Ysabella
Han pasado ocho años desde aquella noche en la que acabé con la vida de Lucas. Los asesinatos nunca pararon; de hecho, siguen con más brutalidad. Claro, no se hacen constantemente. Dejamos pasar semanas, incluso meses, antes de volver a matar, y hasta ahora nadie ha logrado identificar a los responsables. La policía sigue atada de manos, con investigaciones que no van a ningún lado.
Ahora somos simplemente una familia más, amada y respetada por todos: papá, mamá y yo. A los ojos de los demás, somos perfectos. Una familia unida y feliz. Nadie sospecha de nosotros, ni siquiera en los momentos más oscuros, cuando hablamos de los asesinatos con los vecinos, mostrando horror y tristeza por las vidas perdidas.
Mi paranoia no volvió más y, como pensé años atrás, esa etapa de locura solo fue para evitar mi verdadero yo. Una máscara porque no quería aceptar lo que soy y que ahora mismo disfruto ser.
Hoy estamos sentados en nuestro jardín delantero, disfrutando de una cálida tarde de verano. El aire es fresco y lleno de vida. Nuestra vecina, la Sra. Álvarez, que apenas lleva tres años viviendo en esta ciudad, ha venido a charlar un rato, trayendo consigo una cesta de galletas caseras. Nos muestra siempre su mejor sonrisa, confiada de que, como todos, estamos igual de consternados por los crímenes.
—Es horrible lo que ha estado pasando en esta ciudad —dice la Sra. Álvarez, acomodándose en una silla frente a nosotros—. Tantos desaparecidos… no sé cómo nadie ha descubierto a los responsables todavía.
Mi madre asiente, con una expresión de compasión en el rostro. Actúa a la perfección.
—Es terrible, de verdad —contesta mamá—. Tantos inocentes, tantos jóvenes desaparecidos sin dejar rastro. Es una verdadera tragedia.
Yo también asiento, fingiendo el mismo horror. Me he vuelto tan buena en esto. Papá, sentado a mi lado, frunce el ceño.
—Sí, y lo peor es que la policía no ha hecho absolutamente nada —agrega él—. Uno pensaría que ya tendrían alguna pista, pero… aquí estamos, sin respuestas.
La Sra. Álvarez suspira, mirando hacia el horizonte con tristeza.
—Es cierto. Y no solo en esta ciudad. También se han comenzado a escuchar crímenes similares en ciudades cercanas. ¿No es terrible? Pensar que esto podría ser obra de alguien que conocemos, alguien cercano… —Nos mira, buscando nuestra reacción.
Mi madre coloca una mano en mi pierna, apretándola suavemente. Su rostro es todo lo que una buena madre debe ser: preocupada y solidaria.
—No quiero ni pensarlo, sinceramente. Me rompe el corazón cada vez que veo las noticias.
Me uno a la conversación, con una voz temblorosa de preocupación fingida.
—Sí, ha sido devastador. Recuerdo a algunos de los fallecidos, como Lucas, mi exnovio. Era tan amable... Es espantoso que algo así le haya pasado.
Ella asiente, suspirando profundamente. Nos ganamos su confianza con nuestras palabras, con nuestras máscaras perfectas. Nadie ve más allá.
—Pero bueno —dice la Sra. Álvarez, tratando de cambiar el tono de la conversación—. Espero que esto acabe pronto. Ya no me siento segura ni siquiera en mi propia casa.
Papá sonríe de forma casi imperceptible.
—Entiendo tu preocupación. Todos queremos que esto termine de una vez por todas —asegura mi madre con cara de preocupación y tristeza.
Nos quedamos en silencio por un momento, dejando que la gravedad de la conversación se asiente. La Sra. Álvarez no sospecha nada, absolutamente nada. Me levanto para tomar una galleta de la cesta y, al hacerlo, mis ojos se encuentran con los de mis padres. Ellos me miran de vuelta. Es una mirada que lo dice todo, una conexión que solo nosotros entendemos. Sonrío ligeramente.
Mis padres me devuelven la sonrisa, una sonrisa llena de complicidad. Sabemos la verdad. La hemos sabido desde el principio. Y aunque nadie más lo sepa, hemos seguido disfrutando de lo que hacemos, años de asesinatos sin ser descubiertos.
Mamá se inclina hacia adelante, con una expresión amable, dirigiéndose a nuestra vecina.
—Sra. Álvarez, ¿por qué no entra un momento? Me encantaría mostrarle la nueva decoración de la sala.
La Sra. Álvarez sonríe, agradecida por la invitación.
—¡Claro! Me encantaría ver cómo quedó.
Nos levantamos los tres, guiándola hacia la casa. Ella no tiene ni idea. No sabe que será la siguiente en nuestra lista. Nadie nunca lo sabe, pero cuando la puerta se cierre detrás de nosotros comenzará el juego.
Antes de entrar, miro a mis padres una vez más. Los tres compartimos una última sonrisa, cargada de entendimiento. Es nuestro secreto. Uno que nadie jamás descubrirá.
Mientras la Sra. Álvarez entra, mi padre me susurra al oído:
—Es hora de divertirnos, querida.
Su tono me hace sentir más viva que nunca.
Fin.
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Editado: 03.11.2024