Las burbujas salen de mi interior y se van a la superficie del agua clara que me rodea.
Caigo como Alicia por la madriguera, con mi consciencia vagando por alguna parte lejos de mí.
Intento alcanzarla, pero no soy capaz de lograrlo.
Sólo queda oscuridad."
Abro los ojos lentamente.
Frente a mí, veo varios rayos de sol colarse por un filtro azul muy claro casi transparente.
Al instante me doy cuenta de la situación y lucho con todas mis fuerzas por recobrar la consciencia y recuperar el aire que abandona rápidamente mis pulmones.
Tras unos cuantos segundos que me parecen eternos y en los cuales voy perdiendo fuerza de voluntad, salgo a la superficie dando una gran bocanada de aire. Procuro calmar mis nerviosos latidos y observo el paisaje que tengo a mi alrededor; incapaz de reconocer algo de todo lo que me rodea.
Sólo soy capaz de ver más agua helada frente a mí; pero entonces, a mi izquierda, diviso un bosque espeso y oscuro que no se encuentra muy lejos de donde estoy.
Nado lo más rápido que puedo hasta la orilla, donde me agarro tan fuerte que mis dedos temblorosos por el frío se vuelven blanquecinos. Aflojo un poco la presión y me impulso para salir del agua; acabando sobre la tierra húmeda y varias hojas secas.
Intento recuperar el aliento mientras mi vista se pierde en un cielo gris y apagado.
No tengo ni idea de dónde estoy.
Cierro los ojos con fuerza procurando recordar algo, pero mi mente está completamente en blanco.
Suspiro largamente de frustración y me tapo la cara con el antebrazo.
Cuando pienso que me he tranquilizado un poco, abro de nuevo mis ojos verdes y me incorporo de la tierra.
Mi ropa está empapada, rasgada y cubierta de barro; pero eso a penas me importa.
"Tengo que encontrar a alguien", pienso antes de dirigirme hacia el interior del bosque e intentar controlar mis temblores a causa del frío.
Aunque mis esperanzas son casi nulas.
Mientras camino entre los árboles, siento algo diminuto correr lentamente por mi hombro. Mi mano roza una pequeña gota de sangre y la retira.
Observo asombrada una herida pequeña y profunda en mi brazo derecho, que a penas sangra ya.
La cubro como puedo y sigo andando, aunque no sé exactamente a dónde; mientras una niebla clara cae sobre el bosque.
Quién soy? Dónde estoy? Qué hago...?
Mientras aquellas preguntas me torturaban, escucho una especie de chasquido entre los arbustos.
Me quedo completamente paralizada.
El chasquido no se repite, pero el miedo ya se ha introducido en mi cuerpo y corre con rapidez por mis venas.
Un incómodo silencio se extiende a mi alrededor.
Miro a todos lados, pero soy incapaz de ver nada que no sea vegetación.
"Algún animal habrá olido la sangre." Pienso intentando buscar alguna explicación mientras esta se extiende por mis dedos.
Pasado un momento, recupero la calma y reanudo la marcha; pero de pronto lo vuelvo a escuchar.
Sin pensarlo, comienzo a correr en dirección recta sintiendo como varias ramas pequeñas y afiladas rozan y hieren mi piel.
Oigo pasos detrás de mí y eso me impulsa a ir más rápido.
Cuando finalmente me quedo sin fuerzas, freno de golpe y me detengo a recuperar aire; apoyando las manos temblorosas en las rodillas inquietas también.
Siento a mi corazón latir con mucha fuerza contra mi pecho a causa del esfuerzo.
Por suerte, ya no escucho nada a mi espalda.
Suspiro aliviada y levanto poco a poco la vista; abriendo los ojos de par en par por la alegría al ver lo que tengo delante.
Una cabaña!
No parece abandonada por el espeso humo que sale de la chimenea y el dulce aroma a comida que sale de ella.
La puerta de madera está entreabierta, y desde aquí puedo ver un poco del interior.
Allí, hay un chico de perfil que se está lavando el pelo gracias al cubo de agua que tiene entre sus piernas.
Le observo de arriba abajo sin poder reprimir una exclamación de sorpresa.
Su cabello es de un castaño muy claro casi rubio y le llega a cubrir parte de los ojos.
Las pequeñas gotas caen sobre sus ojos oscuros; y empapan parte de su rostro duro e inexpresivo.
Antes de poder seguir bajando la mirada, sus intensos ojos azules se clavan con intensidad en mí.
Mi corazón se paraliza por un breve segundo.
Su cara no desvela ningún sentimiento, pero su mirada brilla con un destello enigmático que da la sensación de guardar un gran y oscuro secreto.
Entonces, deja su tarea a un lado y se incorpora lentamente para dirigirse hacia mí.
Al instante me pongo nerviosa de nuevo.
Mientras se acerca con paso tranquilo, pasa un rápido vistazo por mi cuerpo y se queda en la herida sangrante de mi brazo.
El suyo está cubierto por ropa negra y desvela que, probablemente, bajo ella, hay un cuerpo musculoso y esculpido.
Sino no le quedaría ajustada.
Sonríe ligeramente al notar mis curiosos ojos sobre él, pero la sonrisa es tan escasa que no logro verla.
Eso me decepciona, pero no sé por qué.
Cuando estamos uno frente al otro, vuelve a clavar sus ojos en los míos antes de hablar.
Como si quisiera atravesar mi alma.
Me pone Incómoda, la verdad.
-Hola. ¿Estás perdida?
Me pregunta con voz profunda pero al mismo tiempo suave.
No parecía superar mucho mi edad.
-Sí.
Respondo yo tímida de pronto.
Él vuelve a sonreír ligeramente por un lado de la cara, pero es tan breve que soy incapaz de pillarla a tiempo.
Me da cierta decepción no poder verla.
Da la sensación de que ese rostro sonríe muy pocas veces.
De pronto, veo por el rabillo del ojo como el extraño alarga un brazo hacia mí; y yo me pongo alerta.
Al ver el pánico en mis ojos, vuelve a sonreír.
-Solo quiero ver cómo tienes esa herida.
Se apresura a explicar dejando la mano suspendida en el aire entre los dos.
Yo asiento conforme y sigo con la mirada de nuevo sus movimientos.
Su tacto contra mi piel enrojecida me sobresalta, pero me relajo enseguida.
No se siente tan mal como me imaginaba.
-Está infectada. Ven, te la curaré.
Sin darme tiempo a reaccionar, me coge de la muñeca y me lleva hasta la cabaña sin soltarme.
Sus dedos se aprietan con firmeza contra mi muñeca, pero el contacto no me desagrada.
Balbuceo por la sorpresa, pero, al ver el interior de la pequeña casa, me quedo boquiabierta sin saber qué decir y olvido por un momento su toma tan a la ligera de mi confianza.
La cabaña parece muy acogedora.
Tiene una pequeña chimenea con un caldero en ella; una mesa de madera entre esta y un banco también de madera pegado a la pared de la izquierda.
Por la ventana de esa misma pared se puede ver más bosque y una enorme montaña al fondo.
A mi derecha, hay un camastro diminuto pegado a la pared también.
Claramente este chico, sea quien sea, vive solo.
No sé por qué, pero una extraña sensación de familiaridad recorre mi cuerpo entero con rapidez.
Pero sólo dura un segundo.
-Puedes sentarte ahí o en la cama, donde prefieras.
Me indica señalando el banco con un gesto de cabeza mientras recoge el cubo del suelo.
Miro ambos sitios dubitativa sin saber qué hacer.
Hacía un momento él mismo había estado en el banco, pero la cama tampoco me parece un buen sitio.
Ambos me hacen sentir incómoda y sigo sin saber la razón.
Él me echa una rápida mirada de reojo y finalmente me decanto por el banco; que lo tengo más cerca.
El desconocido deja el cubo junto a la chimenea y saca un paño del agua antes de escurrirlo y acercarse a mí con él.
Vuelvo a ponerme nerviosa sin poder evitarlo cuando se sienta a mi lado y vuelve a clavar esos ojos en mí.
Me produce una sensación desconcertante.
Su fino cabello liso todavía gotea sobre sus ojos, pero parece no importarle.
-Necesito que te levantes la manga.
Me pide sin cambiar un ápice su expresión.
Comienzo a pensar que no tiene emoción alguna salvo la diversión.
Yo asiento y voy levantando poco a poco la manga de mi fina y húmeda camiseta blanca; dejando al descubierto mi piel casi igual de pálida que mi camiseta.
Aparto la mirada y noto como el extraño posa el paño lo más delicadamente posible sobre la herida infectada.
Pese a su esfuerzo por no hacerme daño, hago una pequeña mueca de dolor y aprieto los dientes.
El agua fresca contra la carne viva me provoca un escozor débil.
-¿Bien?
Me pregunta con cierto tono de preocupación que no se nota demasiado.
Yo asiento decidida, pero me temo que no parezco demasiado creíble.
Él vuelve a sonreír, pero de nuevo soy incapaz de verlo a tiempo.
-Sólo un poco más.
Me informa al tiempo que restriega el paño con cuidado a lo largo de la herida abierta.
Por suerte, parece que ha dejado de sangrar.
No deja de observarme mientras lo hace; y creo que es eso lo que me pone tan nerviosa.
O tal vez sea la proximidad de su contacto.
Nos quedamos en silencio unos cuantos minutos mientras termina de limpiar toda la sangre; acompañados únicamente por el crepitar de las llamas y algún que otro temblor de mi cuerpo.
-Bonita casa.
Digo para intentar llenar este incómodo silencio entre ambos.
Sin desviar ni un ápice la atención de su tarea, me responde con total naturalidad.
-Sí; vivo aquí sólo.
Lo dice como si eso fuese algo completamente normal; y yo no sé qué responder.
Aunque claro, dada mi pérdida de memoria no estoy muy segura de si yo también vivo sola o no.
Al recordarlo, hago una pequeña mueca de disgusto.
Intento volver a concentrarme para recordar, pero es inútil.
Él ve mi expresión, pero no dice nada y acaba apartando el paño de mi piel dando unos cuantos toques más.
Observo el trozo de tela blanca empapado con mi propia sangre, y eso provoca que un escalofrío desconcertante recorra mi espina dorsal.
Para mí es como verla por primera vez.
Aparto la mirada enseguida y oigo sus pasos hacia la chimenea.
Mi visa se pierde en el bello y solitario paisaje del exterior.
Como no soy capaz de reconocer nada todavía, decido apartarme.
No me gusta sentirme tan desorientada y perdida.
El chico vuelve a sentarse junto a mí en un extremo del banco; esta vez sin paño.
-Perdona, pero no tengo nada más para curarla. Únicamente un par de vendas.
Me dice encogiéndose de hombros a modo de disculpa.
Yo asiento conforme y vuelvo a bajarme la manga rota de la camiseta, que se pega a mi brazo a causa de mi chapuzón anterior.
Toda la ropa se me pega al cuerpo como una segunda piel; no puedo evitar sentirme expuesta.
Sobretodo cuando él me mira de esa manera tan inexpresiva.
Es imposible adivinar lo que siente.
-¿Dónde están?
Pregunto yo con curiosidad.
Al entrar, no he visto ningún botiquín o algo por el estilo.
Antes de responderme, se quita la sudadera negra que lleva dejando así al descubierto un torso duro y musculoso cubierto por una camiseta de manga corta gris.
En cada antebrazo hay una venda; señal de que se había hecho heridas recientes en ellos.
Yo me tapo la boca con ambas manos, sorprendida.
Ni siquiera hacía falta que contestase a mi pregunta.