Paradoja: Los viajes temporales del doctor Montes

Capítulo XX: Regreso a casa

El joven de una vida normal

Soy Matías Montes Flores, nací en Citytroy en el año 1995. Soy hijo del prestigioso doctor Cristóbal Montes y de la famosa gimnasta Bella Flores. Debo reconocer que llevaba una vida muy feliz con ellos ya que tenía una vida muy acomodada y sana.

Nunca conocí a mis abuelos de parte de mi padre porque habían muerto mucho antes de que naciera, en una expedición en la Antártica. Aunque mi padre me mostraba algunas fotografías de jóvenes y adultos, y los describía como hombres temerarios, valientes y entregados a los demás, más que eso no sabía. Pero si pude conocer a los padres de mi madre a las afueras de la ciudad, en un campo saliendo hacía la depresión intermedia. Eran unos hermosos campos fértiles, con muchos animales de todo tipo, caminos especiales para andar a caballo y unas siembras de maíz, trigo, avena, papas, un montón de productos, en fin. Mi abuelo se llamó Oscar Bella y mi abuela se llamó Oriana Hueiquipan. Fueron cuidados por mi tía Roxana hasta sus muertes, después de eso, ella y mi madre heredaron todo el campo.

Desde niño fui forjando una amistad muy férrea con Pedro Osses y con María José Lee, de los cuales compartíamos en todas nuestras actividades: festivales, talleres, grupos de trabajo en clases y hasta las fiestas familiares y cumpleaños. Llegó un momento en que los tres tomamos caminos distintos que hizo que nos viéramos rara vez.

La época en que cursaba la enseñanza media tenía el respeto de mis compañeros y de los profesores a excepción de uno: Claude. Aunque traté de llevarme bien con él nunca pudimos establecer una buena convivencia en el aula, nunca supe el “por qué”. Él tenía una novia llamada Miranda. Debía reconocer que Miranda era muy hermosa pero no me sentía atraída por ella, eso se lo dejé muy en claro a Claude cuando ella se juntaba conmigo y en donde él se me acercaba nos veía y me increpaba, pero jamás faltaría a ese “código de honor”.

Para ser sincero, había otra persona que me gustaba más que otras su nombre era Stella. En principio, cuando la conocí, era una chica muy reservada y solo se relacionaba con su hermana Sofía. Stella era una bellísima chica de bellos ojos azules que te daba ese encanto de la típica chica italiana. El único disgusto era que tenía un estilo gótico y eso provocó una cierta distancia.

El 6 de junio del 2010 se abrió un parque de diversiones y esa vez invité a María José al lugar. Esa noche fuimos los dos y nos encontramos con su prima Miranda y fuimos a algunos juegos de básica entretención. Llegó un momento que me dieron ganas de subir a otros juegos con mayor intensidad, tuve la idea de invitar a ambas, pero María José rechazó la proposición ya que le tenía miedo a eso juegos. Miranda, por su parte, le pareció bien, pero decidió acompañar a su prima para que no sintiera sola. No me quedó otra que seguir solo a aquellos juegos.

Estaba recorriendo el lugar para subir a algún juego adrenalínico y entre la multitud me encontré con Stella cerca de la montaña rusa, esperando su turno para subir, ambos nos saludos cordialmente, como si fuéramos dos compañeros de clases que se pillan en un evento casual, pero, en el fondo, no fue hasta que ella me invitó a subir juntos a la montaña rusa por lo que accedí. Ambos nos subimos al carro y comenzó la diversión, gritamos como nunca y cuando terminó la diversión nos reímos de nosotros mismos por la manera de cómo disfrutamos y por lo despeinados que terminamos.

Seguíamos subiéndonos a juegos, yo diría a unos siete más, y terminamos casi hasta las doce de la noche, pero las ganas de subirnos a otros juegos no acabaron ahí. Fue ahí que nos percatamos que quedaron solamente los juegos didácticos y el túnel del amor. Yo dejé que ella eligiera y ella lo dejó a la suerte de la moneda: si salía cara íbamos a los juegos didácticos, si salía sello íbamos al túnel del amor. Ella lanzó una moneda al suelo y salió sello. Ambos quedamos impresionados por aquella suerte.

Subimos al túnel del amor, nuestras miradas no se cruzaban hasta que llegamos a la mitad del recorrido y en un momento veíamos todas las escenas románticas del cine, de la historia y del teatro que presentaba el recorrido. Cuando apareció la escena del beso de Romeo y Julieta en las escenas finales ella me comentó que esa escena era una de sus favoritas del teatro. Yo le decía que mi escena romántica favorita era el famoso beso que se daban los protagonistas del Titanic cuando el barco se hunde y le expliqué el “por qué”, ya que mostraba hasta qué punto puede llegar el amor a pesar de las dificultades y que el amor es para siempre. Stella se conmovió y ese instante nuestras miradas se cruzaron, nos contemplamos por unos minutos hasta que instintivamente, sin darnos cuenta, nos comenzamos a acercar, el uno al otro. Nuestros corazones estaban a mil, eso se podía escuchar cuando nos acercábamos más más y nos dimos un beso muy apasionado.

No paramos de besarnos, ni siquiera dejamos de hacerlo cuando nos bajamos del bote, ella sostuvo sus brazos alrededor de mi cuello y yo la tomé de la cintura y seguimos por unos minutos que parecieron. Pudieron haber sido más si no fuera que en un momento nos topamos con María José que nos quedó mirando con una gran impresión. Ambos nos dejamos de besar ya que esa observancia nos hizo recapacitar de nuestro éxtasis y ya que nunca en mi vida, y creo que también en la vida de Stella, había reaccionado de esa manera tan particular con una persona que apenas conocía en clases. Stella se despidió muy avergonzada y se fue corriendo del lugar, por mi parte la traté de detener, pero fue inútil. María José me miró con un rostro muy perturbado y le salieron algunas lágrimas y yo le pregunté el por qué, pero no me contestó nada, solo atinó en secárselas.




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