Para volver a ti

"Tú".

Iris, su nombre, había sido elegido con sumo cuidado; de hecho, su madre había tardado cuatro meses más después de su nacimiento para elegirle un buen nombre. La cálida mujer había esperado con amor que su hija obtuviese un “valor” significativo en la alta sociedad de esa época y que no solo quedará como la única hija del primo del rey, el duque Brumby, quien no había logrado obtener el tan ansiado heredero para su ducado. 

Por desgracia, Iris lo sabía, ni ella en sus mejores sueños podría lograr que alguien la mirará como la próxima duquesa, al menos no sería ella la sucesora, sino su esposo, el cual ya había sido elegido cuidadosamente por su padre. Un hombre borracho, apostador y libertino. Iris podría decir sin temor a equivocarse que Frederick ya había pasado por cada burdel del pueblo y de sus alrededores, lo que siempre la tenía asqueada.  

Se rumoreaba que sus deudas de juego eran tales, que cuando se le propuso su casamiento con ella, ni siquiera lo había dudado. Aún seguía sin creer cómo todos podían decir que tal sujeto era un buen candidato para ella; era una total locura. 

El día temido al fin había tocado a su puerta, él estaba a tan solo media hora de llegar a pedir su mano formalmente, todos la habían preparado especialmente para ello con un vestido verde que se ceñía a ella como un guante, que hacía relucir su figura de reloj de arena, el escote dejaba ver su clavícula, donde reposaban uno sin número de rizos dorados, se sentía bellísima, pero era una lástima que fuese para él. 

Tic, tac... 

El reloj no dejaba de sonar, parecía el peor sufrimiento porque el que alguien podía pasar. Derivado de esto, ella salió huyendo. Sí, cuando tan solo faltaban diez minutos para la hora acordada, ella salió sin mirar atrás. ¿Con qué rumbo?, con uno que seguro la llevaría a su muerte. 

Jamás vayas al bosque... 

Decía su abuela Clarisse, y su advertencia se repetía una y otra vez mientras seguía corriendo, justo a ese lugar, el bosque, sabía que era un suicidio, porque las historias sobre ese lugar eran escalofriantes, desde brujas hasta seres come corazones, aunque en su nublada mente desesperada ella prefería eso que ser la mujer de Frederick Evenso.  

No sabía cuánto tiempo llevaba ya corriendo, pero imaginaba que habían pasado tan solo minutos, aunque ya no lograba ver la mansión Brumby desde ahí. Deseaba con toda su alma que nadie la hubiese visto salir del lugar, si no era seguro que la encontrarían. 

Justo cuando sus pensamientos estaban invadiendo su mente como sutiles pesadillas, el ruido de una hoja seca siendo pisada hizo su aparición. Cada vello de su cuerpo se erizó, y sus piernas parecieron de gelatina. Sus manos y mandíbula temblaban como si tuviese frío. Era obvio que estaba asustada, o bueno, mejor dicho, aterrada. No sabía si salir corriendo o darse la vuelta, porque ese sonido sin lugar a duda estaba detrás de ella. 

Salir corriendo había sido la mejor idea, pero justo cuando dio tan solo cinco pasos, unos enormes y fuertes brazos la tomaron por la cintura, impidiendo que huyera. Su primera reacción había sido gritar, pero, una de esas manos le cubrió la boca evitando que lo hiciera. 

— ¿Ibas a gritar? — Preguntó una voz rasposa y muy varonil, justo cerca de su oído, donde al mismo tiempo pudo sentir un aliento helado, casi como un suspiro. 

Ella por inercia lo negó. El corazón le latía como un loco, la respiración le faltaba y saben que es lo peor, que sentía que la loción del sujeto la tenía atontada del verbo <<huele tan exquisito que ni siquiera puedo pensar con claridad>>, al parecer era susceptible a desarrollar síndrome de Estocolmo. 

— Bueno, entonces creo que puedo soltarte — Afirmo la misma voz, dejando inmediatamente en libertad a la rubia, la cual sin pensarlo se dio media vuelta, encontrándose con un alto hombre, de increíble cabello negro y barba bien cortada, sin duda un ser sacado de un cuento de hadas. 

— Vaya... — Suspiro el hombre — Eres aún más hermosa de cerca — Soltó de pronto como si estuviese mirando la obra de arte más cara del mundo. 

Iris simplemente no dejaba de respirar torpemente, estaba tan sorprendida como asustada, no sabía si tomarse el tiempo para admirar el hermoso rostro del hombre o salir corriendo por su vida. 

— Cielo, respira, no te voy a comer — Afirmó con el hombre al notar que ella comenzaba a tomar un tono de piel un tanto preocupante. 

— ¿Cómo puedo estar segura de eso? —preguntó ella, intentando que su voz fuese la máscara posible. 

Él sonrió de forma tierna y comprensiva, parecía que se estaba pensando muy bien que responderle. 

— Porque eres ¡Tú! — Murmuró, tomándola a ella por sorpresa. 

— ¡Demuéstralo!! — Exigió Iris con un tono de voz poco habitual en ella.  

Estaba nerviosa, llena de pánico, completamente segura de que haber salido de la mansión había sido la mejor solución, pero no estaba preparada para asumir que ella era “eso” de uno de ellos, ¡no!, debía ser una locura, o una terrible confusión. 

— ¡¡Lo sabes!! — Exclamó él con voz melódica, mirándola ahora con más interés, si es que eso era posible. 

— Sí — Afirmó. 

Los ojos del pelinegro brillaban como dos estrellas del firmamento, al parecer saber que ella lo sabía lo tenía completamente emocionado, ella, por otra parte, no sabía cómo procesar el hecho de que este hombre estaba comenzando a desabotonarse la camisa con la intención de demostrar lo que había dicho. 

¿Y si era cierto?, ¿qué haría? La verdad en esos momentos no tenía ni una sola respuesta, y cuando sus ojos azules fueron testigos de cómo él comenzó a cambiar, adaptando una forma más de animal que de humano, su cabeza explotó (no literalmente). Pues presenciar eso era algo sacado del libro más loco de la biblioteca del reino. 

En cuanto terminó la increíble demostración, Iris ya no podía controlar su respiración, estaba tan atónita como extasiada. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.