Para comerte a besos

3 | ¡¿Qué has hecho?!

El reloj de la comisaría de Belle Reve marcaba las ocho de la mañana del siguiente día después de su detención.

Eleanor Stonehaven, desgreñada y con su vestido de diseño arrugado, por fin tuvo acceso al viejo teléfono fijo de la oficina del Sheriff. El Sheriff Patterson, sentado a su escritorio, mordisqueaba ruidosamente unas galletas fritas, indiferente al drama, cuando Eleonor le sonrió hipócrita y sujetó el teléfono de mala gana.

El chirrido del teléfono era más audible que cualquier otra cosa. Eleanor marcó el número de la casa familiar. La señal era pésima; la llamada se cortaba y volvía, entre estática y chasquidos.

—¿Aló? Casa de los Stonehaven, Loretta June habla, ¿quién me interrumpe a estas horas? —La voz de su madre, Loretta June, sonó con un dulce repudio al otro lado de la línea, igual que mermelada de ostras—. Espero que no sea para venderme un nuevo aparato para masajear mi espalda. El último se me pegó como una sanguijuela, y mi esposo la tuvo que romperlo con parte de mi espalda, y si van a hablarme de Dios, soy atea, ¿oyeron?

Ellie se estrujó el medio de los ojos.

—Mamá... soy yo. Ellie. —Eleanor apenas pudo forzar las palabras, la humillación quemándole la garganta—. Sorpresa.

Un silencio se extendió al otro lado de la línea, interrumpido solo por el crujido de las galletas del sheriff.

—¡Ellie, cariño! Qué bueno que llamas. ¿Estás bien? ¿Dónde estás? ¡Tu padre y yo estábamos preocupados! ¡Dijiste que estabas en un viaje de negocios y que no podías visitarnos!

Ellie se mordió los labios porque toda su vida era una mentira.

—Estoy... estoy en la cárcel, mamá, aquí en Belle Reve.

La frase salió entrecortada, con estática.

El impacto fue palpable.

Un ahogo, luego un jadeo agudo.

—¡¿En la cárcel?! ¡Por todos los cielos y los campos de algodón! ¡Mi pequeña Ellie! ¡¿Qué has hecho?! ¡Y en Belle Reve! ¡¿Desde cuándo estás en Belle Reve?! ¡Dijiste que no vendrías! —chilló Loretta—. ¡Un crimen?! ¡¿Un delito de cuello blanco?! ¡Siempre te dije que no te fiaras de esos banqueros de la ciudad!

Y de pronto hubo un silencio estático y de reflexión.

—¿Estás segura de que me estás hablando? ¿Cómo sé que eres mi Eleonor y no una broma de tu padre? —preguntó.

Ellie no tenía tiempo para eso.

—¡Soy Ellie, mamá!

—Podías no serlo —dijo enroscando el cable del teléfono en su dedo y sentándose en el sofá que rechinaba—. La última vez que tu padre salió con sus amigos del ejército, llamaron a todos, incluyéndome, diciéndome que había ganado la lotería.

Loretta hizo una mueca.

—No puedo confiar en el teléfono.

—Mamá, soy yo, estoy aquí, y estoy en la cárcel.

Loretta quiso preguntar más, pero al final decidió creer.

—Cariño, ¿está vez por qué te metieron a la cárcel? ¿Estás vendiendo algo ilegal? —preguntó—. Dicen que en Nueva Orleans hay mucha marihuana, nena. ¿Te pillaron con algo de eso?

Ellie se golpeó la cabeza con el talón de la mano.

—Es... es por el tractor, el de los Dubois.

Eleanor cerró los ojos, preparándose para la inevitable reprimenda, oyendo de fondo el crujido de galletas del sheriff.

—¿El tractor de los Dubois? ¡Ay, Jesús bendito! ¡Esa fue tu culpa! —gritó con la mano en la bocina—. ¡Tu padre siempre lo dijo, pero tú siempre fuiste la hija perfecta para él! ¡Y William juraba que habías sido tú! ¡Y que lo habías hecho para huir! ¿Y no me digas que es William el que te tiene ahí encerrada?

Otro silencio, luego un grito ahogado.

—¡¿William?! ¡¿William Harding Blackwood te tiene encerrada?! —preguntó en otro chillido alto—. ¡¿Por qué motivo, Dios mío?! ¡Ese muchacho siempre fue un problema para ti, Eleanor!

La voz de Loretta June se elevó hasta que Eleanor tuvo que apartar un poco el auricular. En el fondo, oyó un rugido.

—¡Sterling! ¡Despierta! ¡Nuestra hija está en la cárcel! ¡Y está en Belle Reve! ¡Y ese William Harding Blackwood la tiene encerrada!

El hombre dormía en el sofá junto a ella. Loretta golpeó su cabeza con el teléfono, y después de cuatro maldiciones, lo sujetó para saber qué carajos pasaba. Unos segundos después, una voz profunda y atronadora llenó la línea. Ellie escuchó como Loretta puso al día a Sterling sobre el problema, y lo enojado que estaba.

—¡¿Ellie?! ¡¿Estás en la cárcel?! ¡¿Qué demonios significa esto?! ¡¿Qué has hecho, Eleanor?! ¡Y en Belle Reve! —preguntó—. ¡Y ese muchacho Harding Blackwood! ¡No te dije que te mantuvieras alejada de los problemas y de los pantanosos!

Eleanor sintió un nudo en la garganta. Su padre, el General Sterling Rhett Stonehaven, el hombre que había dirigido batallones y campañas militares, le hablaba con una mezcla de indignación y preocupación desmedida. Para él, ella nunca había dejado de ser su "pequeña diablilla", su joya, la que siempre defendía de las críticas de su madre, y que ella estuviera en una celda, en su propio pueblo, por una travesura infantil, era una afrenta personal que Sterling no podía permitirse.




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