Pasión Fatídica

Capítulo 3

Me había ilusionado tan precipitadamente. Al ver a Miguel y a la dama del palacio comprendí que hacían una excelente pareja, juntos lucían perfectos, el bello y la bella, el elegante y la distinguida. Es tan duro reconocer que aquello que se quiere muchas veces es como un astro inalcanzable, la estrella más lejana. No hay en la vida de Miguel un rincón para mí. 

Han pasado varios días desde que he depuesto mi sentimiento de amor por Miguel, a quien ya no llamo príncipe sino solo el joven torero. He logrado convencer a mamá que deje la lectura del tarot, a cambio yo vendo pan de casa en casa. Todos en Zaragoza ahora me conocen, no me aprecian, porque nunca lo harían a un gitano, pero de menos me toleran, con mayor razón porque mi pan es suave, dulce y de diversos sabores frutales, como ciruelas, manzana o avellanas. Como comienzo a integrarme a la sociedad pienso que debo intentar mimetizarme, ¿Qué hace que un zaragozano sea tal? El lugareño no viste como yo, con ropa de color fuerte, sino suave, además de que es devoto cristiano, los zaragozanos van mucho a la iglesia, aunque al salir y en secreto cometan pecado. Lo de mudar mi forma de vestir fue cosa sencilla, mis primas poseían algunas prendas arrumbadas que ya no tenían mucho color por lo que parecía que fuesen de tono pastel. Y con respecto a ir a la iglesia católica, lo comenté a la familia, no creyeron que era del todo correcto, pero no se opusieron, porque saben que es crucial que la gente local no nos odie, esta casa es lo único que tenemos y tendremos tal vez por siempre. En la iglesia había muchas actividades por las tardes, desde la típica de limpieza hasta la de recibir las donaciones en especie para los menesterosos, yo intercalaba el aseo con la ayuda en el área de caridad, y me mostraba eternamente solícita. Asombrosamente al sacerdote le agradaba, quizá por su constante lectura y cercanía a la palabra veía en mí a un ser necesitado de compasión. Empecé a sentirme verdaderamente a gusto en el templo cuando alguien nuevo se integró a la filantropía. La miré atravesar el pasillo, creí que venía a confesión, por ser un quehacer que agrada a los insignes, pero no era esta la razón de su presencia, sino su fervoroso deseo de ayudar. Era la dama de palacio, se llamaba Claudine, el nombre me pareció delicado como ella. Todas las demás personas que también servían en la iglesia se emocionaron al enterarse que una señorita tan hermosa y sofisticada realizaría algo conjuntamente con ellos. De esta manera Claudine compartía con nosotros todas las tardes, no adecentando, sino en la zona de limosnas. Claudine era muy sonriente y las donaciones se multiplicaron por su causa, los muchachos buscaban cualquier pretexto para verla y las jovenes para ser sus amigas. Un día coincidimos y a ambas nos competía tomar las dádivas, no obstante que, era a ella a quien quería todo mundo entregar lo que llevaban, yo extendía mis manos y era amable, pero se me desairaba con constancia, ante tanto desdeño preferí ir a sentarme y dejar a Claudine atendiendo a la gran masa. Cuando ya estaba por irse Claudine no obvió increparme por el hecho.

—Querida, debiste apoyarme más, recuerda que la pereza es un pecado capital.

Advertí entonces que ella aún habla con ligero acento francés.

—¿Es en serio? ¿Pereza? Nadie ansía darme nada a mí, siquiera conversar conmigo.

—¿Cómo es eso posible? La gente aquí en Zaragoza es buena.

—Lo serán, pero con quienes creen digno. ¿Acaso no has oído del prejuicio hacia nosostros los gitanos?

—No, nunca.

A Claudine debí explicar el prejuicio a nuestra raza, la muy ingenua no sabía ni que era un gitano. Cada cosa que le decía era para ella como una revelación, no entendía cómo es que se podía ser malo con alguien que no conoces solo por su aspecto.

—Cierto que los gitanos tenemos un pasado oscuro, pero ha sido la misma pobreza la que nos ha orillado a ello, y principalmente porque en todas partes se nos cierran las puertas, hace siglos que llegamos a Aragón, al principio se convivía con nosotros de forma pacífica pero luego nuestra diferencia en creencias religiosas agudizó la pésima percepción de nuestra cultura. A mí y a mi familia se nos dificulta demasiado hallar empleo, ¿Cómo entonces hemos de sobrevivir? Tenemos que realizar por ello las acciones más abyectas como robar, practicar brujería por pago o mendigar.

La francesa se estrujó el pecho, horrorizada y a la vez con conmiseración.

—Llevar vuestra vida ha de ser algo muy pesado. Pero ¿No sería prudente que todos los gitanos se bautizasen? Quizá eso aminoraría el rechazo a tu raza.

Reí.

—Voy a contarte algo que pienso y no he dicho a nadie. Aún cuando fuesemos católicos se nos seguiría odiando, ¿Por qué? Porque somos morenos y feos, eso se asocia a la pobreza, a lo que el humano huye. Mirate, por ser solo bonita y blanca las personas anhelan obtener tu amistad, como si fueses un objeto valioso en sí, no importando lo que hagas o digas, te apuesto lo que sea a que aún cuando los injuriases o dañases en cierta medida te perdonarían con facilidad.

—¿Qué locuras estás diciendo? Las gentes te tratan según como eres o hables, por tu actitud.




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