Para comerte a besos

10 | ¿Tienes miedo?

El sol de Belle Reve golpeaba sin piedad. El calor húmedo hacía que la ropa se pegara a la piel y que el aire pareciera denso y pesado. Para Eleanor Winslet, acostumbrada a las cocinas con aire acondicionado y a los restaurantes con clientela elegante, la experiencia era una tortura. El olor, sin embargo, era lo peor.

Un hedor acre, dulce y nauseabundo a... gallina.

Con unas botas de diseño cubiertas de polvo y un saco de lino que mostraba manchas de dudosa procedencia, Eleanor se encontraba frente al gallinero de los Dubois. No era cualquier gallinero; era una fortaleza de madera y alambre que albergaba a cientos de aves cacareantes, y el suelo… dios mío, el suelo estaba cubierto de una espesa capa de excremento.

William, con su camisa arremangada y esa sonrisa socarrona, se apoyaba en el lado de la camioneta, observándola. Eleanor había pasado una noche de insomnio, con el sabor de su beso aún en la boca y la frustración de su situación hirviéndole la sangre. Se había negado a hablarle en todo el trayecto desde la comisaría, pero él parecía disfrutar de su silencio, así como de su reticencia.

—Bienvenida a tu labor social, chef —dijo él, con los ojos brillando de picardía—. Hoy tenemos una tarea... aromática.

Eleanor apretó los labios.

—Más que recoger basura, supongo —dijo cruzándose de brazos—. ¿Me vas a hacer nadar en el pantano con los caimanes?

William soltó una carcajada, un sonido grave y lleno de diversión. Ellie sintió una punzada al escucharlo reír.

—No, no, Ellie. Nada tan aburrido. Mira eso —dijo señalando.

Señaló el gallinero con un gesto teatral. Los cacareos eran ensordecedores, y un gallo particularmente altanero parecía mirarla con desprecio. Ellie, de inmediato, tuvo recuerdos.

—Tu tarea de hoy, señorita Stonehaven, es limpiar el gallinero de los Dubois —dijo William, con un tono serio que no encajaba con el brillo de sus ojos—. Digamos que el incidente con el tractor de los Dubois tuvo algunas... consecuencias adicionales que requieren una limpieza profunda.

Eleanor miró el gallinero, las plumas, la paja sucia y el excremento con absoluto horror. Sus botas de cuero, sus pantalones de lino, su bolso de marca... nada de eso estaba hecho para este tipo de "agricultura". El aroma le quemaba la nariz.

—¡Estás bromeando! —exclamó, con los ojos muy abiertos—. ¡No puedo hacer eso! ¡Mis manos, mi ropa! ¡Es asqueroso! ¡Esto huele a... a demonios! No gallinas. Me rehúso a las gallinas.

—Es Belle Reve, Ellie —respondió William, encogiéndose de hombros—. Aquí, "asqueroso" es solo una palabra, y tus manos... bueno, están acostumbradas a cosas peores, ¿no? Como a firmar contratos de matrimonio con gente que no te conoce realmente.

Eleanor le lanzó una mirada de fuego.

—¡Deja de decir tonterías, William! —gritó exasperada—. ¡Soy una chef! ¡No una... una limpiadora de gallineros!

—Pues hoy eres la mejor limpiadora de gallineros que Belle Reve haya visto. —William le tendió un par de guantes de goma gruesos y una vieja pala de madera—. Anda, el tiempo corre. Los Dubois no van a estar felices si sus gallinas, sino tienen un lugar presentable para hacer sus... necesidades.

Eleanor tomó los guantes con repugnancia. Odiaba el maldito servicio comunitario, pero mientras más pronto terminara, más pronto se iría. Se los puso, haciendo una mueca ante el olor a goma y el calor. Bajó de la camioneta con odio hacia William y se acercó a la puerta del gallinero, dudando de hacerlo o no.

De niña no le molestaba ni un poco. Acosaban ala General Pat. Una gallina no era algo que la aterraba, pero de adulta la prefería a la naranja, o en un dulce estofado de gallina.

—¿Y tú qué vas a hacer? ¿Sentarte a reírte de mí? —preguntó, con voz mordaz—. ¿No tienes algo mejor que hacer?

William se cruzó de brazos.

—Alguien tiene que supervisar tu progreso, ¿no crees? —William se sentó en un viejo tocón cercano, cruzándose de brazos—. Y asegurarme de que no uses tus elegantes botas para patear a los pollos. Sería una ofensa al reino animal.

Eleanor resopló. Tenía que terminar. Abrió la puerta del gallinero, y un torbellino de plumas y cacareos la recibió. Una gallina se le acercó curiosa, y Eleanor dio un pequeño salto hacia atrás. Ya no era la Ellie que atacaba gallinas.

—¡Oh, por el amor de Dios! —gritó Ellie cuando la gallina comenzó a perseguirla—. ¡Son agresivas! ¡Esto es imposible!

William se mordió el labio inferior.

—Solo necesitas un poco de... gracia sureña, Ellie —dijo William, reprimiendo una sonrisa—. No es tan diferente de mezclar un buen roux. Solo que este roux huele peor y te puede picotear.

—¡No es lo mismo! ¡Esto es una tortura!

Eleanor intentó ahuyentar a una gallina con la pala, pero el animal simplemente la miró fijamente. William se levantó de un salto, una preocupación fugaz cruzando su rostro.

—¡Cuidado, chef! No queremos que termines en la olla de los Dubois —dijo con esa misma sonrisa pícara.

—¡Cállate!

Ella se recompuso, sintiendo el calor del rubor en su rostro. Se adentró en el gallinero, la pala en mano, sintiendo el suelo blando bajo sus botas. Cada paso era una batalla contra el excremento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.