Papá de imprevisto

Capítulo 13 El príncipe de plástico

—¿Por qué tengo que usar mallas ajustadas, una capa de terciopelo y una espada de juguete? —gruñó Sebastián, mirando su reflejo en el espejo con horror.

—Porque es por los niños —respondió Clara, conteniendo la risa mientras sostenía una corona torcida.

—No me lo estás diciendo en serio…

—¿Quieres fallar la tarea? —intervino Anita desde el umbral, cruzada de brazos—. El evento benéfico para el centro infantil es hoy. Vas a ser el animador principal: el Príncipe Valeroso del Reino de la Empatía.

—¿Reino de qué? —Sebastián pestañeó.

—De la Empatía, papá. Es como… el amor, pero sin necesidad de rosas y hoteles caros —explicó Anita con picardía.

—Ya sé lo que es la empatía — le dijo mortificado. — ¿Y qué se supone que haga exactamente?

—Animar a los niños, actuar en la obra y defender el castillo inflable del ataque de los caballeros rebeldes. Tú eres el líder de los buenos. No puedes perder.

—¿Y si pierdo?

—Probablemente acabes en el calabozo de los fracasados. Metafóricamente. O no. Depende del humor de Sofía.

Sebastián suspiró tan profundo que le dolió la espalda y cruzó su mente los ojos verdes de Clara y su sonrisa cautivadora.

El evento se llevó a cabo en el parque central. Había carpas, juegos, una banda de flautas desafinadas y al menos treinta niños disfrazados como caballeros, dragones, princesas y uno que juraba ser un león zombi.

Clara estaba radiante con un vestido medieval azul celeste, una trenza postiza y una sonrisa real. Sofía era una princesa con corona de cartón. Mateo, en cambio, era un dragón con una cola que arrastraba y con la firme misión de derrotar al rey falso.

—¡Estás increíble, Sebas! —dijo Clara al verlo acercarse con su capa y una corona chueca.

—¿Tú crees? — le dijo embelesado por su belleza.

—Pareces salido de un videojuego… de bajo presupuesto, pero aún así.

—Eso es un cumplido, ¿verdad? —se le acercó ytocó su barbilla, ella sonrió en complicidad. —En tu caso, lo tomaré como sí.

La obra empezó. Sebastián, con un pergamino en mano, intentaba leer el guión que Anita había escrito a mano.

—“Pueblo del Reino de la Empatía: hoy enfrentaré al malvado… Lord Gruñón y sus esbirros de la Oscuridad…” —leyó, entrecerrando los ojos—. ¿De verdad este guion tiene una escena de lucha coreografiada con espadas de goma?

—¡Prepárate! —gritó Mateo, vestido de caballero, y le arrojó una esponja decorada como bola de fuego.

Sebastián esquivó por reflejo y terminó tropezando con una princesa dormida.

El público estalló en carcajadas.

—¡Sigan, sigan! —gritó Anita desde los bastidores—. ¡Es parte del show!

Sebastián se levantó, dignamente indignado, y sacó su espada de plástico.

—¡Por el Reino de la Empatía!

Los niños lo atacaron en masa. Espadas de goma, flechas de fieltro y uno que le mordió la capa. Fue una batalla épica. Ridícula. Sudorosa.

Y gloriosa.

Sebastián comenzó a disfrutarlo. Hacía movimientos dramáticos, caídas exageradas, gritaba líneas como “¡No me arrebatarán mi corona emocional!” y “¡El amor triunfará!”

—¡Papá, eres el mejor príncipe! —gritó Sofía, saltando desde una torre inflable.

—¡Derrótenlo! ¡No merece el trono! —respondió Mateo, con una espada doble.

El público estaba enloquecido.

Al final, Sebastián se dejó “vencer” por los niños, quienes lo ataron simbólicamente a un árbol con guirnaldas navideñas mientras Clara hacía de jueza y proclamaba:

—¡El príncipe ha aprendido que gobernar no es dar órdenes, sino escuchar y compartir!

Sebastián, jadeando, levantó una mano.

—¡Acepto la derrota… pero solo si me traen agua… y helado!

Los niños gritaron de emoción. Le trajeron jugo, galletas… y una medalla hecha de cartón.

Horas después, mientras desmontaban la decoración, Sebastián y Clara se quedaron recogiendo espadas. A veces él trataba de hablar, pero callaba, otras era ella quien intentaba decir algo, hasta que al fin Clara dijo algo.

—No pensé verte disfrutar tanto —comentó atando una bolsa de globos.

El comentario era algo random, pero Clara estaba en una encrucijada. Estaba convencida de que Sebastián estaba diferente. Entre ellos las cosas estaban... distintas..., lentas. Era como si se hubiesen casado de nuevo. Ciertamente la crisis financiera había puesto a prueba a su matrimonio, pero habían salido a flote.

—Yo tampoco. Pero algo tiene esa risa de Sofía… y la forma en que Mateo gritaba órdenes como un general de cinco años… — se rio con ojos de padre orgulloso.

—Te gustó, ¿verdad? — le dijo ella también prgullosa de sus niños.

—No sé si me gustó… —dijo, mirándola a los ojos—. Pero no quiero que se acabe. Esos niños cada vez se roban más mi corazón, es extraño...

Ella bajó la mirada, sonriente.

—A veces creo que después de la crisi se quedó un Sebastián nuevo. — le dijo ahora un poco más seria.

—Tú también eres nueva en mí —dijo sin pensar. Y entonces se quedó en silencio, sorprendido de sus propias palabras.

—A veces pienso que eres alguien completamente distinto al Sebastián que conocí —susurró Clara.

—Tal vez lo sea.

Clara le tocó el brazo con suavidad.

—Gracias por hoy. Ver a los niños felices… y a ti así… significa más de lo que crees.

Sebastián quiso besarla. Pero se detuvo. Debía parar sino podría arruinarlo todo.

Ella se fue caminando despacio, llevándose la última caja. Él se quedó allí, viéndola, tocándose aún el brazo donde lo había acariciado y sonriendo como un tonto enamorado.

Entonces escuchó pasos detrás.

—Papá —dijo Anita—. Mañana es tu aiversario de bodas.

Él giró, sorprendido.

—¿Qué?

—Siempre le haces algo especial. Siempre. Esta vez… no puede ser menos.

—¿La conocí casi en su cumpleaños? — le preguntó.

—Si,de hecho si..., tro día te cuento como y donde. Fue muy bello en uno de sus años la llevasate allí de nuevo. Para recordar...




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