Pasión Fatídica

Capítulo 6

Cuando volví a ver a Claudine era ya una chica diferente. Las personas en general lo advirtieron, era ella ahora altiva. Continuaba viniendo a la iglesia de forma vespertina, pero saludaba a muy poca gente y a todos los miraba por encima del hombro. A pesar de ello, no parecía incomodar demasiado esto a los lugareños, pues el que Claudine les dirigese la palabra lo habían tomado desde el principio como una prerrogativa, un regalo, un plus, un extra, era consabido el caprichoso modo de los miembros de las altas esferas. La comitiva de adecentar hacía lo suyo por un lado y el grupo que recibía la caridad por el otro. Yo me uní definitivamente al grupo de limpieza, para evitar contacto visual con Claudine. Con su nueva manera de ser imaginé que nunca más conversaríamos, no podría estar más errada. La niña me buscó luego de diez días.

—¿Por qué me rehúyes? Eres la única persona en esta iglesia que no intenta cruzar su mirada conmigo.

—Pues fácilmente se entiende que tu vida no me interesa.

—No puedo creerlo. Faltas a tu gran verdad. Tú misma dijiste que el mundo querría preservarme por bonita. Soy de sí, un objeto preciado.

—Pero es que no amplié mi premisa, eso aplica para la gente que no tiene consciencia. De hecho todas las acciones de los humanos son sencillas de predecir si este no está percatado de ello, el sujeto actúa de una forma determinista cuando no se dá cuenta que lo hace, y cuando entiende que lo hace tiene la opción de no obrar de tal guisa. Contrario a los animales. Tu ventaja consiste en que los hombres no conozcan la gran verdad.

Claudine quedó estupefacta.

—Así que hay más cosas que debo saber sobre la gran verdad. No seas cruel y aleccióname. Como tengo yo de bella tienes tú de docta. Si gustas puedes venir a mi palacio, sería maravilloso que nuestras mañanas transcurriesen departiendo entre pasteles y proposiciones sabias.

—Lo siento, pero esto no será posible. Primero, porque trabajo matinalmente vendiendo pan, y segundo, y lo más importante, no me agrada pasar demasiado tiempo contigo.

—Podría pagarte, espero no ofenderte.

—No me vilipendias. Empero mi libertad no tiene precio, quiero ser dueña de mis horas, las más preciadas las tempranas del día, no me place ser cosificada por una pequeña mimada.

—Te enojaste. ¿Cómo podría yo obtener entonces tu conocimiento?

—De ningún modo. Reflexionando por ti misma quizá. 

Le dí la espalda y seguí con mis actividades concluyendo la charla. Claudine dió un zapatazo contra el suelo al no tener su anhelo cumplido. Pronto se retiró del templo.

Claudine hizo valer su ingenio. Maquinó sagazmente la forma de obligarme a presentarme en su palacio. A mi regreso de la venta de pan ví un carruaje frente a mi casa. Dentro me asombró mirar a Claudine y a su madre. Mi familia muy humilde no podía creer que tuviesen a semejantes invitados, y aunque no se portaron zalameros sí amables. La madre sobaba la blonda cabellera de su hija mientras solicitaba mi compañía. No diaria, sino los días que me complaciesen y a la horas que prefiriera. Sin apelar a mi necesidad sino a mi gentileza. Mi madre convino por mí. Para rematar, la madre de Claudine había traído varios regalos como muestra de solidaridad conciudadana.

Ahí estaba yo caminando entre el monte rumbo al palacio de Claudine. Esta señorita solo me da problemas, como si no tuviese suficientes cosas que hacer. Maldecía entredientes cuando escuché una voz masculina quejarse, eran gritos que pronto perdían intensidad. No podía hacer como si no hubiese oído ese llamado de auxilio. Me dirigí a donde provenían. Entonces lo ví postrado. Era Miguel quien se alegró al verme.

—¡Qué bueno que me has hallado tú! He caído del caballo y me he dañado un tobillo. No creo sea fractura, tal vez solo un esguince, pero me duele mucho al andar, y no puedo arrastrarme hasta el cortijo, hay muchos metros de distancia. Creerás que he sido demasiado torpe en mi paseo.

No contesté y me limité a ayudarlo a ponerse en pie. Mi cuerpo se convirtió en su punto de apoyo y así juntos pudimos avanzar. Su cortijo no estaba demasiado lejos, por lo que llegamos en cuestión de minutos. En el breve trayecto Miguel hablaba repetidamente pero yo no respondía nada, mi mutismo correspondía al grado de humillación que aún sentía por su mirada de un principio, una que desvelaba su desprecio real a mí y mi cultura. Cuando estuvimos cerca, los sirvientes emergieron presurosos al encuentro, tenían una cara de espanto que nunca había presenciado, como si al señorito jamás le hubiese pasado nada con anterioridad. El quiso despedirse pero yo me giré en cuanto sus domésticos lo cogieron. 

En el palacio de Claudine me recibieron con gran protocolo, aunque se notaba que a los guardias les asombraba e indignaba que se le diese acceso a una gitana. Por eso no quería venir, porque en los palacios es donde más se remarca el prejuicio. Inspiré, si ya había aguantado vejaciones en todos los sitios, uno más no hacía la diferencia. Inmediatamente se me llevó a la recámara de Claudine. Su habitación estaba elegantemente decorada, con tapíces de color azul pastel, todo lucía como si se hubiese traído del mismísimo Versalles, su cama incluso tenía dosel. Claudine ya estaba lista, sentada cerca de la ventana, entre sillones de alto respaldo y una mesilla dispuesta con varias viandas, la gran mayoría tartas y hasta charlottes. Pues el sueño hecho como dijo, sabiduría y pasteles. 




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