Papá, no quiero casarme.

Capítulo 1: Comienzos.

Esta historia comienza con una niña, cuyo mundo vio nacer un jueves 14 de mayo a las 12h04 am en el año de 1992. Una bebita rozagante de salud nació rodeada de otros bebés en una maternidad, un día lluvioso y al parecer bastante frecuente para nacer.

Su padre fue el primero en tomarla en brazos, después del médico y la enfermera que asistían en el parto de su madre. Sus ojos irradian curiosidad, anhelo y, al parecer, felicidad de tener a esa criatura tan pequeña y débil entre sus manos. En ese momento un nombre vino a su mente.

- Mi pequeña Ginger.

Un nombre que, a mi parecer, se le ocurrió por la cantidad excesiva de galletas de jengibre que había comido aquel día.

Ginger creció fuerte y sana, era una niña hermosa, en todo el sentido de la palabra, con ojos color miel iguales a los de su madre, su cabello rizado que cuando no lo dejaba cepillar como es debido se esponjaba pareciendo un pequeño león y su piel era blanca como las bóvedas para difuntos que pudo ver alguna vez.

Durante sus primeros cinco años de vida, la pequeña despertó su curiosidad como todo niño, a veces poniendo un poco en aprietos a sus jóvenes padres.

A Ginger le encantaba acompañar a su padre cerca del parque San Agustín, ayudándolo a cargar uno de los banquitos que usaba para trabajar. A las 7 h00 am todas las mañanas caminaban por las calles de Guayaquil hasta llegar a su destino.

Su padre acomodaba los asientos poniendo un pequeño banco, que era el que la pequeña Ginger cargaba, a su lado y otro al frente de él. Abría su gran caja de un café brillante donde tenía todas sus herramientas de trabajo.

Las personas pasaban por aquel sitio apuradas, dirigiéndose hacia sus trabajos y otras se sentaban en las sillas del parque a conversar, leer el periódico o incluso a coquetear.

El trabajo que se había impuesto Ginger a ella misma era el de llamar a los clientes.

- Señol, ¿quiele que mi papi le lustle sus zapatos?

Una carita de ángel haciéndote tal petición. ¿Acaso podrías negarte? El negocio era un éxito con la ayuda de Ginger y esta no podría estar más orgullosa. De vez en cuando tomaba un trapo de la caja de su padre y la pasaba por los zapatos del sujeto.

- Quedalon pelfectos – decía extendiendo su mano abierta, indicando que le pagaran.

Este inocente acto sacaba un par de sonrisas y Ginger ganaba uno o hasta cincuenta reales, lo que para una niña de cinco años sería básicamente ser millonaria.

Después de un largo día de trabajo, casi al anochecer llegaban a casa exhaustos, pero su madre los recibía con una cálida sonrisa y una rica merienda. La pequeña era bañada y preparada para ir a su cama a dormir junto a sus padres.

La familia de Ginger no era grande, solo eran sus padres y ella. No nadaban en dinero, pero con el trabajo de su padre podían abastecer su alimentación. Lo justo y necesario. No se quejaba, vivía felices con ellos.

Lo siguiente en la vida de Ginger fue de lo más normal en la vida de toda niña, ir a la escuela, acompañar a su padre al trabajo, y en sus tiempos libres ver películas de princesas en un televisor que en la actualidad llamaríamos un televisor culón y un viejo dividí que su padre había arreglado.

Le encantaba ver una y otra vez las películas de princesas, a veces sola, a veces con su madre y otras con su padre.

Esta pequeña soñaba con encontrar el amor verdadero, que llegaría un día un hombre que la respetaría y por encima de todo la amaría con toda su alma, un hombre parecido al príncipe.

El chip que siempre se les introduce en la cabeza, el hombre perfecto y la mujer perfecta, y así seguir el ciclo.

Al pasar el tiempo, nuestra chica fue descubriendo un poco más de los chicos. En bachillerato sus amigas pasaban todo el tiempo con sus novios y cuando no era así pasaban preguntándole a Ginger por qué no tenía uno.

Ella ya había visto lo suficiente sobre los chicos y no le había gustado para nada lo que había visto. Sus amigas lloraban por el típico “Todas mías”, para ella “chicos” eran iguales a mentiras, dolor y perversión.

La única definición buena que tenía de los chicos era su padre y un amigo que había hecho al entrar al colegio. Andrés siempre fue bueno con ella, era divertido y siempre se seguían la corriente en cualquier travesura que hicieran. Eran el típico caso de “si caes, yo caigo contigo”, pasaban horas conversando y riendo.

A ninguno le fue bien en el amor, y eso que lo intentaron. Andrés siempre era rechazado por no ser lo suficiente misterioso o despiadado. Y Ginger trató de salir con un chico, pero este trató de pasarle la mano por debajo de su falda y nuestra chica casi le rompe por completo la cara.

Andrés siguió intentando hasta que su corazoncito no pudo más y Ginger... pues no volvió a intentarlo y tuvo suficientes razones.

Ambos cursaron la universidad. Obtuvieron cupo en la universidad pública de la ciudad por sus excelentes calificaciones y porque todo el que quisiese podía entrar en esa época. Se graduaron con éxito como economistas, empezaron a trabajar en una de las empresas más famosas del país y tenían una vida estable junto a sus familias.

Los dos siguieron siendo buenos amigos, y se apoyaban el uno al otro como dos hermanos, incluso cuando Ginger renunció por una corazonada invirtiendo todo lo que tenía en crear su propia empresa y funcionó.

Años después, Ginger era la presidenta de una gran cadena de cafeterías, con locales alrededor del mundo.

Llegando así a la actualidad.




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