La mañana estaba especialmente buena, tranquila y bella hasta que Clara soltó semejante bomba.
—¿Nos vemos a las siete en casa de mis padres? —preguntó Clara, secándose las manos con un repasador mientras los niños jugaban con plastilina en el suelo.
—¿Por qué suena como una emboscada elegante? —replicó Sebastián, aún con harina en la ceja después de intentar hornear algo que claramente no era pan.
—Solo es una cena familiar. Comida, conversación, miradas inquisitivas... nada que no puedas manejar.
—¿Vas a defenderme si tu papá me acusa de arruinar tu vida?
—¿Depende de qué tan mal te portes?
—Entonces no tengo muchas esperanzas.
La casa de los padres de Clara era como una exposición de “cosas que los niños jamás deben tocar”. Sebastián entró y sintió que cada porcelana lo evaluaba.
—Clara, mi amor —dijo su madre, abrazándola con una sonrisa. Luego, al ver a Sebastián cambió su rostro. ¿Qué no habían mejorado las cosas entre ellos?—: Sebastián.
—¡Hola! —respondió él, tratando de sonar relajado.
—Un gusto… volver a verte —dijo el padre de Clara, un hombre que claramente había nacido con un ceño fruncido. Le dio la mano como si se la prestara por un segundo.
Durante los aperitivos, el tema derivó, naturalmente, a los logros pasados de Sebastián. ya el padre llevaba varias indirectas e insinuaciones a su nuevo estatus de papá en casa; pero no era nada en concreto.
—Aún me cuesta creer lo de las criptomonedas —comentó el padre con voz de noticiero—. De tenerlo todo a… bueno, a cuidar niños.
Sebastián se atragantó con el canapé.
—¿Criptomonedas?
—Sí, cuando invertiste todo tu capital en esas “ballenas digitales” o como se llamen. Perdón si el tema es sensible.
—Yo… ¿yo hice qué?
Clara, en silencio, le dio una mirada intensa.
—¿No te acuerdas?
Él parpadeó.
—Eh… muchas cosas han sido borrosas últimamente.
—Eso explica el podcast motivacional que intentaste lanzar —añadió su suegro con un tono sutilmente venenoso—. “Éxito sin esfuerzo”, ¿no?
Sebastián rió incómodo.
—Bueno… claramente me esforcé muy poco.
La madre de Clara sonrió falsamente.
—Menos mal que Clara se mantuvo firme. Con tres niños y toda la presión, cualquiera hubiera enloquecido.
—Pero él ha cambiado —dijo Clara, repentinamente firme. Su mirada afilada atravesó la mesa—. Está presente. Y eso vale más que cualquier portafolio financiero.
Silencio.
Sebastián bajó la vista a su plato, tragando saliva. Agradecido, sí, pero también en shock. ¿Criptomonedas? ¿Podcast? ¿Crisis financiera? ¿Quién había sido él en esta dimensión?
Luego de la cena, los niños se quedaron dormidos en el sofá. Clara y Sebastián salieron al balcón, donde una brisa fresca y un par de luciérnagas se turnaban para aliviar la tensión.
—Gracias por defenderme ahí adentro —dijo él, cruzado de brazos.
—No lo hice por ti.
—Vaya…
—Lo hice por lo que estás haciendo ahora. Por los niños. Por intentar. Antes, ni eso. Y no importa cuánto hayas arruinado antes. Estás aquí.
—Tú hablas como si de verdad creyeras en mí.
Clara lo miró de costado.
—Y tú hablas como si todavía no supieras quién eres.
—Técnicamente… no lo sé.
Ella rió bajito.
—Hoy, mientras ayudabas a Mateo con la tarea, pensé: ahí está el hombre que quiero que mis hijos admiren.
—Yo solo hice una torre con lápices…
—Y estuviste. Eso basta. A veces, eso es todo lo que importa.
Clara lo miró por unos segundos, y luego bajó la voz.
—Gracias por estar. De verdad. Yo… yo te amo.
Sebastián se congeló.
El viento sopló. Las palabras quedaron flotando.
Él no dijo nada.
El brillo en su cabello, la calidez en sus palabras. Su sonrisa de costado. Ya no podía negarlo, se estaba enamorando de ella.
La deseó.
No como a una conquista más.
Sino como a un hogar.
Ella se fue a acomodar a los niños, y él se quedó mirando la ciudad. Con el corazón haciendo preguntas que no sabía cómo responder.
—Estoy jodido… —susurró.
—¿Qué dijiste? —preguntó una voz a su lado.
—¡Anita! ¿Desde cuándo estás ahí?
—Desde que dijiste “soufflé fallido”. Me pareció divertido.
—¿Y tú no duermes nunca?
—Depende del clima emocional del hogar.
—Dios mío… ¿eres un oráculo?
—No. Pero soy tu hija, y mañana es el cumpleaños de mamá.
Sebastián parpadeó.
—¿Qué?
—El cumpleaños de Clara. Siempre le haces algo especial. Hubo un tiempo en que no estabas, pero eso fue solo una temporada. Supongo que todas las familias tienen crisi ¿No? Como sea...., no puedes fallar este año. No sería digno de ti.
—¿Y qué se supone que le hacía antes?
—Eso lo descubrirás. Pero te aviso: el listón está alto. Muy alto.
Sebastián se quedó inmóvil. Sintió una extraña presión en el pecho.
Quería sorprenderla.
Quería que ella volviera a mirarlo con esos ojos dulces.
—Bien. Entonces… será mejor que piense en algo grande.
Anita sonrió.
—Y sincero. Porque ella odia las flores caras, pero ama cuando haces algo con tus manos.
—¿Tú eres una niña o un espía?
—Soy Anita. Y estás a punto de comenzar la siguiente tarea.
Sebastián se llevó la mano a la frente.
—¿Sabes que es lo peor? — le lanzó una pregunta retórica. — Me aterra hacerlo mal, no quiero fallarle otra vez, aunque el que haya fallado no haya sido yo, sino me otra versión. Solo quiero hacerla feliz. Dios ¿qué me está pasando?
—Bienvenido a una relación estable. —dijo Anita, y se fue caminando como quien acaba de cerrar una negociación millonaria.