Para comerte a besos

25 | ¡William firmó los papeles!

El sonido del bolígrafo de William raspando el papel todavía resonaba en los oídos de Eleanor.

La tinta húmeda, la forma de su firma, el silencio que siguió… era real. Él había firmado. Había pasado. La libertad llegó.

Eleonor se quedó parada en el centro de la sala, con los muebles nuevos que aún parecían demasiado limpios y ajenos, el pollo asado humeando sobre la reluciente encimera de mármol, y el fantasma de las últimas palabras de William flotando en el aire. "De verdad espero que encuentres lo que buscas, Eleanor." Y entonces, él se había ido para siempre de su vida.

La ira regresó primero, un oleaje furioso que la obligaba a respirar hondo. ¿Cómo se atrevía a traer el pasado, a tocar esa herida tan profunda, justo antes de firmar? ¿Cómo se atrevía a irse con esa mirada de sacrificio, como si ella fuera la que lo abandonaba, como si él no hubiera sido el borracho que arruinó su boda y el hombre que no tuvo las agallas de ir por ella?

Pero bajo la ira, una emoción más poderosa comenzó a burbujear: alivio. Puro, inmenso y glorioso alivio. La carpeta con los papeles de divorcio, ahora firmados, yacía sobre la mesa. Eleanor se acercó, sus dedos temblorosos al tocar el documento.

Era verdad. Era real. Por fin.

Tomó la carpeta con cuidado, como si fuera de cristal, y salió de la casa, dejando el pollo asado a su suerte. El sol del atardecer teñía el cielo de naranjas y morados sobre los pantanos, pero Eleanor apenas lo notó. Su mente estaba a miles de kilómetros de distancia, en la bulliciosa ciudad, en la vida que la esperaba.

Condujo directamente a la pequeña oficina de correos de Belle Reve, que era poco más que un mostrador dentro de la única tienda de comestibles del pueblo. La anciana Maude, con sus rizos grises y sus gafas en la punta de la nariz, la saludó con una sonrisa sin dientes. La señora la reconoció de inmediato.

—Buenas tardes, cariño. ¿Qué te trae por aquí tan tarde?

—Necesito enviar esto, Maude —dijo Eleanor, intentando mantener la voz uniforme, pero la emoción vibraba en ella tan fuerte como una estampida—. Lo más rápido posible.

Maude tomó el sobre, que Eleanor había sellado con una generosa cantidad de estampillas. Miró la dirección: una oficina de abogados de alto nivel en Nueva Orleans.

Sus ojos se abrieron un poco.

—Ay, cariño, algo importante debe ser —dijo sonriéndole—. Te lo pondré en el primer camión por la mañana.

Eleanor asintió, una punzada de excitación recorriéndola. Mañana estaría lejos de Belle Reve, lejos de William, lejos de todo.

De regreso en casa de sus padres, la noche había caído y las luces del porche brillaban sobre el jardín. Entró, el olor a su madre cocinando algo frito inundando el aire.

—¿Y bien, Eleanor? —Loretta June estaba en la cocina, removiendo algo en una sartén. El General estaba, como de costumbre, en su sillón, leyendo el periódico.

Eleanor sonrió, una sonrisa genuina que no había usado desde que tuvo que dejar su vida en la ciudad para estar con William.

—Firmó —dijo emocionada—. ¡William firmó los papeles!

Loretta June dejó caer la cuchara en la sartén con un tintineo. Se giró, sus ojos redondos de incredulidad, luego una amplia sonrisa se extendió por su rostro igual que la pólvora.

—¡Bendito sea el cielo! —exclamó—. ¡Sabía que ese muchacho recapacitaría tarde o temprano! ¡Por fin! ¡Mi Eleanor libre!

La General arrugó el periódico.

—¿Firmó? ¿El muchacho Harding Blackwood firmó así sin más? —Parecía más confundido que otra cosa—. No sé, Ellie. Me parece raro. Pensé que no le gustaba la gente de ciudad.

—¡Papá, por el amor de Dios! —exclamó Eleanor, la paciencia agotándose—. ¡Es mi elección! ¡Mi vida! Y sí, firmó. Se dio cuenta de que no tiene más opción que dejarme libre.

El General suspiró, doblando el periódico.

—Bueno, supongo que sí. Eres mi hija, y si estás contenta, yo estoy contento. Aunque sigo pensando que los hombres de aquí son más... de fiar. Saben dónde están sus raíces.

—Gracias, papá —dijo Eleanor, la victoria saboreándola en su boca. Por una vez, no discutieron más.

—Así que... ¿vuelves a la ciudad, cariño? —preguntó Loretta June, pensando en la lista de invitados para la boda de Arthur.

—Mañana por la mañana —confirmó Eleanor—. Pero esta noche... esta noche quiero salir. Quiero un trago.

Loretta June la miró con recelo.

—Cariño, aquí solo tenemos el Salón del Caimán Cojo y el Bar de Bo, y no son lugares para una dama como tú.

—Lo que sea. Me da igual. Necesito celebrar.

Eleanor se dirigió a su antigua habitación. Se duchó, se puso un vestido sencillo, pero favorecedor, de color azul oscuro, y se maquilló con esmero. Quería verse y sentirse como la mujer que era, no como la que había sido en el pantano. Se roció con su perfume de vainilla favorito, ese mismo que William recordaba.

Salió de la casa, ignorando las últimas advertencias de su madre sobre los "peligros" de los bares de Belle Reve.

Necesitaba un trago. Necesitaba brindar por su libertad.




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