Ysabella
Ha pasado una hora desde que mi padre salió de mi habitación, dejándome totalmente perdida en mis pensamientos, mirando la pared con todos los sospechosos. No puedo dejar de pensar en los asesinatos, en esos niños. Tampoco creo en nada de lo que dijo mi padre. Sé que él es culpable y necesito demostrarlo.
Mientras el silencio reina en mi habitación, los pensamientos en mi cabeza son como una tormenta. Algo se me está escapando, algo clave para demostrar que mi padre es el culpable y poder denunciarlo. Me revuelvo en la cama, tratando de encontrar una explicación a todo.
Entonces lo escucho. Un murmullo suave pero claro. Me congelo, mis oídos atentos. No es parte de mis pensamientos, lo sé; no estoy loca. Me levanto lentamente de la cama, intentando seguir el sonido. Viene de abajo.
Con el corazón en la garganta, abro la puerta de mi habitación, caminando por el pasillo como una sombra. El murmullo se hace más fuerte, más claro. Es la voz de mi padre. Está hablando con alguien por teléfono.
Bajo las escaleras, cada peldaño cruje bajo mis pies, y me detengo justo antes de llegar al último. Desde aquí puedo escuchar mejor.
—No, todo está bajo control —la voz de mi padre sale baja pero firme. —Disfruta, no tienes que venir, o sospechará.
¿Sospechará? Mi corazón late desbocado.
—Es solo cuestión de tiempo antes de que todo vuelva a la normalidad. No te preocupes.
Me acerco lentamente al salón, lo suficiente para poder ver a mi padre. Está de pie, con el teléfono en la mano, y su rostro está serio, más de lo que jamás lo he visto.
—Sí, confía en mí. Todo está controlado. Recuerda que no debemos presionarla o podría empeorar. Solo espera que pronto sea la misma. Nuestra nena.
Está hablando de mí. ¿Quién es la persona con la que habla? ¿Qué es lo que controla? Siento que me falta el aire, que el suelo debajo de mí está a punto de desmoronarse. Retrocedo lentamente hacia las escaleras, pero lo que escucho me paraliza.
—Ya te dije, si intenta huir la vuelvo a dormir y, esta vez, tendré que amarrarla o nos meterá en serios problemas con su locura.
Mi mente se dispara en todas direcciones. El miedo recorre todo mi cuerpo al escuchar sus palabras. Lo sabía, en verdad me inyectó para dormirme, y es el asesino. Debo enfrentarlo otra vez. Pero esta vez... esta vez tengo miedo de lo que podría pasar.
Subo a mi cuarto de nuevo, el miedo cada vez más profundo en mi pecho. Ya no lo soporto más. Tengo que salir, ir a la estación de policía y decir todo lo que sé y descubrí. Mi padre debe pagar por todo lo que ha hecho.
Agarro todas las notas, las fotos y las meto en mi bolso. Cuidadosamente salgo por la ventana. El frío golpea mi rostro con brusquedad, pero eso no evita que siga mi camino. Bajo con cuidado para no tropezar. Al llegar al suelo, comienzo a correr sin mirar atrás.
Mientras corro por las solitarias calles, no puedo evitar detenerme al escuchar que me llaman. Mi mirada va en todas direcciones en busca de quién me ha llamado, pero no veo a nadie.
De repente, el rostro de Henry, pálido como la muerte, se cierne sobre mí. Esto no puede ser real. Mi respiración se vuelve errática, el frío se cuela en mis huesos y el terror me paraliza. Henry está muerto. ¿Cómo puede estar aquí, frente a mí?
—¿Por qué huyes? —su voz, tan suave, tan familiar, pero cargada de una frialdad que jamás había escuchado en él.
Intento dar un paso atrás, pero mis piernas no responden. Es como si el suelo mismo me estuviera atrapando.
—Henry... —susurro, temblando. —Tú... tú no deberías estar aquí. Estás muerto.
Una sonrisa se dibuja en su rostro. No parece un fantasma. Su semblante es tan real, tan tangible. Me siento como si el mundo se estuviera desmoronando a mi alrededor.
—¿Y qué significa eso? —pregunta, dando un paso hacia mí. —En este juego, la muerte no es el final, Ysabella. Es solo una transición.
Mi mente está al borde del colapso. Nada de lo que dice tiene sentido. ¿Es posible que ya esté completamente loca? ¿Que mi mente esté jugando trucos en mí después de tanto estrés, tanta paranoia? Aparto la vista de él, buscando alguna señal de alguien que me ayude. Pero todo a mi alrededor grita soledad; no hay nadie.
—¡No! —grito finalmente, el terror convertido en furia. —¡No puedes ser real! ¡Esto no es posible!
—¿Real? —Henry se ríe, un sonido que me provoca escalofríos. —¿Qué es lo real, Ysabella? Lo que ves o lo que sientes. Tal vez deberías preguntarte a ti misma por qué sigues viva... mientras los demás no lo están.
Sus palabras son una daga que atraviesa mi corazón.
—¿Qué... qué significa eso? —pregunto, incapaz de ocultar el temblor en mi voz —¡Dímelo!
Henry da otro paso hacia mí, su presencia es agobiante. Pero antes de que pueda responder, una luz brillante me ciega. El sonido de un coche acercándose rompe el silencio de la noche. Las luces del vehículo iluminan el camino, y cuando vuelvo la vista hacia Henry, ha desaparecido.
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Editado: 03.11.2024