Pecadora [la entrada al paraíso]

ONCE

† ONCE †

—LEALES Y DIVIDIDOS—

 

 

 

 

La situación se calmó lo más pronto posible. Aunque el traje de luto aún era llevado por un centenar de ángeles como mínimo, todos sabían que debían volver al trabajo. Iezalel recogió el cabello castaño liso en una coleta simple y sonrió estupefacto ante el ambiente que les rodeaba; la neblina no dejaba ver demasiado a salvo que estuvieran fuera de la zona honda donde ellos se encontraban y grandes rocas sobresalían del suelo, dificultando el vuelo de los combatientes. El entrenamiento era lo primordial y se había vuelto aún más necesario desde que Yahvé les informó que la guerra por el destino de la humanidad estaba a la vuelta de la esquina. Si se aguzaba el oído, el sonido del metal al golpear contra metal se podía escuchar; los resoplos de los combatientes más cercanos y el ambiente cálido que sus cuerpos creaban al moverse, aun cuando hacía tanto frío en realidad; sin embargo, a Hekamiah ni a Hariel parecía importarle, pues llevaban el torso descubierto. La parte superior de sus trajes estaba tirada en el suelo a metros de distancia y Sehaliah juraba que aquella situación se debía a un tipo de apuesta de la que incluso creyó escucharlos a ambos debatir, anunciando a algunos virtudes lo innecesaria que era la ropa que no era estrictamente armadura pues dificultaba el movimiento y no les protegía nada a fin de cuentas.

        Haamiah caminaba junto con Miguel. Le dijo luego de algunas horas de descanso que quería mostrarle algo en la zona central del gran edificio donde los serafines se reunían junto con el resto de su jerarquía. Tal vez quería hallar pistas, quiso pensar el dominación. Dirigió la azulada mirada hacia el grupo de ángeles que se preparaba para luchar y dándole un leve codazo a su mentor en el costado, llamó su atención.

        —Hey, Miguel —dijo, señalándolos con una mano—. ¿Qué te parece si voy con ellos durante unos minutos para practicar.

        Sonrió, esperando la respuesta del guerrero. Mientras este alzaba la vista para notar cómo el par de querubines se repartían bandos, tanteó a los costados en busca del arma; no notó cuando Miguel frunció el ceño.

        —No.

        La negativa le dejó aturdido.

        —Pero… ¿por qué? —ya tenía el arma afuera y en la distancia, Iezalel le saludaba con una mano—. ¡Es solo un entrenamiento!

        —¡Por eso mismo, Haamiah! No cometas la estupidez de unirte a un entrenamiento con ellos. Mucho menos con Hariel ni Iezalel estando en el mismo equipo —gruñó; aunque no parecía molesto, el joven ángel decidió no insistir. Además, le interesaba conocer los grandes secretos que ocultaba dicha sala, tan famosa por el resto de rangos, tan difícil de ver al pasar.

        El querubín brindó una última mirada llena de anhelo a sus colegas a punto de combatir. Notó que a diferencia del resto, uno de ellos llevaba un hacha mientas los otros se armaban con espadas largas y varios conjuntos de dagas. Giró la cabeza justo antes de que un enorme pilar le quitara de su panorama la escena que quería presenciar. Le engullía la curiosidad de cómo lucharían los querubines entre sí, pero tuvo que conformarse con figuras de los guerreros que quedaban atrás, cubiertos por la neblina.

        —Hariel, conmigo —Iezalel golpeó en gesto amistoso la espalda del tronos y un gruñido lo recibió a modo de respuesta—. En el otro grupo, Hekamiah y Sehaliah. Espero que no se ofendan por no estar conmigo —rio.

        Su compañero dejó soltar una carcajada, mientras hacía lo mismo con el ondulado cabello rojizo. Puso la espada a la altura del corazón y les dedicó una breve inclinación de cabeza a sus nuevos contrincantes.

        —Que Yahvé les sonría.

        El principado se relamió los labios y apretó el mango de su arma. Los ángeles a su lado eran mucho más altos que él y a pesar de estar seguro de su fuerza y puntería, temía que no fuera suficiente contra dos rivales de la primera jerarquía.

        —Igual para ti, pajarito.

        La neblina se amontonó sobre ellos y en pocos segundos, sus cuerpos eran solo irregulares sombras para el resto; tan solo se veía el contorno de sus alas entre el amplio espacio y apenas comenzó la batalla, marcado por la voz del más experimentado. Al segundo de oír la señal de Iezalel, Hekamiah se alzó en vuelo junto con Sehaliah, quien le seguía a poca distancia.

        —Cúbreme, chico —murmuró sin verle. ¿De qué servía? Su figura se distorsionaba por la bruma.

        Creyó escuchar un breve . Entonces, puso la espada frente a sí, concentrándose en dónde podrían aparecer los contrincantes. Al instante, el filo de la hoja chocó con la de Hariel, quien se había tirado de picado hacia él. El dorso de su ala izquierda le dio de lleno en el vientre y con un gañido de dolor por parte del atacado, lo alejó. Se giró al momento y le dio un puñetazo en el pecho que obligó al tronos a descender un poco, cosa que Hekamiah aprovechó para unir sus alas e ir en picada hacia Hariel, en un intento de repetir el asalto que este le había querido hacer.

        —Hey, no golpees tan fuerte —se quejó cuando la espada del querubín asestó un golpe vertical que le fue difícil de detener. La fuerza de su contrario le hizo descender hasta el suelo y arrodillado, mantuvo su posición, con el otro siguiéndole—. Sé que estás alterado, pero no es el momento. Guárdate esa fuerza para cuando estés en el campo de batalla.




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