Ysabella
Mis padres se quedan quietos, sus miradas fijas en mí, como si esperaran que algo dentro de mí reaccionara a lo que acaban de revelar. Pero lo único que siento es un abismo creciente, una grieta que se ensancha en mi mente, separándome de la realidad.
—No... —mi voz apenas es un susurro. —Todo esto es mentira. Ustedes están... ustedes están locos.
Mi madre suspira, como si estuviera cansada de mis negaciones.
—No es mentira, querida —habla con un tono suave pero firme. —Lo sabes. En el fondo de tu ser, lo has sabido todo este tiempo. Por eso tus recuerdos se han distorsionado, por eso tus emociones están fuera de control.
—No... —repito, pero no puedo sostener mi propia negación.
Mi padre da un paso adelante, cruzando los brazos frente a su pecho. Hay algo en su postura, algo frío y decidido que nunca había visto antes. Este no es el hombre que creía conocer.
—Es hora de que dejes de actuar como una niña perdida, como si no supieras quién eres en realidad —espetó, su tono es severo, autoritario. —Ya basta de este teatro. Queremos que tu verdadera personalidad salga a la luz. Que seas nuestra niña de siempre.
—¿Mi... qué? —mi mente intenta asimilar sus palabras, pero cada frase que pronuncian parece más absurda y aterradora que la anterior. —No sé de qué están hablando. ¡Yo no soy como ustedes!
—Sí lo eres —responde mi madre, su voz suave como una caricia venenosa. —Y lo has sido todo este tiempo. Todo lo que has vivido, esas lagunas mentales, esos episodios... no son accidentes. Son parte de ti. Lo que pasa es que no lo recuerdas porque has reprimido la verdad.
—¡No! —grito, retrocediendo, pero la pared detrás de mí me impide escapar.
—¿No te has dado cuenta? —insiste mi padre, su voz llenándose de una calma terrible. —Cada vez que has tenido uno de esos "desmayos", has estado con nosotros. Has visto todo. Has participado en todo. Y a veces te he tenido que dormir para que no cometas la estupidez de decir las cosas.
—Eso es mentira —susurro, sintiendo cómo el miedo crece dentro de mí, como si una mano fría me apretara el corazón—. Yo no haría algo así... jamás.
—Claro que lo harías —mi madre sonríe tristemente. —Y lo has hecho. Pero después, tu mente se bloquea y olvidas todo porque aún no puedes aceptar lo que realmente eres.
Mis rodillas tiemblan. No puede ser verdad. No puede ser cierto lo que están diciendo. Yo no soy un monstruo. Pero entonces, recuerdo los momentos en los que desperté sin saber cómo había llegado a casa, los sueños confusos, las voces en la oscuridad que parecían tan reales... ¿Y si no eran sueños?
—Hemos tenido que fingir, por ti —continúa mi padre, su mirada afilada. —Cada consejo que te hemos dado, cada vez que te hemos protegido, lo hicimos sabiendo que en cualquier momento podías recordar todo y arruinarlo. Hemos caminado sobre una cuerda floja para mantenerte en la oscuridad, pero ya es suficiente. Es hora de que despiertes.
—No... —mi cabeza gira con fuerza, tratando de expulsar las imágenes que me invaden. —Ustedes... ¡ustedes están mintiendo!
—¿De verdad piensas que nos dedicamos a matarlos sin ti? —pregunta mi madre, su voz ahora cargada de cierta frustración. —Has estado allí, con nosotros. Siempre has sido parte de esto. Pero cuando la culpa o el miedo te invaden, lo olvidas. Es tu mecanismo de defensa. Pero ya no puedes seguir huyendo de lo que eres.
El nudo en mi estómago crece. Mi corazón late con fuerza, golpeando mi pecho como si quisiera escapar. No puede ser cierto. Pero algo dentro de mí, una parte oscura y enterrada, comienza a desmoronarse.
—Lo recuerdas, ¿no? —mi padre da un paso adelante. —Piensa en Lisa y el doctor Matthews. Piensa en los niños de la escuela. Tú estuviste allí.
No puede ser. Pero cuando cierro los ojos, las imágenes empiezan a aparecer. Fragmentos. Instantes. Manos que no son las mías... pero lo son.
—No... —repito, con el cuerpo temblando—. Eso no es verdad. No es verdad...
—Siempre lo has sabido —mi madre me mira con un gesto de comprensión cruel. —Por eso, cada vez que te sentías perdida, nos preguntabas. Nos buscabas. Porque en el fondo sabías que ya tenías la respuesta. Solo que no querías aceptarlo.
Me llevo las manos a la cabeza, intentando bloquear las voces, los recuerdos que comienzan a surgir como una corriente imparable. Yo no soy una asesina.
—Estás recordando, ¿verdad? —mi padre dice con una sonrisa torcida. —Lo que has hecho.
Mis manos tiemblan. Las risas. El dolor. Los gritos.
—¡No! —grito, incapaz de soportar lo que mi mente me está mostrando. —¡No soy yo! ¡No soy yo!
Pero mis padres no parecen sorprendidos. Mi madre se acerca, me toma el rostro con ambas manos, obligándome a mirarla directamente a los ojos.
—Ya es hora de que lo aceptes —dice con una voz suave pero firme. —Tú nos ayudaste a matar a todos ellos. Eres tan culpable como nosotros.
Sus palabras me golpean como un mazo, pero aún no puedo aceptar lo que dice. No puedo ser parte de esto. No puedo haber hecho todas esas cosas.
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Editado: 03.11.2024