Ysabella
El eco de la discusión de hace unas horas con Lucas aún resuena en mi mente. Sus palabras, su tono lleno de decepción y rabia, se quedan grabados en mi conciencia. Lo peor de todo es que tiene razón. Estoy paranoica. No sé en qué momento me convertí en esta versión retorcida de mí misma, pero algo dentro de mí se rompió, y no sé cómo arreglarlo.
Me siento atrapada en mi propia cabeza, como si una tormenta furiosa estuviera siempre presente, desmoronando cada fragmento de lógica que intento agarrar.
Me asusta mirar el reloj y ver las horas que faltan para que caiga la noche. La oscuridad se ha convertido en un monstruo que devora mi mente, y con cada anochecer, me acerco un paso más a la locura.
Hoy no es diferente.
La noche ya ha caído, y siento cómo la ansiedad se instala en mis huesos y atraviesa mi mente. Me siento en el sofá, tratando de convencerme de que no debo salir. De que no debo seguir buscando respuestas donde solo hay oscuridad. Pero no puedo resistirme. Algo me llama. Algo me arrastra hacia fuera.
El reloj marca la medianoche cuando finalmente me pongo en pie y me visto con ropa más cómoda. Voy a salir. Necesito respuestas, aunque me estén destrozando. No tengo un plan. Solo tengo esta obsesión, esta necesidad de saber quién demonios es el asesino. Verifico la habitación de mis padres y ambos duermes profundamente.
Salgo cuidadosamente sin hacer ruido, el frio se apodera de mis huesos, pero no me retracto y camino. Mis pasos me guían casi de manera automática. No sé a dónde voy, pero mi cuerpo parece saberlo mejor que yo.
Me detengo cuando llego al final de mi calle, observo a mi alrededor en busca de algo, alguna pista, pero nada. De repente las luces de una de las casas se encienden. Me quedo observando a ver si alguien sale, pero no pasa nada. Mis sospechas ahora recaen sobre uno de los vecinos, que hasta el momento había pasado desapercibido, el señor Varrick.
Recuerdo haberlo visto por la televisión rondando cerca del lugar donde encontraron a Lisa y al doctor Matthews. ¿Qué hacía ahí? No es que haya algo extraño en él... al menos no lo parecía antes, pero ahora, con mi mente rota, todos parecen culpables.
—No puedo confiar en nadie. —murmuro para mí misma mientras me acerco hacia su casa.
Llego al frente de su vivienda, las luces ya están apagadas. Tal vez se fue a dormir, pero decido tocar la puerta de todas formas. Mi mano tiembla al golpear la madera.
Nada. Silencio.
Toco otra vez, más fuerte. Escucho un ruido en el interior, pasos que se acercan, y mi corazón salta en mi pecho.
La puerta se abre, y allí está él, el señor Varrick. Su rostro se ilumina al verme, pero yo siento que me falta el aire. ¿Es él? ¿Es él quien ha estado detrás de todo esto?
—¡Oh, querida! —dice con su habitual amabilidad. —No esperaba verte a estas horas. ¿Todo está bien?
No puedo evitarlo. Algo dentro de mí grita que huya.
—Solo... Solo quería ver si estabas bien. —tartamudeo.
Varrick frunce el ceño, confuso.
—¿Por qué no lo estaría?
Lo miro a los ojos, intentando encontrar alguna señal de culpabilidad, algo que delate lo que creo que está escondiendo. Pero no hay nada. Solo la mirada de un hombre mayor, amable, que parece genuinamente preocupado por mí.
Me siento una tonta. Quizás todo es mi mente jugando conmigo.
—Lo siento, no sé por qué estoy aquí. —contesto, apretando los labios. Empiezo a retroceder, sintiendo que he cometido un error. De nuevo.
—No te preocupes, querida. —Varrick sonríe, pero es una sonrisa que ahora, para mí, parece cargada de algo que no puedo descifrar. —Si alguna vez necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.
Asiento, y antes de que pueda decir algo más, me doy la vuelta y me alejo, sintiendo sus ojos en mi espalda. No es él. Lo sé. Pero algo sigue oliendo mal.
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Editado: 03.11.2024