Catorce años atrás
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El mes que siguió a la explosión en la cocina fue un infierno para Eleanor. Cada día, William, con la esperanza de verla, se presentaba en la mansión Stonehaven. Pero Loretta, con la ferocidad de una leona protegiendo a su cría, se lo negaba.
Se erigió en guardia personal, su silueta vigilante en el porche, asegurándose de que Eleanor no pudiera escabullirse. La distancia entre ellos era una tortura, un abismo doloroso que se abría en el corazón de ambos jóvenes en Belle Reve.
Eleanor no dejaba de llorar. Las lágrimas se habían convertido en sus compañeras silenciosas, empapando sus almohadas noche tras noche. Rogaba y suplicaba a su madre que la dejara ver a William una última vez, que William merecía que le explicara lo sucedido, pero su madre se negó con cada intento.
—¡No vas a ver a ese muchacho, Eleanor! ¡Y no hay nada que explicar! —le decía Loretta, con voz gélida.
—¡Pero él no tiene la culpa! ¡Y tengo que hablarle! —insistía Eleanor, suplicante—. Por favor, mamá. Te lo imploro.
—¡No hay nada que hablar, te digo! ¡Esa escoria no merece tu tiempo! —respondía Loretta, inquebrantable.
—¡Él no es una escoria! ¡Es William! ¡Y lo amo! —Eleanor lloraba.
—¡El amor es una tontería cuando se trata de conveniencia! —espetaba Loretta, su rostro una máscara de dureza.
Una noche, después de una cena tensa en la que Eleanor apenas había probado bocado, se levantó de la mesa sin decir una palabra y se dirigió a su habitación. Poco después, un suave golpe resonó en su puerta. Era su padre. Eleanor se secó las lágrimas con el dorso de la mano y abrió. El General Stonehaven, con su uniforme perfectamente planchado, entró y se sentó a su lado en la cama, la madera crujiendo bajo su peso.
—Tu madre sabe lo que es mejor para ti, Eleanor —dijo el General, su voz profunda, pero sin la habitual firmeza.
Eleanor lo miró, sus ojos rojos e hinchados.
—Alejarme del chico que amo no es lo mejor para mí —susurró con lágrimas goteando de su mentón—. Jamás lo será.
—Ella solo quiere protegerte, mi niña. Quiere lo mejor para ti.
—¿Protegerme de la felicidad? ¿De la persona que me hace reír? —preguntó Eleanor, la amargura en su voz.
El General suspiró, su mirada perdida en algún punto de la pared.
—¿Estás dispuesta a ser la esposa de William, Ellie? ¿Sin saber dónde vivir? ¿Sin un trabajo asegurado para él, al menos por ahora? ¿Con un futuro incierto? —preguntó mirándola a los ojos.
—¡Sí! ¡Estoy dispuesta a todo! —Eleanor afirmó con vehemencia.
—¿No te importaría vivir en una casa pequeña? ¿Sin los lujos a los que estás acostumbrada? —su padre la sondaba.
—No me importa eso. No me importa el futuro si no es al lado de William. Prefiero no tener nada con él que tenerlo todo sin él.
La convicción en sus palabras era inquebrantable.
El General se quedó en silencio por un largo rato, su mirada fija en el suelo. Finalmente, comenzó a hablar, y Eleanor notó un tono diferente en su voz, uno que nunca antes le había escuchado. Le contó de su propia historia de amor con Loretta, de cómo los padres de su madre tampoco estaban de acuerdo con la unión, de las dificultades que enfrentaron para estar juntos.
—Loretta viene de una familia orgullosa, Ellie. La conocí cuando era solo un muchacho, y ella, bueno… era la flor más bonita de Belle Reve. Mis padres tampoco estaban de acuerdo. Pensaban que yo no era lo suficientemente bueno para ella. Demasiado impetuoso, decían. No tenía el dinero ni la posición, pero… —El General se detuvo, una sonrisa melancólica asomó en sus labios—. Yo la amaba, y seguí mi corazón. Y de ahí naciste tú, mi niña. Tú eres la prueba de que el amor puede con todo.
Eleanor lo escuchó, sus lágrimas secándose al escuchar la historia que nunca antes le habían contado. Su padre, el General estricto, revelaba una parte de sí mismo que ella no conocía. El General no pudo ver a Eleanor sufrir más, la angustia de su hija era un dolor insoportable para él. Se levantó, se acercó a la ventana de la habitación y, con un movimiento decisivo, la abrió. El aire fresco de la noche de Belle Reve entró en la habitación, trayendo consigo el aroma de los jazmines y la humedad del pantano.
—Vete, Eleanor —dijo el General, su voz suave pero firme, sin rastro de duda—. Vete con él. Ve a verlo. Sigue tu corazón.
Eleanor lo miró, su mente luchando por procesar sus palabras. ¿Era una trampa? ¿Una prueba? Su madre podría estar escondida en cualquier esquina, pero al ver los ojos de su padre, limpios de engaño, llenos de amor y de una tristeza resignada, supo que era real. Era la bendición que tanto había anhelado.
—¿De verdad, papi? ¿De verdad me dejas ir? —preguntó Eleanor, su voz un susurro de incredulidad.
—Mi niña, no puedo verte sufrir así. Ve por lo que crees.
El General asintió con una mirada triste pero determinada.
—¡Gracias, papi! —Eleanor sintió una oleada de gratitud.
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Editado: 03.08.2025