Peligro por ser bonita.

Capítulo 11: El Equilibrio Falso

Lina nunca supo explicar bien por qué tenía tanto miedo de todo desde niña.

No era ansiedad, decían los médicos. Ni trauma, insistían sus padres. Solo sensibilidad, le repetían los demás. Pero ella sabía que era más que eso. Era como si el mundo estuviera hecho de espejos rotos, y cada paso fuera una apuesta contra el destino.

Miguel no entendía ese miedo. No lo criticaba, simplemente no lo veía. Él creía que las cosas se podían dominar. Que si uno trabajaba con muertos, ya nada debería asustarle.

—Voy a enseñarte a andar en moto —dijo su hermano un día, con esa confianza natural que solo tienen quienes nunca han sentido que el suelo se mueve bajo sus pies—. Te haré bien. Te dará seguridad.

Ella dudó. Pero aceptó.

La cancha de fútbol abandonada era un buen lugar para aprender. Hierba seca, grietas en el cemento, y nadie alrededor para verla caer. Al principio fue torpe. Las manos sudaban sobre el manubrio. O ruido del motor la sobresaltaba. Cada vez que aceleraba, sentía que perdía el control.

Pero algo cambió al tercer día.

Comenzó a entender el equilibrio. Cómo el cuerpo anticipa el movimiento antes de que ocurra. Cómo el miedo se desvanece cuando te obliga a enfrentarlo sin escapada.

Anduvo en círculos. Luego rectas. Finalmente, se atrevió a salir del terreno baldío.

—¿En serio? —preguntó Miguel, sorprendido—. ¿Ahora?

—Sí —dijo ella—. Ahora puedo.

Nadie esperaba que pasara tan rápido. Ni siquiera ella. Pero había algo nuevo en su mirada. Una especie de paz falsa. Como si hubiera encontrado un lugar donde sí podía estar seguro.

Esa tarde, salió sola. Sin casco. Sin advertencia.

Quería demostrar que ya no tenía miedo.

Iba despacio al principio, disfrutando del viento, del peso del volante bajo sus manos. La ciudad pasaba a su lado como una película antigua. Todo parecía lento. Seguro.

Hasta que apareció el camión.

Fue apenas un segundo. Un cruce. Un claxon. Un frenazo demasiado tarde.

La moto patinó. Ella salió volando.

La cabeza golpeó primero.

Y luego, silencio.

Cuando encontraron su cuerpo, aún tenía los ojos abiertos. Como si hubiera visto venir algo. O como si, al fin, hubiera entendido que el miedo no se vence con valentía.

Solo con suerte.

Y ella se había quedado sin ella.




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