Para comerte a besos

1 | Divorcio

Eleanor Stonehaven suspiró al salir del restaurante "La Perle Noire". Eran las dos de la madrugada, y el aire húmedo de Nueva Orleans se sentía más pesado que de costumbre.

La última cena de degustación, un desfile de platillos con nombres impronunciables y espumas delicadas, había sido un éxito rotundo, pero la había dejado exhausta. Faltaban solo dos semanas para su boda, y aunque amaba el caos de su cocina, anhelaba la calma de su luna de miel. Su carrera como chef de alta cocina era su vida, su identidad, y había trabajado sin descanso para esculpir esta versión de sí misma.

Al entrar en su elegante ático del Barrio Francés, la luz parpadeante de su buzón de voz captó su atención.

Quería una ducha caliente y el silencio absoluto, pero el ding de su teléfono la hizo detenerse. Un correo electrónico. No de su sous-chef, ni de su organizadora de bodas. Era de una dirección desconocida, con el asunto: "Asunto Pendiente. Belle Reve".

—¿Qué demonios...? —murmuró Eleanor, frunciendo el ceño, el cansancio dando paso a la irritación.

El mensaje era escueto, sin florituras, escrito con el lenguaje de un notario rural que, probablemente, también vendía cebo vivo y contaba historias de fantasmas.

Sra. Stonehaven:

Con respecto al expediente #45-B-12, su divorcio con el Sr. William Harding Blackwood, le informo que, a pesar de múltiples intentos, no ha sido posible notificarle el cese del proceso. El Sr. Blackwood insiste en una comparecencia personal. Ante la urgencia de su inminente enlace, le recomiendo encarecidamente que se presente en Belle Reve, Luisiana, a la mayor brevedad.

Su presencia es indispensable.

Atentamente:

Jedediah "Jed" LeBlanc

Notaría Pública y Venta de Cebo Vivo.

Belle Reve, Luisiana.

El té se le atragantó, casi provocándole un ataque de asma.

—¡Notaría Pública y Venta de Cebo Vivo! —exclamó, con la voz ahogada, casi lanzando el teléfono contra la pared de mármol.

¿William negándose a firmar el divorcio? ¡No puede ser! Faltaban menos de dos semanas para su boda. Ese asunto debía estar arreglado a la brevedad posible. Wl problema era que la nocje siguiente tenía más de una reunión con la modista, con la sous-chef, con la organizadora de bodas. Tenía una semana ajetreada, sin mencionar la gala a la que asistiría con Arthur.

Ellie se pasó las manos por el cabello corto y suspiró. ¿Qué podía hacer? Si su esposo se negaba a dejarla libre para que se casara de nuevo, debía resolver ese problema en persona.

Con rapidez marcó el número de Arthur.

Necesitaba mantenerlo a raya por dos razones: la primera, su antigua vida era una jodida mierda de la que apenas salió, y segundo, un candidato al senado como él no merecía su mierda.

Cuando la conoció era Eleanor, no la Ellie que robaba pescado.

—Arthur, cariño, soy yo. Sé que es tarde, pero tengo un pequeño inconveniente. —Su voz era dulce, controlada, augurando que su prometido no hiciera preguntas—. Parece que tengo que salir de la ciudad por un par de días; un problema con un viejo alquiler de una propiedad que solía tener en el norte del estado. Necesitan mi firma para unos papeles burocráticos. Aparentemente, es una formalidad regional y tengo que estar allí en persona.

Arthur, que la había despertado con el tono somnoliento de su voz, la tranquilizó. Era un amor con ella en todo el sentido.

—Claro, amor. Es una pena, pero no te preocupes. Sé que lo resolverás. Te esperamos de vuelta para los últimos preparativos.

Eleanor suspiró, aliviada. Él no sospechaba nada. Ella era una maestra en el arte de la omisión y la fabricación.

A la mañana siguiente, Eleanor se despidió de su equipo en "La Perle Noire". El ambiente era de camaradería y respeto mutuo, un contraste marcado con la imagen que se formaba en su mente de Belle Reve y los que la apretaban como si fuese un taco.

—Chef, ¿segura que estará bien? —preguntó Antoine, su leal sous-chef, un francés corpulento con una pasión por las salsas que rivalizaba con la suya. Había una genuina preocupación en su voz.

—Estoy bien, Antoine —respondió Eleanor, ofreciéndole una de sus raras sonrisas cálidas—. Solo un asunto burocrático insignificante. Volveré en un par de días, antes de que puedan extrañarme demasiado. No dejes que Julien se apropie de mi batidora de inmersión. Sabes lo que le pasó a la última.

Los demás cocineros rieron.

—¡Cocinaremos como si estuvieras aquí, Chef! —exclamó Mary, la encargada de repostería, con un brillo en los ojos.

—Y mantendremos a raya a los críticos si se atreven a aparecer sin avisar —añadió Jake, el encargado de la garde manger.

El cariño y compañerismo de su equipo la reconfortaron. Ese era su mundo, su familia elegida, construida con esfuerzo y talento.

Ese era el mundo al que pertenecía ahora.

—Confío en ustedes. ¡No quemen el restaurante en mi ausencia! —bromeó Eleanor, antes de darles un último vistazo y salir por la puerta trasera—. Nos veré en dos días.




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