Pecadora [la entrada al paraíso]

TRES

† TRES †

—ALLISON—

 

 No se percató del momento en que encendió el auto y condujo hasta aquella zona deshabitada repleta de monte que, en cualquier otro momento, le daban total desconfianza; ni un solo alma vagaba por allí, ni siquiera los pájaros cantaban e incluso, parecía que los mismos árboles dormían, ajenos al interno alboroto que se desataba dentro de Allison. La rubia estacionó el vehículo y suspiró, aún dentro de este, para intentar relajarse. Tenía las palabras de quien se hacía llamar Dalila resonando en su cabeza una y otra vez, como si quisiera martillearle todo pensamiento distinto al suyo; cuando apagó el auto, la quietud se hizo total: parecía el mundo de los muertos.

        Tras pensárselo una quinta vez, decidió que era hora de bajarse y afrontar aquello que le habían propuesto; quizá era una oportunidad única y tal vez, no podía dejarla pasar. Aspiró hondamente el aire puro del pequeño bosque que rodeaba la ciudad y se dedicó a observar junto a ella el bello paisaje que en la ciudad, con tanto tráfico de autos y smog nunca vería. El césped era de un color verde claro con algunas partes oscuras, y los árboles se mecían en silencio a compás del viento. Estaba solamente ella y la naturaleza.

        —¿Dalila? —Temió quebrantar el momento con su voz.

        Esperó unos segundos a que le respondieran, pero fue en vano; supuso que había sido una broma y, dispuesta a marcharse a casa, emprendió un lento camino hacia su auto hasta que algo la detuvo: una sombra se implantó tras ella, muy cerca de ella. Cuando giró con rapidez para ver de quién se trataba, la soledad volvió a acompañarla.

        —Allison, vaya sorpresa —escuchó la delicada voz que se alzó de entre los árboles—. Aceptaste, yo creía que me dejarías abandonada… a pesar de nuestro pequeño acuerdo.

        Una sombra femenina apareció casi de la nada junto a Allison, quien con normalidad la habría visto venir, ya que el lugar de la reunión era una extensa pradera con un puñado de árboles alrededor que no protegían a ambas mujeres de los fuertes vientos que les sacudían las largas cabelleras.

        —No entiendo por qué te dejó tan sorprendida, doña. ¿Debería existir alguna razón por la que no debía aceptar? —preguntó esta, aún de espaldas a Dalila—. Quiero decir, que ni se te ocurra acercarte, pues vengo preparada para cualquier tipo de asalto… y eso incluye a señoras que dejan cartas a la gente así de la nada. Ahora, habla —intentó verla, pero no podía moverse. Resignada, pero con la clara intención de no hacerle dar cuenta, carraspeó la garganta y continuó hablando—. ¿Para qué carajo me has llamado aquí, en medio de la nada? 

        —Por ahora, ninguna que considere importante decirte —susurró—. Y yo no debo de tener más que tu edad, Allison; para que lo tengas presente nada más —espetó—. Si yo te traje aquí es porque mi amo así lo pidió.

        —¡¿Amo?! Maldita sea —exclamó con horror. Quiso moverse, pero ahora se mantenía estática. Se llevó una mano al rostro, mordiéndose la lengua hasta que comenzó a arderle demasiado—. Ya sabía yo que era una maldita trampa para atraparme y llevarme a no sé, ¡China!, a vender mi cuerpo y para prostituirme. ¡Mi madre me dijo de pequeña que era demasiado ambiciosa, maldición! —se quejó. Dalila, harta de los gritos de la rubia que solo lograban hacerle doler la cabeza, se acercó hasta ella y le tomó del hombro con la suficiente fuerza para que dejara de alzar tales alaridos al aire.

        Una nueva oleada de ventarrones las sacudió. Allison, sintiendo la amenaza en la mano que tenía sobre ella y con mil dudas en mente dispuesta a formularlas una por una, habló, obligándose a calmarse. Sin duda, la supuesta Dalila no era como aquel hombre de aquella mañana.

        —¿Y qué se supone que debo hacer? —Tenía gran tentación de girar para poder ver el rostro de quien la convocó, pero una extraña fuerza la obligaba a mantenerse en su sitio. Solo podía ver la gran extensión de brillante césped al frente y uno chamuscado en la zona en que las dos se hallaban. La duda le estaba matando por dentro.

        —Es simple. Imagínalo como una oferta de trabajo, ¿sí? —Dalila susurró en su oído—. Es demasiado sencillo; solo trabajas un día y con solo tener tu presencia en nuestra empresa bastará. ¿No suena genial?

        —No lo sé —murmuró aún con cierta desconfianza. Las arrastradas palabras con las que le hablaba no le hacían sentir cómoda—. Parece falso. 

        La dama de cabello rojizo dejó soltar un bufido de impaciencia.

        —Ya sé que suena muy increíble para ser verdad pero, de hecho, muchos de nuestros clientes no son… ¿cómo decirlo? —rio con ligereza cuando el viento volvió a soplar—; «capaces de salir una vez entran».

        Aquello pareció animar a Allison, quien comenzó a recordar cómo debía hablar cuando se encontraba hablando con importantes empresarios.

        —¿De verdad dice eso? —las manos de Dalila comenzaron la tranquila tarea de trenzar el cabello rubio de la muchacha. Debía hacer todo lo posible por atraerla y que cumpliera su parte de trato. No podía mentirle, ni decirle la verdad entera—. ¿Tiene algún testimonio confiable en el que pueda basarme?, ¿cuándo puedo ir a conocer su establecimiento?

        La devota del diablo sonrió.




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