Ysabella
Estoy sentada frente a mi padre en la oscuridad de la sala, esperando respuesta. En todo el trayecto a la casa he estado inquieta; tener a mi padre cerca altera mis sentidos. Pero me mantuve firme, no debo demostrarle miedo, debo ser fuerte y más inteligente.
Ambos nos vemos fijamente, ninguno dice nada, llevamos minutos en silencio. Él se mantiene tan tranquilo, como si ser asesino fuera algo normal y tener a su única hija prisionera fuera la mejor idea.
—¿Para dónde pretendías ir con todo eso? —pregunta, su voz relajada, pero con un leve matiz de incomodidad, mientras señala mi bolso donde están las fotos de todos mis sospechosos, incluyéndolo.
Me pongo de pie, mis manos sudorosas apretando los puños. La rabia y el miedo me recorren, pero no puedo detenerme ahora.
—Sé que eres el asesino, papá. Todo esto... los cuerpos, los niños... Tú has estado detrás de todo. Ya no tienes que ocultarlo —digo con voz temblorosa, pero firme.
Sus ojos se ensanchan apenas un segundo, pero rápidamente su rostro adopta una máscara de calma imperturbable. Da un paso hacia mí, como si mi acusación fuera un mero malentendido.
—No sé de qué hablas, cariño —habla suavemente, como si intentara calmarme. —Estás agotada, necesitas descansar. Todo esto te está afectando.
—¡No me trates como si estuviera loca! —grito, las lágrimas comenzando a correr por mi rostro. —¡Te escuché, papá! Hablabas con alguien, diciendo que todo estaba bajo control. Que me ibas a matar. Te vi en el hospital planeando algo. ¡Tú mataste a esas personas!
El silencio que sigue es aterrador. Por un momento, pienso que va a negarlo nuevamente, pero en lugar de eso, su rostro cambia. Una frialdad aterradora cruza sus ojos.
—¿Y qué piensas hacer con eso? —su tono ahora es bajo, amenazante. No es el hombre que conocí toda mi vida. Es como si una máscara hubiera caído.
Mi corazón late desbocado. He despertado algo oscuro en él. No hay marcha atrás.
—Voy a contárselo todo a mamá. Ella tiene que saber lo que has hecho —mi voz sale temblorosa.
—¿Mamá? —dice con una risa fría y cruel. —¿Tú crees que tu madre no sabe nada? —su pregunta me deja en shock.
En ese momento, la puerta principal se abre de golpe, y mi madre entra, su rostro iluminado por la luz tenue de la entrada. Su expresión es tranquila, como si todo estuviera en orden, pero al verme llorar y a mi padre con esa actitud, su ceño se frunce.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunta mi madre, acercándose. Su tono es firme, autoritario, como si estuviera acostumbrada a tomar control de cualquier situación.
—¡Mamá, papá ha estado matando gente! —grito, la desesperación en mi voz es palpable. —Él ha estado involucrado en todos esos asesinatos... los niños, Lisa, el doctor, Henry... ¡Todo esto es culpa de él!
Mi madre se detiene, su mirada fija en mí. Su silencio es más aterrador de lo que esperaba. Esperaba que se horrorizara, que me abrazara y me dijera que todo estaría bien, que me protegiera de mi propio padre.
Pero no sucede. En cambio, su rostro se endurece. Sus ojos pasan de mí a mi padre, y entonces, algo que jamás habría imaginado ocurre.
De repente, mi madre se lanza sobre mi padre y le da una bofetada brutal; el sonido del golpe retumba en la sala.
—¿Cómo pudiste? —grita ella, su voz teñida de furia. —¿¡Cómo pudiron matar a Henry sin mí!? ¡Sabes que tenemos que hacerlo juntos! ¡Esto es un pacto y todos debemos participar! —exclama ella.
Mi mundo se detiene.
¿Henry? Mi mente tarda en procesar lo que acaba de suceder. Mis padres... ¿un pacto?
Los observo con horror mientras mi madre continúa gritando, pero ahora lo está haciendo porque ella quería estar involucrada en el asesinato de Henry. Quería ser parte de ello. Mi cuerpo se queda inmóvil, congelado por el miedo. Esto no puede estar pasando.
Mi padre, lejos de defenderse, la toma por los hombros y la mira intensamente.
—Lo siento, amor —habla con un tono que me revuelve el estómago. —No queríamos dejarte fuera, pero fue un error, lo admito. No volverá a suceder.
Mi madre lo mira furiosa un segundo más, y luego, de repente, lo agarra por la camisa y lo besa. Lo besa con una pasión monstruosa.
Siento el vértigo invadiéndome. Mis padres... están detrás de todo esto. Mis manos temblorosas cubren mi boca, intentando contener el grito de terror que amenaza con salir.
Se separan, respirando pesadamente, y entonces me miran. Ambos, con expresiones de satisfacción. Sus ojos, fríos y oscuros, ya no tienen la calidez que una vez conocí. No son mis padres.
—Hija —dice mi madre, limpiándose la comisura de los labios. —Al fin te diste cuenta. Ya no aguantábamos más seguir actuando —espetó con una sonrisa maliciosa.
No puedo procesar lo que acaba de ocurrir. Mi mente da vueltas, tratando de encontrar una explicación a toda esta locura. Pero nada.
—No, no... —susurro, retrocediendo un paso. —Ustedes... no, no puede ser.
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Editado: 03.11.2024