Pecadora [la entrada al paraíso]

SEIS

† SEIS †

—LUJURIA—

 

 

 

 

La carta lo atraía más a cada segundo que pasaba y aunque intentara dejarla a un lado y seguir en su búsqueda, no era capaz; la perfecta letra con que estaba escrito su nombre en el sobre le hipnotizaba. Encantado, la sujetaba con fuerza, recorriendo con el pulgar cada una de las letras sin dejar de preguntarse qué era aquello. La mujer que se hacía llamar Dalila se había marchado apenas le entregó el sobre, dejándole con un montón de dudas y ninguna respuesta más que ese llamativo obsequio con su nombre en él.

        Buscó una vez más con la mirada a la mujer cuyo tacto aún podía sentir, pero se había mezclado entre los extasiados hombres que bailaban junto a sus parejas al ritmo de la música con sensuales movimientos, ajenos a lo que sucedía junto a ellos.

        —¿Qué es eso? —Cristian lo había encontrado. Su boca olía a alcohol y tenía el cuello lleno de labial. Una mano sujetaba una botella de alcohol que Damián no reconoció—. ¿Te escribió tu abuela? Cleo…, Cleodora… Ay, qué mujerón.

        Casi le propinó un puñetazo, pero su amigo estaba tan ebrio que no valía la pena. Le quitó la botella de la mano y la puso sin cuidado sobre la mesa del bar tras de sí

        —Ella se murió hace dos semanas y su nombre era Cleo, a secas.

        El otro abrió la boca a medias antes de que se le olvidara lo que iba a decir. Terminó encogiéndose de hombros sin dejar de vigilar la bebida que su aprendiz le había arrebatado.

        —Como sea —bramó— da lo mismo a fin de cuentas. Se murió —se sobresaltó cuando Damián le empujó por impulso.

        Le dio la espalda y se sentó en el banquito con vistas al bar. Ya aislado escondió la cabeza entre los brazos, con el sobre a la altura de los ojos.

        —Bueno, ¡ya, ya! No entiendo el enojo —chistó al recibir la mirada desafiante de Damián en su intento de aproximarse.

        —Eres un estúpido.

        Miró una vez más el sobre y notó por detrás una peculiar marca que no había visto antes: una manzana con un par de alas saliendo de ella. Se preguntó si aquel logo significaba algo en especial. Aspiró el perfume con el que Dalila seguramente había rociado el presente y sonrió luego de llevárselo a la punta de la nariz.

        —Bueno, pero yo no me afano ni me pongo llorón cuando me dicen algo de mi abuela muerta.

        —¿Te estás escuchando? —comenzaba a abrir el sobre para poder leerlo. Tan solo esperaba que Cristian lo dejara en paz—. Mira, colega; vendería en este momento mi alma al Diablo para que dejaras de ser un maldito fastidio.

        Las palabras parecieron herirle pues tan solo respondió con un inaudible está bien.

        —¿Qué es eso, entonces? —señaló la carta que tenía el muchacho entre las manos cuando lo vio abrir los ojos de sorpresa—. Dime; yo soy tu maestro y tengo el derecho a saber.

        Supuso que no habría problema alguno si lo leía en voz alta, por lo que aclaró la garganta y comenzó a leer.

        «Hola, Damián: Si lees esto, espero poder encontrarme contigo en otra ocasión y añoro que ese sea tu deseo también; De seguro te preguntas por qué me desaparecí luego de nuestra buena charla, pero eso es lo de menos, nos veremos esta noche. Hay algo importante de lo que no tienes idea todavía, y eres el hombre que busco para lo que he de hacer. Solo te necesito a ti y si aceptas mi oferta, querido Damián, podrás crear un mundo en el que cada mujer que te conozca suspire por ti y las que no lo hagan, se sentirán vacías hasta verte. Serás el hombre más deseado en todo el planeta e incitarás a las aún vírgenes al pecado, incluyendo a aquellas que proclaman su gran abstinencia. Serás alabado por los hombres, quienes, si no quieren ser como tú, matarán para reemplazarte. Si así es de grande tu deseo, te convertirás en el dueño que anhelas. Solo debes decir que aceptas».

        Sorprendido al leer la misiva, sonrió con las mejillas sonrosadas. ¿Acaso era tan notable que Abrahel le había dejado con ganas de más y más? ¿Qué importaba?, si aquello que Dalila decía era verdad, no podía perder esa oportunidad. Tenía ante sus ojos la llave para todo lo que pudiera desear. Se había dejado seducir por el abismo con tan solo un vistazo.

        —¡Joder! —clamó Cristian, al que Damián había olvidado casi por completo—. ¿Y yo no estoy por ahí, en alguna parte?

        —No…

        —Revisa otra vez —ordenó—. Te lo digo en serio. ¡No puedes dejarme por fuera del negocio!

        —Olvídalo.

        —Entonces no puedes aceptar.

        —¡¿Y por qué no?! —Damián sintió su respuesta como un baldado de agua fría.

        —Porque soy tu mentor, y digo que es inapropiado. ¿Sabes que hay traficantes de órganos? Con razón, ya decía yo.

        —Si solo debo decir esto para gobernar la Tierra y estar lejos de ti —masculló al darle la espalda por segunda vez—, entonces lo haré.

        El muchacho se bajó del banquito con ansias de escuchar por primera vez en una semana algo que no fueran los imparables mandatos y quejas de Cristian quien, por solo enseñarle unos cuantos consejos de seducción, se creía capaz de dirigir su vida. Qué equivocado estaba y para que lo tuviera presente, aceptaría el ofrecimiento que Dalila le hacía.




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