Peligro por ser bonita.

Capítulo 14: El Patrón Silencioso

El comedor de Doña Milá ya no era solo un lugar de comida y chismes. Ahora también era un refugio. Un punto de reunión. Un plan.

—Yo ya sé disparar —dijo Tere mientras removía su café con una cuchara oxidada—. Y si alguien viene por mí, no pienso quedarme quieta.

—Yo aprendí a defenderme —añadió Leticia—. Me enseñó mi sobrino. Dice que no es difícil desarmar a un hombre si sabes dónde golpear.

Doña Milá escuchaba desde detrás del mostrador, sin decir nada. No hacía falta. Ya no. Las mujeres hablaban entre ellas como si estuvieran armadas no solo de palabras, sino de decisiones.

Y aunque las muertes se habían detenido, nadie creía que fuera casualidad.

Ni tampoco que hubiera terminado todo.

Ramírez había estado siguiendo al relicario durante días.

No era fácil. En los archivos oficiales no aparecen. Ni en las autopsias ni en los informes de policía. Era como si nunca hubiera existido. Pero Ramírez sabía que sí. Lo había tocado. Lo había guardado en una bolsa de plástico y lo revisaba cada mañana como si pudiera hablarle.

Fue entonces cuando recordé algo viejo. Una conversación con un antiguo colega retirado, que ahora vivía en la capital y trabajaba como consultor forense.

Le envió una foto del relicario.

Esperó dos días.

La respuesta fue corta, pero suficiente para cambiar todo:

"Estemismo modelo apareció en tres casos distintos. Todos antes de 1980.Todas mujeres jóvenes. Todas bellas. Y todas pasaron por algunafuneraria antes de morir".

Ramírez sintió un escalofrío.

¿Una coincidencia? Quizás. Pero él no creía en eso.

Así que fue a ver a don Esteban.

La funeraria era más nueva, más limpia. Olía a perfume caro y aire acondicionado. Miguel había trabajado allí antes de irse con don Armando. Y Ramírez sabía que, si quería respuestas, tenía que empezar por el principio.

Don Esteban lo recibió con educación falsa. Le ofrecí agua de jamaica. Le preguntó por su salud.

—Vengo por registros antiguos —dijo Ramírez—. Hace más de treinta años. Si tienes acceso.

—Tengo mucho acceso —respondió don Esteban—. Pero no siempre comparto lo que encuentro.

Ramírez lo miró fijamente.

—Este no es un favor. Es una orden.

Después de unos minutos, don Esteban lo llevó a una bodega trasera. Archivos amarillentos. Carpetas rotas. Fotografías borrosas.

Y allí, en uno de los cuadernos más antiguos, lo encontré.

Un registro de desaparición de 1976. Una mujer llamada Alicia R. Muerta en circunstancias similares. Sin violencia visible. Con un objeto personal no identificado.

Y al lado de la nota, una descripción que Ramírez reconoció al instante:

"Relicariopequeño, plata oscura, inscripción: 'Para quien ve más allá'".

Era el mismo.

Exactamente lo mismo.

Pero lo peor no era eso.

Lo peor era que, en el margen del documento, había una firma.

Una firma que conocía muy bien.

La de don Armando.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.