Pecadora [la entrada al paraíso]

UNO

LOS DOS GRUPOS

 

 

 Siete días para la Llegada.

        —Maldición —gruñó en voz baja—. Este vagabundo me hará llegar tarde.

        Allison no sabía qué hacer. Estaba comprometida para una muy importante reunión del trabajo y el estar en medio del tráfico no ayudaba demasiado. Tenía que aguantar a un pobre anciano desvariar, gritando a todo pulmón que una tal llegada estaba cerca. Y al igual que ella, decenas de hombres y mujeres le ignoraban o en un caso distinto, no sabían a qué se refería con aquello. Allison pertenecía a ambos grupos; su ocupada mente solo tenía espacio para la reunión a la cual llegaba tarde. En medio de un resoplo lleno de desespero, miró el reloj. Su junta había comenzado hacía más de media hora y ella debía exponer un producto revolucionario frente a poderosos empresarios que contaban con su —fracasada— puntualidad. Se frotó la sien derecha con estrés mientras el viejo decía algo parecido a «redimir nuestros pecados», no estaba segura; además, no le importaba. En la parte trasera del vehículo color plata se hallaban, entre algunas cosas, sus materiales de trabajo. Dio un repaso de lo que necesitaba para su exposición, esperando que con el ajetreo no se le hubiera quedado nada, y ahora añadía a la lista una excusa creíble para que le permitieran dar a conocer su producto en el tiempo que pudiera quedarle. Claro, si es que llegaba antes de que culminara la cita.

        Volvió a mirar al frente, clavando la vista en el anciano, quien se retiraba de en medio de la calle. Pensó con esperanza renovada que por fin podría llegar a su trabajo; mientras avanzaban los demás autos, observó a aquel hombre de ropas rotas que tenía la mirada sobre un auto y a medida que se acercaba, podía ver aquellos ojos azul claro, tan claro que parecía blanco. Un color que daba miedo.

        —¡Avancen, maldita sea! ¿Se quedaron muy dormidos o qué? ¡Que les den! —Escuchó que gritaban tras ella, quizá un iracundo hombre que al igual a ella, llegaba tarde a algún lugar. El ruido de las bocinas respondió. Allison intentó respirar hondo para calmarse y no unirse al alboroto, pero era casi imposible con tanta gente gritando al mismo tiempo. Aún faltaban varios autos para que pudiera seguir con su trayecto sin más percances, por lo que no se sorprendería si quedaba otros diez minutos estancada en la gran hilera de autos y motos—. ¡Arranquen, arranquen!, ¿les gustó el trancón? Lo que faltaba… ¡Despabilen, hijos de…!

        La gota que derramó el vaso. El desconocido seguía haciendo sonar la bocina del automóvil sin cesar, lanzando insultos a todo lo que se moviera. Allison, aunque era mujer, no se dejaba intimidar y tras minutos que le parecieron eternos decidió bajarse del coche a enfrentar al hombre que le estaba arruinando el ánimo. Con paso firme avanzó entre las decenas de autos, cuidando de no chocar con ninguno de ellos.

        —¡¿Qué le pasa…, patético intento de hombre?! —No se le ocurría ninguna otra cosa mejor y dijo lo primero que se le vino a la mente con tal de hacerlo callar.

        —¡Nos tocó de premio un solecito! —dijo al aire—. Mire, niña tintada, ¿qué no ve que hace estorbo? —Le replicó este de igual manera.

        A su alrededor, más autos tocaban con fiereza las bocinas para que aquel par en riña se alejara y siguiera con sus vidas.

        —¡Retráctese, gordo inmundo! —Chilló, pasando por alto al resto. Le parecía muy infantil lo que hacía pero algo le obligaba a seguir; tal vez era su necesidad por defenderse de lo que ella tanto criticaba: los hombres pedantes como él.

        —Señora —salió del auto, dejando la puerta abierta—. ¿No debería usted limpiar más bien mi auto? —Continuó con sorna en la voz—, que eso es lo único para lo que sirven ustedes…, mujeres —dijo con un tono tan desdeñoso que Allison creyó que vomitaría—. ¿O acaso quiere que este semental le dé un paseo que no olvidará? —Añadió mientras se relamía de una forma asquerosa los labios. La muchacha sintió arcadas al instante, pero se contuvo pues no quería pasar vergüenza ante tantas personas.

        —Suficiente —habló, despacio, haciéndole entender al cretino que iba muy en serio—. Se va a disculpar y va a parar de hacer sonar ese viejo cacharro que sirve de auto porque ya me tiene harta su maldito sonido. ¿Entendió?

        —Venga e inténtelo usted misma, niña, pues esa boquita que tiene, sí que sirve para parlotear debe de servir para algo más… satisfactorio, ¿no?

        Aquel hombre no se tomaba en serio lo que decía Allison, era una niña de papá más. Seguía burlándose de ella, —profanaba cuanta mujer existiera en el planeta: juraba que lo único que sabían hacer era lo relacionado a las labores domésticas y algunas otras que no toleró—, claro, con un vocabulario tan elegante como su aspecto. La barriga amenazaba con salírsele por debajo de la camisa a cuadros y el cinturón parecía a punto de volar por los aires; el cabello grasoso y desaliñado se pegaba a su frente sudorosa y una mancha de aceite se hacía notar en el simplón traje. Vaya autoestima tenía para insultar. La chica quiso tener un amor propio tan alto como el de aquel patán, pero eso no quitaba el hecho de que ya estaba al límite.

        —¡No me falte al respeto! —Espetó la rubia. Ahora, ellos dos eran los que hacían ruido; tal parecía que la riña era tan interesante que el resto se había silenciado. Allison alzó la mano y abofeteó al hombre, quien frunció el ceño y se pasó la mano por la mejilla que comenzaba a hincharse. Antes de que la otra pudiera reaccionar, este la tomó del brazo y le plantó un asquiento beso en la boca.




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