Pasión Fatídica

Capítulo 5

Por cerca de cinco días Claudine no se apareció en la iglesia. Sus sirvientes continuaban concurriendo en su nombre, pero ni rastros de ella. Finalmente el sábado pude verla. Estaba sentada prácticamente aguardando por mí. Apenas me observó entrar se emocionó, yo no tanto.

—Me tienes anonadada.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Porque sin desearlo me estoy convenciendo de lo que aseveras —dijo Claudine conduciéndome discretamente a un lugar apartado de la comitiva que aseaba—, eres un genio. Voluntariamente no acepto tu verdad, pero qué se puede hacer ante las pruebas. No he venido estos días a servir debido a que he hecho trabajo de campo. Como sabemos, en mi casa hay gran probabilidad de que se me perdone por ser familia, pero con la gente de la calle no se puede argüir eso. Toda la semana he salido a diario desde muy temprano, para convivir con los lugareños, les he injuriado en repetidas ocasiones y los resultados han sido pasmosos: Todos me perdonan rápido. A una mujer le tiré el pan que llevaba a su casa, ella no me insultó al hacerlo, sino solo se dedicó a levantarlo, y eso que se veía paupérrima, cuando le pedí disculpas las aceptó velozmente y me dijo que no me preocupase pues había sido un accidente. Al entrar a una perfumería había varios niños y los empujé para hacerme paso, ellos y sus madres solo me vieron y quedaron petrificados, no obstante que al salir, pedí perdón por mi comportamiento, los niños de inmediato me abrazaron aliviados de que no los detestase, sobra decir que las madres también me exoneraron al instante y hasta mencionaron que entendían mi prisa. Groseramente me reí de un limosnero y el únicamente agachó la vista, la gentes del derredor no me dijeron nada, posteriormente me excusé y el menesteroso sonrió como nunca. Incluso al guardia de un edificio le he regañado en tono altivo y se ha quedado quieto sin musitar palabra alguna. Hoy mismo me he tomado las bebidas que correspondían a las locales que asean y han comentado que no importa, que me las ceden gustosas. En fin, he cometido de menos una veintena de vilezas, y todo con la única finalidad de comprobar lo que afirmas. En apariencia tus pensamientos son lo más acertado en la faz terrestre, sin embargo, yo no me considero tonta, por lo que esperándote he cavilado, mi conclusión es la siguiente: Las personas se portan así no porque deseen "preservarme" como un objeto lindo sino porque me temen y respetan viéndome vestida tan opulentamente, me suponen rica y poderosa, ¿Quién se atrevería a chistar ante el que manda por su estamento? Touché.

—Tu agudeza mental hasta me espanta —contesté sarcásticamente—, pero la humanidad es algo más complejo que eso. Me asombra que siendo tan inteligente no hayas realizado el último experimento, el definitivo y que me dará la razón por completo: Que te vistas como mendiga y de esta manera agredas a las personas. Verás como aún siendo la más pobre de las gentes, pero permaneciendo bonita, se te tratará blando, se te eximirá pronto y mucha gentileza habrá para tí. Es más, yo te acompaño a la demostración, cuando salgamos de la iglesia portarás ropa de miserable y con jirones, y juntas observaremos el resultado.

Claudine aceptó, aunque aún le impresionaba mi seguridad. En mi bolso traía algunas prendas mías, siempre cargo con una muda extra por si me ensucio, en esta ocasión solo eran una blusa y falda de lo más envejecidas, que lamentablemente tengo muy poca ropa, para agregar dramatismo a su aspecto raí e hice jirones el vuelo de la falda y la blusa la ensucié con polvo del piso. Esperamos a que casi todos se marchasen y entonces tras el confesionario Claudine se puso el disfraz. Al emerger la francesa lucía como toda una indigente, muy bonita, pero indigente al fin. Me alegré de mi creación. Salimos de la iglesia, incluso yo parecía tener más dinero que ella. Claudine se sentía algo avergonzada pues en su vida había portado ropa tan vieja que hasta hoyos tenía. Pese a su bochorno ella se atrevió a pisar a un hombre muy elegante que caminaba cerca de la iglesia, el sujeto se ofuscó, pero al mirar el rostro tan bello de Claudine se contuvo y siguió delante estoico. Luego cayó sobre una señora y arrojó aparatosamente la tarta que llevaba en las manos, la mujer se levantó muy enojada, pero entonces advirtió la hermosa y apesadumbrada cara de Claudine, sus perfectos y divinos ojos azules se anegaron de lágrimas, la señora solo dijo "Que niña torpe, pero no llores" y le sobó el mentón blanco y aterciopelado. Y así, golpeó a mucha gente, aunque al principio se molestaban bastaba verla bien para que el semblante les cambiase y hasta le regalasen una sonrisa. Para que ella se cerciorase bien de la gran verdad le dije que tomase algunas manzanas de un puesto, es muy difícil que los individuos se muestren complacidos ante quien lo priva de su propiedad, no obstante, todavía creo que la belleza bien puede sortear esto, en todo caso, si se enfadaba realmente el vendedor yo pagaría la fruta y un poco más. Claudine lo hizo, ya se iba con tres manazanas en brazos cuando el vendedor se percató del robo, la siguió entre gritos e insultos, pero al volverse tímida Claudine el vendedor hasta se fue para atrás y tenía la boca abierta. Indeciso no sabía qué hacer hasta que su madre, dueña también del puesto se aproximó, "¿Qué haces hijo?" inquirió, inmediatamente vió a Claudine y los ojos se le llenaron de ilusión "No te preocupes querida, has de tener mucha hambre, lleva contigo esas manzanas, pero por favor, promete regresar" dijo. El joven vendedor y su madre se fueron a su puesto hablando mucho en voz baja. Claudine estaba excesivamente conturbada. Yo en cambio, me puse a reir como nunca, me desternillaba, porque era evidente, que yo conocía demasiado al mundo. 




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