he dejado claro a Kei que soy buena, sino que también al resto de personas.
Estoy tan perdida en mi mundo de luz y color que no veo venir el contraataque de Kei. Hace una llave extraña que me deja en el suelo, bocabajo, y con el brazo a la espalda, en la posición idónea para partirlo.