Papá, no quiero casarme.

Capítulo 2: No te vayas...

La oficial de policía recogía los datos de Ginger, que estaba siendo interrogada.

Fecha: viernes, 12 de julio del 2024.

Hora: 8 h43 pm

Edad: 32 años.

Nombres: Ginger Jimena Alcivar Moreno.

Ginger no emitía muchas palabras y parecía algo trastornada, era evidente que algo le molestaba. La oficial notó rápidamente esto y no podía evitar sentirse nerviosa.

- Señorita Ginger, por favor, necesito tomar su declaración. ¿Podría acompañarme a la estación?

Ginger ni se inmutó, la oficial se sacó de quicio y suspiró levemente, ya cansada de la situación.

- Señorita Ginger, yo…

La oficial se vio interrumpida, Ginger la miró atentamente a los ojos y le mostró una leve sonrisa.

- Eso no será necesario oficial, puede arrestarme ahora. Yo maté a ese asqueroso sujeto.

Bueno, supongo que nos adelantamos mucho, retrocederemos un par de meses atrás, donde todo empezó.

Como ya sabemos, Ginger había logrado el éxito y sus padres no podían estar más contentos con eso. Ahora eran multimillonarios y podían hacer lo que les plazca.

Su padre, Don Antonio, había dejado su trabajo, evidentemente. Era un hombre bastante furtivo que se mantenía muy bien a sus 55 años. Le gustaba vestir de traje y usar sombreros vintage. Su objetivo de cada día era seguir haciendo feliz a su hija y esposa. Y a veces le gustaba escaparse a jugar golf con sus amigos. 

Su madre, Doña Isabela, por otro lado, seguía planchando los sacos de su hija y le gustaba cepillar su cabello antes de que esta fuera a dormir como cuando era niña. A sus 53 años, la señora se veía alegre y rozagante, vestía floreados vestidos que su hija y ella elegían cuando salían de compras, con altos tacones que Ginger se preguntaba cómo soportaba todo el día. Y a veces también hacía reuniones de té con sus amigas.

Su amigo Andrés, ahora socio, seguía visitándola luego de la oficina para charlar sobre las recientes citas que él tenía y ver películas ochenteras. Salir en las noches a por un par de copas y acabar en el gran jardín de la casa de Andrés, acostados boca arriba viendo las estrellas mientras se preguntaban. ¿Cómo era posible ser más feliz?

Dichosos todos, viviendo bien, sonriendo y abasteciendo su estómago, lo que es muy importante. Hasta que no lo fue.

El lunes 15 de enero del presente año, Doña Isabela comenzó a tener vómitos hasta que el viernes 19 cae inconsciente sobre el piso del comedor durante el desayuno. Recobra la conciencia esa misma tarde, pero las noticias que tiene el médico referente a su salud no son nada buenas.

Les cuenta a ella y su familia que contrajo cáncer terminal en el hígado, dándole un aproximado del tiempo que le queda de vida.

16 días, ni más ni menos.

Ginger y su padre estaban muy tristes por la noticia, pero hicieron feliz a su madre durante el poco tiempo que le quedaba junto a ella. Qué despiadada es la vida, o quizás qué despiadada es la muerte. Llevándose a su madre de esa manera.

El 31 de enero, Doña Isabela se encontraba acostada en su amplia cama, muy cómoda, de hecho. Su hija estaba sentada junto a ella, tomándole la mano mientras le mostraba su sonrisa, tratando de evitar que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas.

No quería que su mamá la vea triste, nunca lo quiso y mucho menos ahora.

- Mamá… por favor, quédate conmigo… no me dejes sola —dijo con las mejillas altamente rosadas—. Necesitaba llorar, ya no lo aguantaba más.

Su madre le sonrió y sobó su mano para que se calmara.

- Ginger, esta es la ley de la vida, me toca morir, cumplí mi ciclo y…ya estoy cansada. – dijo con un suspiro. Su voz ya no era para nada enérgica, todo aquello lo había consumido los dolores en su vientre – lo único malo de todo esto es dejarte a ti y a tu padre… pero cuando yo no este, después de un tiempo…van a estar bien.

Unas fuertes pisadas se escucharon por el casillo, alcanzando la puerta y abriéndola muy despacio. A través de ella se asomó su padre, indicándole a Ginger que debía ir a descansar a su habitación.

Ginger le dio un beso en la frente a su madre soltándole la mano.

- Hasta mañana, mamá —dijo mientras avanzaba a la puerta.

No hubo respuesta de su madre, pero se fue a su habitación dejándola descansar.

Cuando ya todos dormían, esa misma noche, Ginger despertó asustada por un estruendo. A fuera de su ventana estaban lloviendo perros y gatos.

Su padre se asomó por su puerta, con su cara cansada, afligida e inflamada, parecía haber estado llorando, se acercó a su hija y con una voz casi imperceptible dijo:

- Antes de tocar el siguiente día, tu madre se ha ido.




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