Zaragoza es una ciudad tan bella que los extranjeros se agolpan por penetrar en ella. A la urbe ha arribado un nuevo residente, es un joven inglés. El chico se llama Boris Hemsley, es hijo de un diplomático británico, se sabe que han pasado por Francia, pero la razón de su estancia en tierras españolas es desconocida. Boris vive dentro de la ciudad, en un palacio cercano a la Magdalena. Lo he visto ya unas ocho veces, saliendo del portal y subiendo a su carruaje. La proximidad a la iglesia donde doy servicio favorece que esté al tanto de sus actividades. Boris es muy hermoso, su fisonomía es bastante diferente a la de los muchachos lugareños, incluido Miguel, es muy delgado, demasiado, sin ese porte garboso de los locales, su tez es tan lívida que más parece traslúcida, los ojos fríos color gris casi sin pigmentación, el cabello cobrizo de un tono que jamás había visto y con algo de melena, la cara en diamante, es muy fácil que llame la atención, pues parece un cuadro renacentista andante. Aunque es llanamente precioso no despierta sentimiento alguno en mí, salvo el de una franca curiosidad. Luego de una semana y media en Zaragoza Claudine se ha percatado de la existencia de Boris, cuando yo desde su arribo. Era evidente que la ha cautivado, polos semejantes se atraen, verdad más cierta de lo que se pregona. Miguel lleva días cortejando a Claudine, la balanza ya la ha definido y la prefiere sobre mí; Claudine también parecía corresponderle pero la oposición de su madre la hace dudar; la señora Mirelle se encuentra reticente a bendecir su relación, porque la familia de la que procede Miguel es ganadera, aunque ricos, es indubitable que sus costumbres son hoscas. Claudine me ha pedido que invente una forma para que haya contacto entre ella y Boris, sabiendo yo su itinerario cotidiano, apela a mi creatividad y amistad.
Me he puesto a cantar y bailar frente al palacio de Boris, no por necesidad económica que aún la tengo, sino como estratagema para propiciar que Claudine y Boris se conozcan. Wesh otra vez me acompaña, jocoso toca la bandola pues le he advertido mi pretensión, él se muestra complacido en ayudar a Claudine, esta es parte de la multitud que aprecia nuestro arte, luce alegre admirándonos. Justo ha emergido Boris de su palacio y va a subir a su carruaje, yo entonces enloquezco en mi interpretación, mis zapateado se vuelve más percutivo, giro y giro como pirinola, esto de menos hace que Boris nos observe, entonces le sonrio y lo invito a acercarse, Boris no se niega. Más cerca el joven británico parece muy intrigado ante un baile tan cadencioso y extraño, mi canto gitano le desconcierta. Claudine hace lo suyo y se aproxima a Boris, comienza la conversación.
—Este baile es tan complejo, pero más de improvisación, es la expresión artística y libre del bailaor. Su canto es hondo, como un grito, un suspiro —comenta al aire Claudine preciándose de ser docta.
—Que belleza, nunca antes había visto algo semejante. Mirad, con cada movimiento esta señorita dice tanto, este baile evoca alegría, enojo, tristeza, un sin fin de emociones —responde Boris sin apartar su mirada de mis pies.
—Sí, este es un baile original del sur, de Andalucía, con impronta gitana. Aunque ya se ha entremezclado con las manifestaciones y el folclor español, por lo que ha influenciado los fandangos —menciona Claudine ya algo desesperada porque Boris aún no la observa. Finalmente él se vuelve hacia ella. Notoriamente queda embelesado por su beldad, una no arquetípica de la ciudad. Ella explica contenta qué son los fandangos, pero a él ya parece poco importarle su significado pues está perdido en sus ojos celestes.
Claudine y Boris empezaron a salir con frecuencia. La triquiñuela para acercarlos había dado frutos pero gordos. La mayor parte del tiempo lo pasaban juntos, tanto que mentalmente los locales les consideraban pareja. Miguel se veía sobrecogido, su rival era un reluciente ejemplar de hombre, pero más que acongojado, se tornaba iracundo. Mi amistad era lo único que le quedaba.
—¿Notaste cómo ella prácticamente se ha echado a sus brazos?
Quiero decir que no pero sería mentir.
—Sí, pese a que creía que te amaba con locura.
—Eso mismo pensaba yo. Cuán equivocado estaba, apenas se ha aparecido un famélico gentleman y me deja sin más.
Sé que esta situación me favorece, pero mi boca no tiene dominio y cada palabra que arroja solo intenta atenuar la mala percepción que tiene Miguel ahora sobre Claudine.
—Quizá intervenga su madre, no te lo dijo, pero la señora Mirelle se oponía a vuestra relación, por tu familia y ascendencia.
—Sabía que lo de ser ganadero no era una buena carta de presentación pero... deseaba ganarme a la señora Mirelle con obsequios, porque vamos, aunque dignas y orgullosas, entiendo que su situación económica no es de las mejores a la muerte del padre.
Miguel me ayudaba a cruzar el río, desde que solemos acompañarnos nos la vivimos jugueteando por el Ebro y sus brazos. Sin querer trastabillo y caigo mojandome toda, el nivel del agua no es elevado. Miguel ríe y yo lo halo para que se empape igual que yo.
Desde la llegada de Boris mi vida ha cambiado para bien. Soy muy feliz, tan dichosa. Me agrada demasiado tener a Miguel como amigo, incluso más que como novio, me llena ser benévola con él, cuidarlo, protegerlo. Miguel ha estado un par de veces en mi casa, le conocen ya mis primas y mi hermano y madre. A su último ruedo gratuito he asistido, me ha guardado un lugar cercano a la corrida y me ha otorgado el rabo.
#39869 en Novela romántica
#6553 en Chick lit
#26078 en Otros
#1828 en Novela histórica
romance amor drama y desamor, romance amor dolor drama sufrimiento, romance amor pasion
Editado: 10.11.2019