Pecadora [la entrada al paraíso]

SIETE

† SIETE †

—JENNY—

 

 

 

 

 

Cinco días para la Llegada.

        Jenny sin duda alguna había trabajado muy duro para llegar a la cima, que era donde estaba ahora luego de vencer en uno de esos concursos de televisión. Tras varios años en los que empleó casi todo su tiempo, estaba a punto de lograr su mayor sueño. Por fin lograría posicionarse como la mejor estilista del mundo o por lo menos, de la mayor parte de este antes de que alguien probara suerte con derrocarla, no obstante, se aseguraría de que no fuera posible; tenía una reputación que mantener y no dejaría que nada ni nadie la arruinara.

        Se encontraba frente al espejo por décima vez en la mañana, cuidando de que todo estuviera en su lugar. No podía tolerar que algo fuera imperfecto en ese, su gran día. No cuando trabajó tan duro por él.

        —¡¿Qué?! —exclamó al ver que las rosas que decoraban la entrada de su habitación no eran rojas como pidió, sino azules—. ¿Qué es esta… porquería?

        Antes de que pudiera salir a protestar, la masculina voz de su mánager le distrajo.

        —Jenny, ya casi es hora de tu premiación —dijo con un tono mecánico, como si hubiera dicho eso un centenar de veces. La chica se alisó el cabello una vez más y bufó para sí misma ante la insistencia de aquel hombre—. ¿Estás lista? No creo que desees llegar tarde; ¿acaso no estás feliz?

        —Claro que sí, Jhon. ¿Crees que no estaría emocionada por mi ceremonia? —gritó al hombre al otro lado de la puerta, a la vez que admiraba por enésima vez su reflejo. Este volvió a tocar la puerta y Jenny rodó los ojos ante su intensidad.

        —Bueno, pues no lo parece —la muchacha estiró su vestido rosa pálido y sonrió a sus adentros—. Es que no has salido de ahí desde… desde anoche. ¿Acaso comes, Jenny? ¿Estás a dieta?

        —¡Obvio no, tarado! Y basta ya de tocar a la puerta que la vas a tumbar, en serio. —Los golpes cesaron y Jenny respiró tranquila. A pesar de la aparente calma, la sombra a través del espacio entre la puerta y el suelo le indicaba que Jhon aún seguía ahí cual lobo acechando a su presa—. ¿Qué quieres, por el amor a Dios?

        Calló, esperando la respuesta del otro en vano. Se levantó entonces, irritada de todo ese asunto y abrió la portilla lo suficiente para que pudiera verle la cara. Arrugó el entrecejo al notar la afable sonrisa de su mánager.

        —Preguntar si necesitabas algo más. —Empujó un poco la puerta, apenas para poder entrar. Se detuvo al quinto intento, cuando el rostro de Jenny se volvió una mueca de asco—. O bueno…, dejarte un obsequio que encontré en la recepción.

        —No lo quiero, gracias.

        —¿No? —abrió los ojos, perplejo y la calmada expresión se borró de su rostro—. ¿Por qué no?

        —Debe de ser alguna estupidez. O una broma por esa gente tan agria que no acepta perder —explicó—. No busco dañar mi ropa, mi rostro o peinado a último momento. ¿Dónde están esos tipos que se supone, controlan toda esa mercancía ilegal?

        Jhon soltó el aire algo molesto.

        —¿Y qué te hace pensar que esto es ilegal?

        Jenny dejó soltar una seca risa que no duró más de dos segundos.

        —Simple —se encogió de hombros y señaló con un dedo el pecho de su mánager—. Lo traes tú.

        Frotó el corto cabello mientras se apoyaba en el marco de la entrada con el hombro. Le mostró a la chica un paquete de color blanco con un moño rojo encima.

        —¿Qué tipo de droga tiene, Jhon? —comentó Jenny, despectiva. Enarcó una ceja y movió la cabeza con un movimiento brusco, a modo de orden para que abriera el objeto ahí mismo… por seguridad—. No confío en ti y lo sabes.

        Jhon bajó la cabeza y apretó los labios hasta que estos perdieron color. Asintió sin verla y procedió a romper el papel con el que estaba envuelto de forma impecable. De verdad le dolía lo que la muchacha le decía, pero no podía renunciar a su trabajo; necesitaba el dinero.

        —Mira —sacó de la cajita de cartón una manzana de chocolate y se la acercó, viéndola a los ojos—. Para ti; ¿ves? Es una manzana, no una bomba explosiva o algún tipo de narcótico. Jenny, esas cosas simplemente… no se hacen. Te vas a ganar uno de esos trofeos…

        —La brocha de oro —corrigió.

        —…sí, eso —dijo—. La brocha de oro. Tal vez tienes algún fanático por ahí que quiso dejarte un detalle para alegrarte el día.

        —¿Y por qué haría esa estupidez?

        Jhon negó con la cabeza, negándose a contestar.

        —¿De parte de quién? —cuestionó frívola a los pocos segundos; tomó con una mano la fruta y la olió un poco, para comprobar que no era venenosa—. ¿Lo conozco?

        El color subió a las mejillas de Jhon, quien ocultó el rostro al clavarla mirada en la pared a su lado. Torció un poco la boca y miró el reloj mientras pensaba en qué momento la fama nubló la cabeza de Jenny. La conocía desde pequeña; ambos habían estudiado en la misma clase durante años y a pesar de eso, era cruel con él. Durante mucho tiempo incluso creyó que ni siquiera se había percatado de su existencia.




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