Paradoja: Los viajes temporales del doctor Montes

Capítulo Especial: “Días aquellos”

Extractos de un pasado del doctor Montes.

La soledad de la nieve

Eran días de intensa nieve, los viejos robles y pinos del bosque estaban cubiertos muy cubiertos, la brisa inundaba el sector sin cesar, y las nubes no daban tregua para que se manifestara la luz del sol. Para mi fortuna, estaba en una cabaña de madera, hecha especialmente para estos climas. Me había preparado con muchas provisiones pensando que el invierno vendría muy duro.

Estaba ahí, cerca de la chimenea sentado en un viejo sofá, escribiendo mis viejas memorias del pasado con mucha nostalgia. Estuve escribiendo durante varios días, sin que nadie me interrumpiera, ni comunicara, ya que quería estar completamente solo en esta actividad, salvo por una llamada de unos viejos amigos que buscaban interrumpir este aislamiento con una salida para tomar algo, respuesta que de mi parte fue negativa.

Seguía escribiendo, no quería parar, a excepción de cuando el viejo reloj marcaba las 7 de la tarde y era el tiempo de un receso para comer.

Fui a la nevera y saqué unos huevos, los eché al sartén con un poco de aceite, a fuego lento, y los empecé a revolver. Posteriormente, lo coloqué en la mesa, junto con el pan amasado que me había preparado ayer. Me preparé un café con el agua que había hervido en la cocina a leña y me senté en el comedor.

Estaba a punto de servirme un pan con huevo, cuando una llamada interrumpió el momento. Eso me molestó e hice caso omiso. El celular no paró de sonar por un minuto. Luego, lo revisé y para mí sorpresa se trataba de una vieja amiga: Samantha.

Inmediatamente la llamé de vuelta y me contestó:

- Hola amigo ¿Cómo estás?

- Hola “Sa”. Ha pasado mucho tiempo desde que hablamos.

- Así es viejo amigo.

- ¿Y a qué se debe el honor de tu llamada?

- Escuché estás de “ermitaño” en el campo.

- Sí, en realidad me aislé para escribir una historia.

- ¿Te las estás dando de escritor?

- Para que veas que yo también puedo escribir una novela.

- Increíble. ¿Sabes? Me gustaría leerla algún día.

- Sí, tal vez te interese la historia, tanto como yo le estoy poniendo el interés.

- Genial.

Lo cierto es que no hablaba con Samantha desde que se fue al extranjero para reencontrarse con un viejo amor y anhelo: Jack.

- Oye, déjame decirte que estoy con Jack en Citytroy, alojando en el “New Ámsterdam”.

- ¿Cuándo volvieron a Chile?

- Hace un par de días, antes que nos atrapara la tormenta.

- Sí, esto no parará hasta mañana.

- Así es, y mientras estamos esperando, cenamos en el comedor del lujoso hotel.

- Excelente.

- Estábamos conversando con Jack, y queríamos proponerte una salida al centro de la ciudad para compartir más acerca de nuestras historias.

- ¿De verdad? Sería genial. Pero tendríamos que esperar hasta pasado mañana cuando la nieve cese y se derrita un poco.

- Genial.

No despedimos.

Posteriormente, me senté en el sofá, contemplando como el fuego alumbraba todo el salón en la oscuridad del invierno.

Luego pensé en aquellos nostálgicos días de la universidad junto a mis amigos: las salidas por la noche, los momentos de estudios, las tallas, los exámenes finales y la graduación… han pasado 15 años desde que Samantha se fue a EE.UU.

La calma vino por la noche, la nieve comenzó a dar tregua. Fui al baño de mi recámara, me coloqué un poco de crema de afeitar en el rostro y tomé la rasuradora, dándome algunas rastrilladas. Después, pude contemplar mi rostro afeitado en el espejo y me di cuenta que ya no era el joven de 20 o 25 años de antaño: me salieron algunas arrugas, “patas de gallo” en los ojos, algunas canas y una entrada notoria en la frente.

Posteriormente me cepillé los dientes y me fui a acostar a la cama, con un piyama de polar bien grueso y cubierto con frazadas grandes.

Extraña sensación

En un momento, desperté en mi antigua casa del condominio “The Roy”, creyendo que era parte del sueño. Fui al baño y me contemplé en el espejo: era el joven de hace 15 años atrás. Ante esa sensación, me iba dejando llevar por aquel sueño. Caminé al armario y me puse un buzo. Salí a andar en bicicleta. Después, me fui a bañar, tomé desayuno y me fui en dirección a la clínica “Saltos del Monte”, sin antes pasar a saludar a mi antiguo amigo Pedro en su taller, y a Cox, mi antiguo sostenedor laboral.

Llegué a la clínica y me encontré con Cote, enfermera y amiga de antaño. La jornada pasó rápido y empecé a conversar con el doctor Turner, Samantha y Cote. Acordamos salir a un concierto por la tarde-noche.




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