Estoy acostumbrada a viajar en caravanas, pero hoy hemos llegado a Zaragoza en un simple carromato que conduce a tiro de caballo mi hermano mayor Wesh. Viajar en caravana es más bien una usanza de mi infancia, que me evoca viajes incansables e incómodos pero entretenidos, sin embargo, en cuánto pudo mamá le puso fin a estos, pues en su familia todavía no se olvidan las persecuciones inhumanas a la comunidad, de hace algunos años, muchos amigos gitanos aseguran que puede venir una peor. Ya estamos acostumbrados a que la gente mire nuestros vehículos, apenas hemos entrado a la ciudad nuestro carromato ha llamado la atención por colorido; luego prosigue el asombro al descender, nos advierten gitanos al instante por nuestra indumentaría, y no se diga ya la fisonomía y tonalidad de la piel. España es tan severa y conservadora en nuestros días. Venimos desde Albacete, horas y horas de viaje cansado. La tía Gypsy nos ha invitado a vivir con ella, por franca compasión, mi padre murió hace dos años, desde entonces mamá se las apaña para sobrevivir. Nuestra parentela de lado materno son de los pocos individuos gitanos que han echado raíz, la tía Gypsy, por ejemplo, ha vivido en Zaragoza desde hace treinta años, mamá volvió a andar a salto de mata gracias a mi padre, quien para ganarse la vida hacía cosas extrañas y siempre iba de un lugar a otro pese a estar prohibido ya eso para los gitanos en España, papá murió asesinado, la gente decía que era ladrón, pero yo me niego a creerlo.
La tía Gypsy nos ha recibido feliz. No está sola, tiene dos hijas, y a su marido Cappi. Desde el principio Cappi ha dicho que Wesh lo ayudará en la herrería. A mí me han designado apoyar en las labores domésticas como mis primas, aunque también me gustaría trabajar.
Ya han pasado tres días desde que hemos llegado a Zaragoza. Camino con rumbo a la panadería, es la primera vez que salgo de la casa, mis tíos me han advertido que sea cuidadosa por lo peligroso de la calles, sin embargo, no me previnieron de algo más amenazante y doloroso, el prejuicio. Mientras ando la gente me mira y cuchichea, las señoras me observan de pies a cabeza, y los señores me ven con desaprobación. ¿Qué les he hecho yo? Sé que los gitanos no somos bien vistos en la península, pero de menos en Albacete se limitaban a no hablarme, aquí se me presta demasiada atención. Al llegar a la panadería no ocurre algo distinto, la dependienta no me saluda y atiende a todos menos a mí, pese a mi insistencia de ser servida y el hecho de haber llegado primero. La humillación me llena de furia y provoca que me retire, he llamado a la dependienta "Maldita" y me he ido llorando. En casa mi madre y tíos se asombran por mi reacción.
—Querida, pensamos que ya estabas acostumbrada al prejuicio y ser tratada como ciudadano de segunda. A mí y a mis hijas nos hacen lo mismo, y eso aunque vivamos aquí desde años, lo que solemos hacer es esperar siempre, y se nos atiende a lo último. Tu tío incluso tuvo mucha dificultad para lograr que alguien le enseñase herrería y más que el gremio respetase su taller —dijo mi tía sobando mi espalda.
—Niña, no ves que juzgarnos es una costumbre arraigada en toda la península ¡Anda, deja de llorar! —menciona con enfado mi madre.
Quizá lo había olvidado, que el prejuicio nos acompañará a donde vayamos. Mi familia, tanto paterna como materna tiene pasado romaní y hasta francés, vivían en Europa del Este y luego se pasaron a Francia, sin embargo, las leyes contra gitanos se endurecieron y volvieron tan inhumanas que acabaron mudándose a España. Wesh bufa, sé que a él enoja más que a nadie las vejaciones que nos hacen a los gitanos, tratamos madre y yo siempre de serenarlo pues tiene espíritu impulsivo. Me recompongo, quiero volver a la panadería, pero mi prima dice que será mejor que ella lo haga, y así a ella toca cumplir mi labor.
Llevo ya una semana dentro de la casa y no me atrevo a salir. Las miradas de desprecio son tan hirientes, como si fuesen dagas, cuánto me afecta lo que los demás ciudadanos piensan de mí, más porque soy salva. Pero hoy es imposible que no salga fuera, mis primas y tíos irán a la plaza del Mercado, pues habrá corrida de toros, de las gratuitas que se han venido haciendo este año de 1712 para solazar a la población, muy recientemente gozan de cédula real, desde este mes de abril. Las tardes de corridas son para todos, incluso gitanos. Me atavió lo mejor que puedo, no por presenciar las corridas, sino para que las gentes me juzguen en menos, incluso porto una mantilla oscura para pasar inadvertida. En la plaza hay mucha algarabía, la mayoría de las personas ven desde sus balcones emocionados, los más pobres nos quedamos en el suelo. Aunque no estoy tan próxima puedo observar lo que ocurre en la plaza, hay como una especie de cerco improvisado para que los toros no se escapen y la faena se haga dentro. He visto a dos toreros hacer lo suyo con toros que me parecen novillos por no lucir tan soberbios, comienzo ya a aburrirme, no obstante, pronto me emociono. Un joven muy apuesto y gallardo ha salido al ruedo, tiene los cabellos muy oscuros pero la tez muy blanca y los ojos claros, su porte es muy refinado, él hace muchos lances lo que genera que la tauromaquia resulte divertida, finalmente ha logrado cortarle el rabo a la bestia, y lo regala a la señoritas que miran en los balcones. Yo suspiro ante la imagen, el joven ha logrado impresionarme y en mucho.
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Editado: 10.11.2019