Peligro por ser bonita.

Capítulo 13: La Pregunta Silenciosa.

Ramírez no creía en fantasmas. Ni en coincidencias. Pero sí creía en las preguntas que no querían ser respondidas.

Había estado allí antes. Frente al cuerpo de otra mujer hermosa. Otra muerta sin signos de lucha. Sin violencia visible. Solo paz falsa. Como si hubiera elegido morir.

Pero esta vez era diferente.

Porque en su mano cerrada, encontró algo que no debería estar allí.

Un relicario pequeño. De plata oscura. Con una inscripción grabada en letras casi ilegibles:

"Para quien ve más allá".

No estaba en ningún registro. No aparecía en ninguna lista de pertenencias. Ni don Armando lo mencionó cuando fue a recoger el cuerpo.

—¿Lo viste antes? —le preguntó Ramírez mientras ambos observaban cómo se llevaban el cadáver.

Don Armando negó con calma. Sus manos, siempre limpias, descansaban sobre el mostrador de mármol como si fuera parte del lugar.

—Nunca lo había visto —dijo—. A veces traen cosas consigo. Cosas que no anoto. Por respeto.

—¿Y por qué esta vez sí debería anotarlo?

El viejo lo miró. No con enfado. Con paciencia. Como quien escucha a un niño pregunta por qué el cielo es azul.

—Porque ahora ya no parece casualidad —respondió—. Ahora parece mensaje.

Ramírez no dijo nada. Guardó el relicario en una bolsa de plástico y salió de la funeraria sin despedirse.

Fuera, el sol picaba fuerte. El aire olía a tierra seca y humo viejo. Algunos niños corrieron por la calle principal, riendo como si nada hubiera pasado. Como si ese día fuera igual a cualquier otro.

Pero no lo era.

Por primera vez, Ramírez sintió que tal vez no estaba buscando a un hombre.

Tal vez estaba buscando a alguien que sabía cómo dejar rastros invisibles. Mensajes que solo unos pocos sabían leer.

Regresó a la comisaría y comenzó a revisar antiguas carpetas. Fotos de víctimas. Notas de autopsias. Buscaba algo que conectara. Algo que todos habían ignorado.

Fue en la tercera carpeta donde lo encontró.

Una foto tomada hace años. En una escena de crimen similar. Y allí, entre las sombras de la imagen, colgado del cuello de otra mujer muerta... el mismo relicario.

Solo que entonces no tenía nombre. Ni inscripción.

Solo sangre seca.

Ramírez llamó a uno de sus hombres.

—Quiero saber quién tiene acceso a estas escenas. Quiién entra y sale sin hacer ruido. Y quiero saber quién sabe más de don Armando de lo que dice.

Colgó el teléfono y miró hacia la ventana.

La luz del sol no parecía tan cálida ahora.

Se sintió más bien como advertencia.

Alguien más estaba jugando este juego.

Y no era don Armando.




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