Estoy callendo, y callendo bajo, en el río que brota en la caída de una lagrima triste. Al oido el viento me susurra desde el dia en que tu te fuiste, que mi piel y mis caricias un día han de ser de una noche oscura, pasajera y con penumbra inaurada en depresión, con un poco de llanto y desolación.
No, le he dicho que no, y se ha enfadado, pero le sostengo que no, porque vendra otro y de otro serán mis brazos. Y si, mi amor, causante del más infame dolor, cuando al final te hallas cansado en naufragio y vengas corriendo a recuperar lo que ya hace tiempo te ha dejado de dejar espacio, te negare para poder quedar bien con aquel poema en que arranque tu nombre de mi piel.
¿Me llorarás? sabra Dios si me llorarás.
Pero atestiguando la deidad que tus lagrimas no pagarán, ni siendo en cantidad las mismas que se me han dejado escapar tanto de mis ojos como los sollozos de mis labios.
Alzaré un salud y mi bandera, y llegaré lejos siendo de nadie mientras lo soy de cualquiera.