Ysabella
Estoy concentrada mirando mi película favorita, Viernes 13. Es el único sonido que llena toda la sala, cuando de repente la programación cambia. Odio cuando ocurre eso, ya que solo cambia para dar anuncios estúpidos.
—Interrumpimos la programación con una noticia de última hora —habla la locutora; su voz sale áspera, casi forzada, como si estuviera conteniendo algo. Eso llama mi atención y me quedo mirando la pantalla fijamente. —Una nueva ola de asesinatos ha ocurrido en el Hospital Sean Paulette, algo que ha alcanzado un nuevo nivel de horror. Cinco niños fueron encontrados sin vida esta madrugada. Todos ellos bajo el cuidado estricto del personal médico. Ninguno vio ni escuchó nada… O eso dicen.
Siento un escalofrío recorrer toda mi espina dorsal. Las luces parpadean por un instante, como si el televisor dudara en mostrar las imágenes. La imagen de la locutora cambia a un hospital rodeado de personas llorando desesperadamente, donde los focos de las patrullas parpadean como fuegos en la oscuridad.
—La policía ha bloqueado el área, pero hasta ahora no tienen pistas de quién pudo haber cometido tales atrocidades.
La palabra “atrocidades” resuena en mis oídos como una sentencia. El noticiero muestra la imagen de las cinco víctimas: niños pequeños, de unos cinco u ocho años, con rostros que parecen dormidos, pero la sangre manchando sus camillas dice otra cosa. Algo en sus rostros refleja el horror que vivieron.
Me revuelvo en el sillón sintiendo cómo mi pecho se aprieta, como si el aire en la sala hubiera sido absorbido por completo. Son imágenes desgarradoras. Mi mente desea apagar la televisión, pero no puedo moverme. Es como si algo me mantuviera allí, clavada en el asiento, obligada a ver esas imágenes que nunca deberían haber existido.
—Los rumores han comenzado a correr —continúa la locutora, su voz ahora más fría, casi mecánica. —Algunos testigos aseguran haber visto a una figura merodeando en los alrededores del hospital, pero la descripción es… confusa y algo descabellada.
Figuras… estaba acostumbrada a oírlas, pero nunca a verlas.
—Dicen que era alto, de piel pálida, y que sus ojos reflejaban al mismo diablo. Pero, como les dije, es algo confuso y nada creíble —espetó la locutora.
La imagen se corta, dejando solo un zumbido estático en la pantalla. Me quedo mirando fijamente, con el corazón golpeando en mis costillas, esperando a que la pantalla vuelva a presentar las imágenes, pero no ocurre. Maldita antena.
De repente, el chirrido de la puerta principal me espanta, pero las voces y risas de mis padres me alivian; es el indicador de que acaban de llegar. Me quedo inmóvil, mis ojos se vuelven a clavar en la pantalla vacía, incapaz de despegarme de ella, aun tratando de asimilar lo que ha ocurrido. Hasta que la voz de mi padre me saca del trance.
—¡Cariño! —grita mi padre desde la entrada. —¡No vas a creer la fiesta a la que hemos ido! ¡Qué desastre, pero fue divertidísima!
El golpe de los tacones de mi madre resuena en la madera, mientras la voz grave de mi padre se mezcla con la suya, riendo por alguna broma que no alcanzo a captar. Todo en ellos grita felicidad, despreocupación, como si no hubiera visto hace unos minutos esa horrible noticia de esos pobres niños.
Mantengo mi mirada en el pasillo, esperando la entrada de ambos, hasta que su figura se impone ante mí.
—¿Qué estás viendo, corazón? —pregunta mi madre al entrar al salón, su sonrisa tan amplia como siempre, mientras se saca los zapatos de tacón. —¿Otra película de terror?
No puedo responder porque mis ojos se vuelven a posar en el televisor, que aún solo muestra la estática. Siento un sudor frío recorrerme la espalda. Quise decirles lo que vi, pero mi voz no sale. Aun me encuentro en shock. No hace mucho que empezaron a ocurrir estos asesinatos. Empezaron a aparecer personas muertas; claro, eran uno a la vez, luego pasaba un tiempo y volvía a aparecer otro, pero esta vez fueron cinco niños.
—¿Estás bien? —pregunta mi padre. Lo miro y veo que ha dejado su chaqueta en una silla y viene hacia mí. Su expresión cambia ligeramente a una de preocupación mientras se acerca. —Tienes la cara blanca como el papel, como si hubieras visto un fantasma. ¿Qué pasa?
Doy un suspiro antes de hablar.
—Veía una película de terror, y cambiaron para dar el noticiero… dijeron que mataron a unos niños en el hospital. —Mis palabras salen entrecortadas; mi garganta ya está seca.
No comprendo por qué razón me causa tanto horror esas muertes, si cuando pasaron las anteriores no sentí nada.
—¡Oh, cielo! No deberías ver esas cosas —interrumpe mi madre, sin dejarme terminar. —¿Qué te he dicho sobre quedarte hasta tarde? Vete a acostar, y deja de ver la televisión que solo logra ponerte paranoica.
—No, madre, ver eso no me pone paranoica. Estoy bien, soy adulta y puedo ver lo que quiera. Eso no me afecta.
Mi padre, por su parte, frunce el ceño, como si tratara de entender mi actitud. Se acerca al televisor y lo apaga de golpe.
—Ya basta de eso, Ysabella —dice él con firmeza. —No hay nada de qué preocuparse. Seguro es algún loco suelto, y la policía ya lo encontrará —espeta mi padre molesto. Mi madre solo asiente.
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Editado: 03.11.2024