Ysabella
Creo que sí, que me estoy volviendo loca, y mi paranoia aumenta cada vez más y me carcome la mente. No puedo dejar de pensar en lo que no recuerdo, en las sombras que me rodean, en las noches que desaparecen de mi memoria, como si alguien las arrancara con furia. ¿Qué es lo que me está pasando?
De repente, escucho un sonido como un bip y busco por toda mi habitación hasta que encuentro mi beeper, que, la verdad, había olvidado bajo la cama. Al revisarlo, veo un mensaje de Lucas. ¿Lucas? Por un momento me quedo atónita al recordarlo. Es mi novio. Dios, ni siquiera he pensado en él en semanas. Mi mente ha estado tan envuelta en este infierno que lo olvidé por completo.
Mi cerebro, cada vez más dominado por la paranoia, empieza a susurrarme que algo no está bien. ¿Por qué no lo he visto? ¿Por qué no ha aparecido en medio de todo esto? ¿Acaso él tendrá algo que ver con los asesinatos? ¿Y si mi propio novio es el responsable?
Con todas esas preguntas rodando en mi cabeza, salgo de la habitación hasta llegar a la sala y agarro el teléfono. Tengo que llamar a Lucas, saber dónde ha estado todo este tiempo. Mi respiración se acelera y, antes de darme cuenta, marco su número de casa. Suena una, dos, tres veces, pero no contesta, y eso me desespera.
Me canso de llamar a su casa, pero nada, no contesta, y eso es demasiado sospechoso. De regreso a mi habitación, agarro el beeper y le envío un mensaje: «Tenemos que hablar, llámame, es urgente». Regreso a la sala y me quedo pegada al teléfono, esperando la llamada. La ansiedad me está matando; necesito hacerle muchas preguntas.
No sé cuánto tiempo transcurre, solo sé que un espantoso sonido me sobresalta y abro los ojos. Estoy en el sofá. No recuerdo bien por qué estoy aquí, hasta que el teléfono comienza a sonar y recuerdo a mi novio.
—¿Hola? ¿Lucas? —mi voz sale más ronca de lo normal.
—¿Hola? ¿Ysabella? —dice con tono confuso.
—Lucas... —mi voz suena temblorosa. —Tenemos que hablar.
Hay una pausa del otro lado de la línea.
—¿Estás bien? Hace rato que llamo e intenté comunicarme contigo estos últimos días, pero tus padres siempre me contestan que no estás. Estaba preocupado.
No puedo evitar que todo lo que ha pasado invada mi mente y que mi novio sea sospechoso por no estar aquí.
—¿Preocupado? —digo, entrecerrando los ojos, aunque él no pueda verme. —¿Dónde has estado? ¿Por qué no has estado aquí?
—¿De qué hablas? Te dije que iba a salir de la ciudad por mis padres, ¿no lo recuerdas? —Lucas parece desconcertado, lo noto en su tono.
¿Padres? ¿Me lo dijo? Las piezas no encajan. Mi mente no logra ordenar los eventos.
—No... no lo recuerdo —admito, mordiendo mi labio inferior, sintiendo el peso de la duda sobre mis hombros—. No me lo dijiste. No me dijiste nada. ¿Cómo puedo saber que me dices la verdad?
Silencio. Un silencio pesado que solo alimenta mis sospechas.
—¿Qué demonios está pasando contigo? —su tono cambia. Está molesto. —Te lo dije antes de irme. Te envié mensajes. Te llamé varias veces a casa. ¿Cómo es posible que no lo recuerdes? ¿Qué te pasa?
—Quiero pruebas —respondo. Mis palabras suenan más fuertes de lo que pretendía. Estoy fuera de control—. Si realmente estabas fuera de la ciudad, quiero pruebas. ¡Demuéstramelo! ¡Demuéstrame que no eres el asesino! ¡Que no eres sospechoso!
Lucas se ríe, pero no es una risa de diversión; es amarga, incrédula.
—¿Pruebas? ¿Me estás pidiendo pruebas de que no soy un maldito asesino? —grita, furioso. —¡Estás paranoica! ¡No sé qué te ha pasado, pero no soy uno de tus malditos sospechosos!
—¡No estoy paranoica! —replico, aunque la verdad es que sí lo estoy. —¡Las cosas no tienen sentido! Hay noches que no recuerdo, gente que desaparece y muere, y tú... tú no estabas aquí. ¡Necesito saber si puedo confiar en ti!
El silencio que sigue es brutal. Finalmente, oigo su respiración pesada antes de que hable.
—Jódete, no tengo que demostrarte nada. Terminamos. No puedo estar con una loca paranoica que no confía en mí. —Su voz es fría, pero aún puedo sentir la decepción que la envuelve.
Cuelga antes de que pueda decir algo más. Me quedo ahí, con el teléfono en la mano, que está temblorosa, sintiendo el peso de la culpa aplastándome el pecho. ¿Qué estoy haciendo? Me desplomo en el sofá, agotada. Lo he arruinado. Lo estoy arruinando todo. Pero no sé por qué no puedo parar.
¿Qué está pasando conmigo? Siento que estoy a punto de quebrarme, que estoy al borde de la locura. ¿O quizá ya lo estoy?
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Editado: 03.11.2024