A las ocho de la mañana, Sebastián ya estaba rodeado de brillantina, alambre, y un ejército de niños decididos a arruinarle la vida con amor.
—¿Dónde están mis botas? —preguntó mientras revisaba debajo del sofá.
—Está en pantuflas de reno desde anoche —dijo Anita, bebiendo jugo y mirándolo críticamente.
—¡Ese no es el punto!
Sofía y Mateo corrían alrededor del árbol decorado como si fuera una nave espacial. Por algún milagro navideño, la estrella parpadeaba aún, aunque emitía un pitido agudo cada treinta segundos, como si fuera una bomba de ternura a punto de explotar.
—Hoy vienen las juezas, ¿verdad? —preguntó Sebastián.
—Correcto —asintió Anita—. Las mamás del grupo “Navidad sin mediocridad”. Tienen medidores de armonía cromática, y no dudan en criticar los renos inflables.
—¿Y si soborno a una con galletas?
—Ya lo intentó un vecino el año pasado. Terminaron vandalizándole el buzón con bastones de caramelo.
Sebastián se dejó caer en una silla.
—¿Dónde me metí?
—En tu castigo celestial —dijo Anita—. Disfrútalo.
A media mañana, Clara apareció en la cocina. Llevaba el cabello suelto y una blusa de algodón que tenía restos de pintura dorada. Su sonrisa era tibia, y su mirada un poco menos cansada que ayer.
—Hice chocolate caliente —dijo, dejando la olla en la estufa—. ¿Quieres?
Sebastián la miró con recelo.
—¿Tiene licor?
—No. Tiene amor. De ese que no intoxica… pero marea un poco.
Él bajó la mirada. No estaba listo para bromas con doble fondo emocional.
—Gracias… pero estoy bien.
Clara no insistió. Se sirvió una taza para ella y otra para Anita; pero no pudo dejar de nota que su esposo estaba... diferente o distante.
—El árbol quedó precioso —dijo, mirando por la ventana—. Hay caos, pero también… ¿cómo decirlo? Corazón.
—Fue un esfuerzo en equipo. Mateo trepó tres veces. Sofía amenazó con destruirlo si no brillaba. Yo casi muero en la escalera.
Clara rio con la tasa en la mano. Era ese su esposo, con ese humor liviano y agradable que ella amaba.
—Y sin embargo… aquí estás. Vivo. Decorado con brillantina. Un poco más padre que ayer. — le dijo rolando los ojos y dedicándole una sonrisa tierna.
Sebastián no respondió. Ella le ofreció la taza igual.
—Por si cambias de idea.
Él la tomó. El primer sorbo estaba perfecto. Cálido, dulce, un poco espeso. Como si alguien lo hubiese preparado pensando realmente en él.
No lo dijo. Pero se le notó en los ojos.
Al mediodía, el vecindario se llenó de movimientos sospechosos. Mamás con libretas, termómetros de color, y una energía que daba miedo. Sebastián las observaba desde la ventana como si fueran una tribu hostil.
—Ahí vienen —dijo Anita con tono de película de guerra.
—¿Tienen nombres?
—Claro. La que lidera es Vanessa. Ex organizadora de eventos. Obsesiva con los tonos dorados. Tiene una pistola de silicona en su bolso. Es una amenaza real.
—¿Y si les miento y digo que soy un refugiado de... no sé de algún lugar? — le dijo él.
—Ya lo hizo el vecino del número 7. Ella le revisó el pasaporte.
Clara apareció detrás de él, acomodándole el cuello del suéter.
—Relájate. Solo son mamás competitivas con complejos no resueltos. Puedes manejarlas. ¿No eras tú el experto en manipular personas?
Él giró hacia ella, sorprendido. Clara tenía una ceja arqueada y una media sonrisa traviesa. Había algo en su mirada que le hacía sentir mareado… y no tenía que ver con luces de Navidad.
—Lo era —respondió él—. Pero ellas no quieren algo conmigo. Quieren destruirme.
Clara soltó una risa breve. De esas que se le escapaban sin querer.
—Eso se puede arreglar. Te ves muy sexy lleno de escarcha.
Sebastián se tensó. No por incomodidad. Por miedo… a que esa frase no le molestara y que en efecto estuviera coqueteando Con Clara que era su esposa falsa, una versión que nunca imaginó.
—Voy a salir. A enfrentar mi destino.
—Ve, héroe brillante —dijo Clara, divertida—. Te estaré observando desde aquí… por si explotas.
La competencia fue una pesadilla de sonrisas falsas y preguntas humillantes.
—¿Usted hizo este adorno? —preguntó Vanessa, señalando un moño torcido.
—Lo hicieron mis hijos. — le dijo él sorpendentemente orgullloso.
—Se nota. — chasqueó los dientes ella.
—Gracias… ¿supongo? — le preguntó encogiéndose de hombros.
—¿Sabe que los renos están... desalineados?
—Sí, pero representan el caos interior de Papá Noel. — le dijo nervioso.
—¿Y la estrella?
—Hecha a mano. Brilla con la energía del amor.
Vanessa entrecerró los ojos.
—Hemos visto mejores. Pero tiene… encanto. Caótico, sí, pero honesto.
—Como mi vida.
—Interesante propuesta.
Las demás mamás tomaron notas. Algunas sonrieron con ternura. Una incluso le dio una galleta.
Cuando las juezas se marcharon, Sebastián se dejó caer en el pasto, rendido. Anita se sentó a su lado.
—¿Y? — le preguntó ella.
—No ganamos. Pero no nos destruyeron. — le contestó él rendido.
—A veces, eso es una victoria. — Anita se acosó a su lado y Mateo y Sofía se sumaron.
—¿Y cuántas tareas faltan? — respiró profundamente.
—¿Es que no llevas la cuenta? Sondiex y vas por dos. — le dijo Sofía agarrada de su cuello.
Sebastián miró al cielo. Estaba empezando a entender algo. Tal vez, solo tal vez… no odiaba tanto esa vida.
Y cuando entró a la casa, Clara lo estaba esperando con una galleta y un beso suave en la mejilla.
— ¿Puedo hacerte una pregunta? — le dijo él algo oensativo. — Alguna vez pensaste en otra vida? En tener algo diferente...
—No, cuando estaba emzarazada de Anita tuve una visión. — le dijo y Sebastián rio negando con incredubilidad. — No te rias que es verdad. — lo reprendió ella divertida. — Era Anita diciéndome que no me preocupara, que no temiera, que ser+íamos una familia preciosa. Además tú me abrazaste y me dijiste: Nunca las dejaré...