Ysabella
No había transcurrido ni dos días desde que pasaron los asesinatos de los niños, cuando decidí que no podía quedarme tranquila de brazos cruzados. El asesino sigue libre, y la policía no parece tener ninguna pista. Los reportes en las noticias solo alimentan mis nervios, y una paranoia comienza a surgir.
—Voy al hospital. Trabajo voluntario —le digo a mi madre, intentando sonar despreocupada mientras ella revisa el periódico. Me mira por encima del hombro con una leve sonrisa.
—Qué bien, cariño. Te va a venir bien —dice con una sonrisa. —Así no piensas en esas cosas todo el tiempo.
Sonrío forzadamente, pero no digo nada. La verdad es que esas "cosas" son exactamente lo que tengo en mente.
Apenas llego al hospital, la atmósfera me envuelve; el olor a desinfectante llena mis fosas nasales. El lugar tiene algo escalofriante, una energía pesada, como si todos supieran que algo terrible ha ocurrido, pero nadie quiere decirlo en voz alta.
Camino por los pasillos con una bata blanca prestada, observando todo a mi alrededor. Las enfermeras parecen tensas, murmurando entre ellas.
—¿Has visto a Matthews hoy? —pregunta una de ellas en un tono bajo, pero lo suficientemente alto para que yo lo escuche.
—Sí, estuvo en el quirófano toda la mañana… pero dicen que llegó tarde otra vez —responde la otra, nerviosa.
Mis oídos se afilan al escuchar el nombre. Doctor Matthews. El cirujano estrella del hospital, siempre sonriente, siempre tan... perfecto. Algo en su perfección me pone los pelos de punta. Decido acercarme, buscando excusas para hablar con la gente. Camino hasta la recepción, donde una enfermera joven está archivando papeles. Parece distraída, nerviosa, como si su mente estuviera en otro lugar.
—Hola —digo, intentando sonar casual. —Soy nueva aquí, trabajo voluntario. ¿Sabes qué ocurrió exactamente en el área pediátrica? Dicen tantas cosas en las noticias que ya es difícil saber qué creer.
La enfermera levanta la vista, y su rostro se empalidece por un momento antes de forzar una sonrisa.
—Oh… eso… sí. Fue horrible. —Su mirada se desvía hacia los papeles, evitando el contacto directo—. Pero no deberías preocuparte por eso. Las autoridades están a cargo… ya sabes.
—¿Sabes algo que no se haya dicho? —pregunto, inclinándome un poco más hacia ella.
Su sonrisa se desvanece por completo. Mira a su alrededor, como si temiera que alguien estuviera escuchando, y vuelve a verme.
—No... no sé nada. Es mejor no hablar de eso. Solo sigue haciendo lo tuyo y... mantente fuera de problemas.
Hay algo en la forma en que lo dice, algo en su tono que me da escalofríos. Antes de que pueda insistir, otra enfermera se acerca, y la conversación se corta. Decido que es mejor no seguir presionando. Aún no.
Continúo caminando hasta el área pediátrica. El área está cerrada, con cinta amarilla de la policía, pero desde donde estoy puedo ver las habitaciones vacías. Me quedo allí, observando la escena del crimen, tratando de imaginar cómo alguien podría entrar y salir sin ser visto.
Justo en ese momento, escucho pasos detrás de mí. Me giro rápidamente y veo al doctor Matthews caminando hacia mí, su rostro iluminado por una sonrisa tan amplia que parece falsa.
—¿Todo bien por aquí? —pregunta, con su voz suave y cálida.
Asiento lentamente, intentando ocultar mi incomodidad.
—Sí, solo… me detuve a mirar. Es difícil no sentir curiosidad después de lo que ha pasado aquí.
Matthews se acerca un poco más; su mirada es penetrante. Por alguna razón, siento que me está analizando, como si intentara medir mis intenciones.
—Es un caso triste, sin duda —dice. —Pero no deberías preocuparte demasiado. La policía se encargará. Estas cosas... suelen resolverse solas.
Sus palabras, aunque tranquilizadoras, suenan vacías. Algo en su tono me hace sentir que no está siendo completamente sincero. Quiero preguntarle más, pero me detengo. No puedo dejar que sepa que estoy sospechando de él.
—Eso espero —respondo, forzando una sonrisa antes de dar un paso hacia atrás.
Nos quedamos en silencio un segundo más, antes de que él haga un gesto con la cabeza y siga su camino. Lo observo alejarse, sintiendo un frío intenso en la nuca. Es como si supiera algo. Como si hubiera algo más detrás de esa perfecta fachada.
Cuando finalmente salgo del hospital, no puedo sacarme de la cabeza lo que he visto. Las conversaciones que he oído. Cada rostro, cada gesto me parece sospechoso. No se puede confiar en nadie.
Encerrada en mi habitación, repaso mentalmente todo lo que he observado. Los médicos, las enfermeras, incluso los guardias de seguridad. Cualquiera de ellos podría ser el asesino. Podría estar más cerca de lo que imagino.
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Editado: 03.11.2024