Pecadora [la entrada al paraíso]

VEINTITRÉS

† VEINTITRÉS †

—ÁNGELES TERRENALES—

 

 

 

Tres días para la Llegada, noche.

Menadel observaba con anhelo la forma en que Jennifer yacía recostada sobre el balcón de la habitación mientras esperaba el llamado de Jhon para marchar a Francia donde seguiría la gira que se le otorgó por haber ganado el concurso. Había escuchado durante una escabullida para verla que partirían al amanecer del día siguiente, apenas saliera el sol.

        Todo sería perfecto… si pudiera acercársele.

        Solo le quedaban unas cuantas horas junto a ella.

        —Menadel —espetó su compañero de coro, Yehuiah—. Sé que la niña esa te fascina y sabes bien que eso está prohibido. ¿No veníamos a buscar Salvados? Solo me trajiste para hacerte compañía detrás de los arbustos; jamás volveré a creerte nada.

        El ángel suspiró por décima y se encogió de hombros, con el rostro crispado en un gesto de disculpa.

        —Lo siento, hermano —murmuró—. Pero sí vamos a cumplir la misión. El joven Jhon tiene potencial.

        —Nunca terminaré de comprender las listas. ¿Podemos juzgar a los hombres por un solo momento de sus vidas?

        —Es la palabra del Juez.

        —Sigo sin entender, y ya me siento al borde de la locura; me duele la espalda desde que caímos y esta ropa es extraña. Lo que haces va contra las reglas, hermano —riñó—. Desde la entrada a la sala de los serafines hasta la manía que tienes con vigilar a la muchacha de allá.

        —¿A Jennifer? No la estoy siguiendo.

        Yehuiah rodó los ojos con desespero.

        —Ya deja de engañarte.

        —Puedes pensar lo que quieras, mientras no haga algo que nos pueda perjudicar todo va a estar bien. Además, ¿qué tiene de malo que le quiera mostrar el buen camino? No hay nada de malo si me muestro y reconoce nuestra existencia.

        —¿Has olvidado ya a…? —Miró a los lados con cautela, como si temiera ser oído—. Satanás tenía ese mismo pensamiento, cabeza hueca. ¿Entiendes por qué tenemos reglas?

        —No le veo el caso. Lo haremos igualmente cuando suba al Cielo, antes de la guerra; ¿o es que ya se te olvidó? —resopló; el aire movió con sutileza las hojitas más cercanas del arbusto y Yehuiah recogió el cabello blanco en una coleta.

        Alzó ambas manos a modo de rendición y hundió la cabeza entre los hombros.

        —Bien, bien —se resignó a decir—. Lo haremos a tu manera, pero si algo llega a suceder nos iremos de inmediato, por pequeño que sea.

        Menadel sonrió en respuesta luego de ajustar el traje de gala que tenía —un esmoquin de color negro, como el de Yehuiah— para poder entrar a la sala en la que Jennifer estaría los momentos previos a la partida; iba con la misión de ir junto a ella y Jhon.

        Los nervios le hacían temblar las manos e inconscientemente se llevó una de ellas al bolsillo donde guardaba la daga; la sacó de su escondite y la apretó con fuerza hasta que el temblor cesó.

        —Gracias por esto —dijo, ya ambos de pie—. De verdad ayuda bastante.

        —Vamos por esa chica antes de que me arrepienta y termine llamando a Cahetel.

        Ambos se encaminaron hacia el lugar en que Jhon, sentado, esperaba la llegada de Jenny; una vez ella apareció por entre la puerta, se puso de pie para recibirla con un abrazo.

        —Oh, Jenny. —Le dio una vuelta. Desde el evento de premiación lucía distinta, más liviana y alegre. Y era mucho más dulce con él—. Te ves preciosa.

        —Yo siempre soy preciosa, Jhon —rio.

        El muchacho asintió con respeto ante unos ejecutivos, dueños de todo el proceso de la gira al pasar estos frente a ellos. Cuando se retiraron, volvió a centrar su atención en Jennifer.

        —Claro que sí —respondió—. Nunca lo he dudado.

        Jhon vestía el mismo traje que los ángeles utilizaban, y Jennifer lucía su cabello junto a un brillante vestido rojo que se amoldaba a su cuerpo. La invitó a sentar en una de las sillas que aún estaban acomodadas desde el día de la ceremonia de presentación y ella aceptó con un gesto afable.

        —Espérame aquí —dijo—. Voy a traer el resto de equipaje y… ¿algo de tomar?

        —Claro, está bien. —Asintió—. ¿Tardarás mucho?

        —No lo creo. —Ladeó la cabeza hacia el set donde Jennifer tenía su propio salón—. ¿Deseas algo en especial para tomar? Puedo pedirlo ahora mismo.

        La otra murmuró un breve sí, a lo que Jhon se irguió para ver a su alrededor, en busca de uno de los muchos meseros que aún atendían al resto de invitados platino que recorrían el bello jardín detrás de las instalaciones. Jenny acomodó su cabello tras la oreja y se cruzó de piernas apenas Jhon estiró el brazo hacia un par de hombres vestidos como camareros. Se acercó a paso rápido hacia ellos y al llegar a su lado, frunció el ceño de confusión, pues no recordaba haberlos visto antes.




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