Eleanor sintió que el corazón le daba un vuelco. Un sudor frío le perló la frente, y el rubor subió por su cuello hasta sus mejillas. Quiso apartarse, pero sus pies parecían enraizados en el barro.
Mil sensaciones, placenteras y aterradoras a la vez, la invadieron. El aroma a tierra y a él, a William, la estaba embriagando, amenazando con hacerla flaquear en sus decisiones.
Sus labios se abrieron un poco, y tartamudeó:
—W-W-William... No... No puedes... Yo estoy...
Él soltó una risa baja, un sonido grave que vibró en su pecho contra el de ella. Su pulgar rozó su mejilla, una caricia apenas perceptible pero que encendió un fuego en su piel.
—¿No puedo qué, Ellie? —murmuró, sus ojos bajando de sus ojos a sus labios—. ¿Demostrarte que este pantano, y yo, todavía te tenemos más atrapada que cualquier lazo de ciudad? ¿Demostrarte que lo que sientes por mí no es solo "deseo", sino algo más profundo, algo que no te ha dejado dormir en diez años?
Eleanor lo miró a los ojos. El niño de los ojos color agua, ahora un hombre, la tentaba al punto de hacerla dudar, y si algo odiaba Eleonor era dudar de sus decisiones tomadas, por eso lo empujó con todas sus fuerzas y un grito de rabia escapó de sus labios.
—¡No! ¡Suéltame! ¡Respétame! —dijo alzando las manos en el aire—. ¡Soy una mujer comprometida, William! ¡Tengo una vida!
William asintió.
—¿Una vida de mentira? —preguntó—. Te conozco mejor de lo que te conoces, y si no te casas por amor, que no lo haces, es por el dinero, y la Eleonor interesada no es de la que me enamoré.
Y con un movimiento rápido, le soltó una bofetada.
El sonido resonó en el aire sofocante y William graznó.
William inclinó la cabeza hacia un lado, su mejilla enrojecida por el golpe, pero la sonrisa no abandonó sus labios. La soltó de la cintura, pero no se apartó. Eleanor, temblorosa, se dio la vuelta y, con el corazón martilleando, volvió a su bolsa de basura.
Se agachó, las manos temblorosas, intentando recoger los desperdicios que había esparcido, sin pensar en lo que sucedía entre ellos. ¡Basta! ¿Hasta cuándo William arruinaría sus planes? Primero lo del embarazo, luego de lo de la huida, y ahora el problema con Arthur y su compromiso. Eso entre ellos era pasado, y debía quedarse igual de sepultado que su hijo.
William vio a Eleonor recoger la basura y con el escozor en su mejilla recordó a la vieja Ellie; la que no se dejaba por nadie, y a la que le tuvo que robar aquel primer beso. Ellie sintió la presencia de William detrás de ella, como una sombra silenciosa que la seguía. Tenía que seguir con su tarea, y él tenía que irse.
Pero lejos de eso, los planes de William eran completamente diferentes, y así como le robó aquel primer beso a los diez años, le robaría el siguiente veinte años después. Un momento después, una mano fuerte y cálida se posó en su nuca, sus dedos atrapando su cabello corto y negro. Eleanor se tensó, intentando forcejear, pero William la giró con una suavidad implacable.
Sus ojos se encontraron de nuevo, y antes de que pudiera decir una palabra, la boca de William se estrelló contra la suya. Fue un beso feroz, desesperado, lleno de la rabia y el anhelo de diez años de distancia. Eleanor se resistió al principio. Sus manos se alzaron para empujarlo, sus puños golpearon su pecho con furia ciega.
Mordió su labio con fuerza, sintiendo el sabor salado de la sangre en su propia boca. Intentó alejarse, forcejear, pero William no cedió. Su boca se mantuvo pegada a la suya, su cuerpo la inmovilizaba contra su pecho, la mano en su nuca firme, profundizando el beso. Y entonces, a pesar de su mente gritándole que se detuviera, su cuerpo traicionero cedió.
El odio se disolvió en un aluvión de sensaciones. Sus dedos se abrieron, sus puños se aflojaron, y sus manos se aferraron desesperadamente a su camisa. La boca de William profundizó, y ella respondió, sus labios moviéndose con los suyos, una danza olvidada que su cuerpo recordaba perfectamente. Era un beso que lo decía todo: el anhelo, la frustración, el deseo ardiente que nunca se había apagado. Era el sabor del pantano, de su pasado, y de la verdad innegable que habitaba entre ellos.
William finalmente se apartó un poco, sus labios hinchados, sus ojos azules ardiendo con una intensidad posesiva. La respiración de Eleanor era agitada, sus mejillas enrojecidas, su cuerpo temblaba. Sus ojos se mantuvieron cerrados, preguntándose qué carajos había sucedido; preguntándose si eso estaba mal, ¿por qué carajos se sintió tan bien? Fue tan diferente a los besos delicados y cuidadosos de Arthur. Tan diferente a la posesión de William, al deseo, a la pasión, a los jodidos recuerdos que flotaban en el aire.
—Ahora sí, Eleonor —susurró William, su voz ronca por el beso y quitándose el labial—. Vuelve con tu prometido de la ciudad y dile que te bese como solo yo puedo y sé besarte.
Eleanor lo miró con furia renovada, pero también con una vergüenza palpable. Se limpió la boca con el dorso de la mano y escupió. Le asqueaba que él pensara que seguía siendo su Ellie.
—¡Eres un desgraciado, William! ¡Un animal!
—Un animal que todavía te hace temblar. —William sonrió, una chispa traviesa en sus ojos que la hizo enojar aún más—. No tienes que mentir, Eleonor. Sé que lo sientes.
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Editado: 24.06.2025