Para comerte a besos

5 | Explosión

El traqueteo familiar de la vieja Ford F-150 de su padre era el único sonido que Eleanor reconocía en el universo.

Sentada en el asiento del pasajero, con el General Sterling Rhett Stonehaven al volante y Loretta June Ledbetter en el asiento trasero, se sentía como una niña pequeña de nuevo, atrapada entre dos titanes de los que había intentado escapar durante una década. Todo lo que hizo para escapar, no sirvió de nada.

Su mirada se perdió por la ventanilla.

El pantano, con sus cipreses cubiertos de musgo español y sus aguas lentas y misteriosas, pasaban como un borrón. De repente, como el flash de una cámara profesional, la imagen de un impermeable amarillo brillante irrumpió en su mente.

Era un día de lluvia torrencial, de esas que lo inundan todo en Belle Reve. Recordó el olor a tierra mojada y a cebolla, el refugio bajo el toldo de la tienda de la tía abuela de William, y por supuesto, a su primer amigo. Y entonces, él: un niño de ojos azules como el río en un día despejado, acurrucado, tímido.

Recordaba a una niña con botas de goma rojas saltando en cada charco, riendo a carcajadas, gritando cuanta cosa se le cruzaba por la cabeza: "¡Es como si el suelo fuera un trampolín de agua!". El chapoteo, la invitación de ella a salir, la timidez de él. "No... no creo. Mi tía abuela se va a enojar si me enfermo." Y luego, la insistencia de ella hasta hacerlo ceder: "¡Ay, porfa! ¡Solo un poquito! ¡No seas un gallina de toldo!". Y William, oh, William, quitándose los zapatos, saliendo de su refugio para unirse a su juego.

Su risa, pura y sin límites, mientras salpicaban, el agua fría y liberadora en sus tobillos. El pelo rizado de ella, mojado y pesado, y el de él, como un nido de pájaros. "¡Me gusta mucho tu pelo! ¡Parece un montón de resortes mojados! ¡Y huele a limones!". "¡El tuyo parece un nido de pájaros mojado!". Y la pregunta inocente de ella, "¿Por qué tus ojos son de color de río? Son los primeros que veo así". Y William, con esa sonrisa que ya no era tímida, con el atrevimiento creciendo en su voz, orgulloso.

"Soy William Harding Blackwood", y ella, la pequeña Eleanor Rue Stonehaven, riéndose de su nombre largote. "¡Qué nombre tan largote! ¡Suena como si tuvieras que pedir permiso para usarlo! ¡Y suena a un libro que mi papi tiene en su biblioteca!". Y luego, él, mirando sus ojos avellana, pronunciando un nombre que nadie más había usado y que marcaría como la llamarían todos: "Pues entonces, Eleonor, de ahora en adelante, serás Ellie."

La voz de su madre, un zumbido constante en el asiento trasero, se hizo más fuerte, arrastrándola de vuelta al presente. Los cipreses y el musgo se desvanecieron de su mente, reemplazados por el sonido estridente y familiar del reproche.

—... ¡Y por si fuera poco, Eleanor, no nos dijiste que venías a Belle Reve! ¡¿Cómo se le ocurre a una dama presentarse sin avisar a sus padres?! ¡Y de la manera en que te encontramos! ¡En la cárcel! ¡Por un tractor! ¡Un tractor, Eleanor! ¡Tu padre, un general, y yo, una Ledbetter de cuna! ¡La deshonra! ¡Y ese Will! ¡Siempre ha sido un problema, desde que jugaban con ese tractor! ¡Siempre te lo decía, Sterling! ¡Pero tú siempre con tu niña perfecta!

Eleanor sintió un nudo en el estómago. Sabía lo que venía. La sinfonía de reproches de su madre, cada nota afinada a la decepción y a las expectativas no cumplidas.

—Loretta June, cariño, la niña acaba de salir de... —intentó intervenir el General Sterling, su voz un poco más suave de lo habitual—. Nuestra pequeña ha vuelto a casa, amor.

—¡Cállate, Sterling! —espetó Loretta June, sin siquiera mirarlo, su voz volviendo a su tono agudo y constante—. ¡Tú siempre la has consentido! ¡Por eso Eleanor está así! Ahora, Eleanor. ¡Continúa! ¡¿Por qué no nos dijiste que venías?! ¡¿Por qué te metes en problemas con ese muchacho Blackwood?! ¡Pensábamos que estabas bien en tus restaurantes y tus cosas elegantes, pero aquí estás! ¡En Belle Reve! ¡Y en la cárcel! —gritó pasandose las manos por el cabello del color del oro y respirando profundo después de soltar un enorme monólogo—. ¡El chismorreo que se va a armar!

Eleanor se encogió en su asiento, sintiendo el familiar peso de la culpa y la frustración. Su madre, con sus manos delicadas, pero su espíritu indomable, podía hacerla sentir de seis años de nuevo, a pesar de sus logros y su independencia, de lo mucho que creció.

La camioneta se detuvo frente a la casa familiar.

No era la gran mansión de su infancia, sino una humilde casa de campo, de madera, con porche desvencijado y la pintura descascarada. Olía a humedad, a jazmín y a algo indefinible del pantano. Las cortinas de encaje se veían viejas y desgastadas. El jardín, antes impecable, estaba invadido por la hierba alta. Era una casa de Belle Reve, sí, pero no la que ella recordaba, no la que se había esforzado por dejar atrás. No había ni rastro del orden militar de su padre o la elegancia sureña de su madre. La veía con ojos de adulta, con ojos de "ciudad". En diez años, el tiempo no había pasado, había devorado los recuerdos de su niñez, dejando una estructura que parecía encogerse bajo el peso de los años.

Bajaron de la camioneta. La humedad del aire la envolvió, pegajosa y familiar. El chirrido de los grillos era ensordecedor.

—¡Entra, Eleanor! ¡No te quedes ahí parada como si la casa fuera a morderte! —ordenó Loretta June, empujándola suavemente por la espalda—. Y espero que me expliques todo.




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