Paranoia

Capitulo 17 - Recuerdo Revelador

Ysabella

Mis padres se quedan allí, mirándome. Ya no se molestan en esconder la verdad. No hay más máscaras. El calor de sus miradas, la manera en que sus ojos me observan, como si estuvieran esperando a que finalmente yo misma recuerde lo que ellos saben desde siempre.

—Tú lo hiciste —repite mi padre con la misma voz suave de antes, pero esta vez hay algo casi amoroso en su tono. —Tú mataste a Henry.

Mi cuerpo se estremece al escuchar su nombre. Henry.

—No… —mi voz es apenas un susurro, pero algo en mi interior está cambiando. Algo en mí, algo enterrado profundamente, empieza a moverse, a desenterrarse. —Yo no… yo no lo maté.

Pero la certeza en sus ojos, la forma en que me miran, me hace sentir que estoy mintiéndome a mí misma. ¿De verdad estoy tan segura? Mi mente comienza a retroceder, buscando desesperadamente la verdad.

—Recuerda, cariño —dice mi padre—. Recuerda lo que sucedió esa noche.

—No... —mis palabras suenan vacías incluso para mí.

Pero entonces, las imágenes empiezan a golpearme, como ráfagas de viento helado. Veo la noche, el cielo cubierto de estrellas, y siento un frío que se me clava en los huesos. Estoy allí.

Y entonces lo veo. Henry.

Estamos solos, en un lugar que no reconozco del todo, pero sé que está lejos de casa. Henry me mira con esos ojos llenos de terror. Yo estaba… furiosa. No puedo recordar por qué. Solo sé que estaba envuelta en una nube de rabia, una oscuridad que no podía controlar.

—Entrégame la grabación o lo lamentarás —espeté molesta.

—No, claro que no. Es la prueba que demuestra que tú y tu familia son unos monstruos asesinos. No creas que te librarás de esta, querida Ysabella —asegura con una sonrisa de victoria.

La rabia que siento aumenta cada vez más, y las ganas de acabar con su vida incrementan.

—¿Me citaste para eso? ¿Por qué no nos denunciaste si, según tú, tienes pruebas?

—Necesitaba verte por última vez. Entender, ¿por qué? ¿Qué les hicieron ellos para que los mataran? Cuando te vi, no lo podía creer. Tú, que pareces una persona tan tranquila y buena, eres todo un monstruo vestida de mujer.

Sus palabras me llenan de una ira incontrolable. Un odio que no puedo controlar ni entender. Todo se vuelve borroso y veo rojo.

Lo siguiente que recuerdo es que estoy encima de él, clavándole un cuchillo en su estómago, que evita que pueda moverse. Llevo mis manos alrededor de su cuello. Estoy gritando, estoy llorando, pero mis manos no se detienen. Siento sus dedos tratando de apartarme, de luchar contra mí, pero yo… yo sigo apretando con más fuerza, mientras veo a mi padre usar el mismo cuchillo y clavárselo repetidas veces en su abdomen.

—¿Creíste que podías detenernos? ¡Eso nunca pasará, nadie podrá hacerlo! —grito con emoción.

Henry no responde. No puede. Tose con desesperación, de su boca brota sangre, y sus ojos están llenos de pánico. Veo cómo la vida se va apagando en ellos, lentamente, mientras sigo apretando, como si algo en mí no pudiera detenerse. Y entonces, su cuerpo se queda inmóvil. Muerto.

Lo maté.

Me alejo de él, horrorizada, pero a la vez emocionada por lo que acabo de hacer. El cuerpo inerte de Henry yace en el suelo, sus ojos abiertos, vacíos. Escucho a mi padre felicitarme.

Regreso al presente de golpe, jadeando, con lágrimas corriendo por mi rostro. Mi madre me mira con una sonrisa comprensiva, como si todo lo que acabo de recordar fuera natural, algo que debía suceder. Mi padre está a mi lado.

—¿Lo ves? —susurra mi padre, acariciándome el rostro. —Lo hiciste porque era necesario. O nos iba a delatar.

—No… —mis labios tiemblan mientras intento asimilar la verdad. —Yo no… yo no quería…

—Sí querías —asegura mi padre, su voz baja, casi un susurro—. Henry sabía demasiado. Estaba a punto de revelarlo todo, y tú lo detuviste. Sabías lo que había que hacer. Lo hiciste por nosotros, y yo estuve ahí para ayudarte, ya que tú misma me dijiste que querías hacerlo.

El peso de esas palabras cae sobre mí como un huracán. “Lo hice por ellos”. Pero, ¿realmente lo hice por ellos, o había algo más?

—No puede ser verdad —murmuro, temblando —Yo no… no soy un monstruo —digo, intentando que ese recuerdo no fuera verdad, que lo que dicen mis padres es mentira.

Mi madre se inclina hacia mí, besando mi frente suavemente.

—No eres un monstruo, querida —susurra. —Eres nuestra hija.

Pero mientras sus palabras acarician mis oídos, la oscuridad me envuelve de nuevo. Otra vez siento cómo mi mente se apaga, como si un interruptor se hubiera accionado. Caigo en un abismo sin fin, pero esta vez es diferente. No hay miedo en el vacío. Solo silencio.




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