Me encuetro mirando por la ventana afuera, aunque no a la calle, sino a cualquier punto en lontananza, la puerta de mi habitación en la segunda planta está abierta, y todos pueden verme al pasar, no lo hago para crear dramatismo, sino porque desde ayer se me olvida realizar las más secillas cosas como cerrar las puertas o hacer mi cama. Ya nadie pregunta qué me ocurre porque lo intuyen. No dejo de recordar esa mirada, la de mi príncipe, plagada de vergúenza, desprecio y reproche. Siempre había sufrido vejaciones y discriminación, pero nunca había odiado ser gitana, ahora entiendo la dimensión de lo que soy.
El orgullo siempre me ha ayudado a levantarme por lo que esta vez ha hecho lo mismo. Mi melancolía solo ha durado dos días, al tercero me he levantado con energía dispuesta a seguir con mis actividades cotidianas y mi vida. El tema del apuesto joven torero no lo abordo ya ni en mi mente, no permitiré más humillaciones de su parte. Para nadie era desconocido que deseaba trabajar desde el momento en que llegué a esta casa, más por lo mucho que les cuesta conseguir dinero a mis tíos para que sobrevivan siete bocas, no es justo que los nuevos integrantes no contribuyan económicamente en nada. He pedido a mi hermano Wesh que me acompañe por las tardes a una pequeña plaza con fuente cercana a una torre inclinada que llaman la nueva. Sé que nadie en el pueblo me dará empleo por ser gitana, así que si lo soy he de aprovecharlo.
Me muevo con gracia y canto mientras Wesh toca la guitarra. Realizo la actividad clásica que nos atribuyen a los gitanos, hago espectáculo. La gente pronto nos rodea, porque prejuicio habrá a nuestra persona, pero no a nuestra música. La alegría que proyecto permea a cualquiera, gitano o no, los lugareños pronto se emocionan por mi buena interpretación, que tengo una voz armoniosa, para que mentir. Mi baile es cadencioso y altivo, pronto comienzan a caer algunas monedas en el sombrero que Wesh ha puesto en el piso, más porque frente a nosotros está un palacio importante y las gentes que lo visitan y salen de ahí no tienen reparo en otorgar de menos una moneda a quien divierte y crea una atmósfera delicada y jocosa. Miro de soslayo el sombrero mientras bailo, me llena de dicha ver que casi está lleno, entonces es cuando observo una mano muy blanca introducir algunas monedas, subo la vista para descubrir a nuestro amable benefactor y es cuando miro una cara muy conocida, El apuesto torero es quien nos ha dado su limosna. Me detengo en seco, no puedo seguir cantando. Él asombrado intenta sonreírme, pero yo estoy intentando no llorar. Las gentes empiezan a irse algo disgustadas pues paré el espectáculo de improviso.
—Toma tus monedas, no las necesito —dije y se las entregué en la mano. El se negaba a recibirlas.
—Has actuado asombrosamente, hace ya rato que te veo, por solazarme debes recibir pago —contestó y me las devolvió. Al percatarme que no acepataría directamente las monedas se las arrojé a sus pies, y me marché con Wesh, quien por cierto a nada estaba de confrontarlo.
En casa me sentía tan humillada, como una verdadera mendiga, cuando antes me creía artista. Cantar me había hecho tener esperanza de nueva cuenta en la vida pero Miguel me la cortó de tajo. Las palabras que me dijo me dolieron, me veí como un mero mono que baila y entretiene. Sin embargo, pese a la pesadumbre que tenía por su trato, algo en mí, muy en el fondo, se sentía feliz por haber escuchado finalmente su voz.
Intenté alejar de mis pensamientos a Miguel, pero no podía. A cada rato revivía su voz en mi mente, frase por frase. Sus ojos, su imagen del día en la plaza se quedó incrustada en mí. Recordaba el suve roce de su mano cuando le entregué las monedas, y me estremecía. Era evidente lo que ocurría, estaba enamorada, como nunca antes lo había estado, nadie jamás en mi comunidad despertó en mí lo que siento por Miguel. Sabía que el amor duele y hace sufrir a las gentes, he visto a muchas amigas llorar por desamor, a familiares incluso, el amor es como una montaña que se sube con esfuerzo. Pero tan dulce es lo que hay en la cima que no se siente el cansancio. Comprendí porqué Miguel sentía vergüenza de mí, me miré de arriba a abajo, y solo veía mis zapatos desgastados, mi ropa descolorida, mi cabello maltratado. Me determiné a gustarle, de menos pretendería hacerlo, si finalmente me rechazaba siquiera estaría satisfecha de que traté. En el mercado compré muchas cosas, avena para aclarar y suavizar mi piel, manzanilla para que mi cabello luzca sedoso y lavanda para oler delicioso. Regresaba de hacer mi compra cuando vi a un par de señoras afuera de la casa de mi tía, al parecer esperaban. Cuando me introduje en la vivienda observé a mamá en pleno salón haciendo lectura del tarot gitano con una mujer. No transcurrió mucho cuando mamá terminó y recibió su pago, luego pasó otra señora y finalmente la última, duró muy poco su sesión.
—Mamá sabes que está mal que sigas leyendo el tarot, solo haces que la gente confirme lo que piensa de nosotros, que somos brujos y ladrones.
—Que crean lo que deseen. Mientras no haya cédula real que lo prohiba. La gente y sus habladurías no nos dan de comer.
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Editado: 10.11.2019