Salí del baile pasadas las once. El aire fresco me toca la cara como una bofetada. Había bebido un poco, sí, pero no tanto como para estar mareada. Solo lo suficiente como para reírme de cosas que normalmente no me harían gracia.
Me despedí de Mariano y caminé sola por el sendero de tierra que lleva a mi casa. No está lejos. Diez minutos, quizás quince si voy despacio.
Pero esa noche... algo cambió.
Sentí que alguien me seguía antes de verlo. Fue un escalofrío en la nuca. Como si estuviera siendo observada. Miré hacia atrás. Nada. Solo sombras entre los árboles. Las luces del pueblo quedaron atrás.
Sigue caminando. Más rápido.
Escuche un paso detrás del mío. Aunque no era exactamente un paso. Era algo más pesado. Más lento. Como si no tuviera prisa. Como si supiera que yo no podía irme.
Volví a mirar. Esta vez vi algo. Una figura. Borrosa. Alta. Sin rostro claro. De pie entre los árboles. Inmóvil.
No me muevas.
Ni ella tampoco.
Entonces, escuché risas desde la carretera. Un coche pasaba. Gente borracha cantando. Luz de faros.
Miré otra vez.
Ya no estaba.
Corrí. Corrí hasta que me dolieron los pulmones. No encendí ninguna luz al llegar a casa. Me quedé sentada en el piso, con la espalda contra la puerta, respirando como si hubiera estado bajo el agua.
Nunca le conté a nadie. Porque sé que si digo en voz alta lo que vi, se volverá real. Y no estoy segura de querer saber quién o qué me estaba esperando allí afuera.
Pero desde esa noche... nunca más vuelvo sola del baile.