Hola, me llamo, «Pennywise». Soy el payaso bailarín. Dicen que yo llegué en un meteorito hace millones de años. «Ji, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja». ¡Qué estupidez es esa! ¿Quién lo inventó? Yo lo sé y ustedes también.
No se hagan los tontos. ¡Bolas de subnormales! El que corrió ese rumor patoso es tan imbécil como los que le creyeron.
Sin embargo, para poder contar mi historia tenía que encontrar a alguien que haya sido igual de perdedor como yo lo era cuando tenía mi forma humana. El que está contando mi historia es un don nadie. Es tan pobre como una asquerosa rata, al igual que yo lo fui en mi nauseabunda vida terrenal. Somos tan inmensamente compatibles. Jamás le volvería a confiar esta historia a un escritor privilegiado. Ya confié en uno y me falló. Le presenté mi origen y no quiso sacar a la luz mis principios y mis valores. Solo me hizo un payaso simple y malo. Nada más que solo un payaso asesino. Soy más que eso, mucho más. Soy un verdadero artista, no niego que soy asesino. Lo soy y me alegra poder serlo. Pero mi error principal fue confiar en ese tal, «Stephen King», le confié toda mi maldita vida, lo hice millonario y ni aun así no me quiso recompensar con darme el maldito crédito como me corresponde. Él cambió mis principios y mis estrepitosos sufrimientos por dinero. ¡Lo maldigo! Y por eso lo quiero ver muerto, sé que un día se lo comerán los gusanos y ahí estaré yo para poder arreglar cuentas. «Ji, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja». Le voy a hacer pagar por su incompetencia.
¿Quieren saber mi origen? Pues, esta es mi historia. Yo no tenía trabajo. Era un desempleado más en Derry. Lugar que queda situado en el estado de Mayne. Vivía en una casa maltrecha con mis pobres padres. Pisos de madera desalineados que crujen, paredes de madera con polillas y un inmenso patio con todo tipo de árboles, tanto grandes como pequeños. Tenía mi propia selva en la parte trasera de mi casa. Allí me gustaba disfrutar como trinaban los pájaros. Me encantaba ver a las ardillas pelearse por no sé qué exactamente. Me apasionaba ver a las hormigas recorrer los árboles hasta bajar por las raíces y residir en sus comunes hogares. Muchas veces dejaba que me piquen aquellas hormigas rojas que me causaban un dolor demasiado intenso. Sin embargo, luego de poder sentir que me hacían tanto detrimento, pude experimentar un sufrimiento tan placentero y estuve convencido que sentí menor daño que el que me causaba mi padre.
Yo heredé esa maldita pobreza en mi hogar junto al vínculo que me rodeaba. Recibí sus malditas ruinas. Existían ocasiones que no teníamos ni para tres comidas diarias como la gran mayoría.
Pero, ahora que lo pienso mejor, voy a retroceder un poco más. Voy a empezar desde el día cuando era un tierno y dulce niño de 8 años de edad.
No recuerdo la fecha exacta, lo único que sé es que en aquel año tenía lleno de sueños mi cabeza. Mi verdadero nombre es, Bob Gray. El pequeño Bob creía que de grande lo iba a visitar la Diosa fortuna. Juré por mi vida que no me iba a alcanzar la pobreza cuando me convirtiera en un adulto.
Mis padres me mandaron a la escuela con un esfuerzo poco considerable. Ambos eran indigentes, se colocaban en la entrada de una iglesia católica para pedir limosnas. Cuando papá me compró con mucho esfuerzo los útiles para que pueda ir a la escuela por primera vez. Me dijo que por cada cosa que perdiera me iba a dar una paliza del cual no podría ni tan siquiera levantarme de la cama.
Pensé que solo se trataba de vanas promesas. Pero aconteció un día en el que por situaciones de la vida perdí una pluma de ganzo estilográfica con su respectivo frasco de tinta. Aquella era la forma natural de escribir. No existían por aquel entonces las facilidades que existen en los tiempos modernos. Aquellos periodos requerían de un mayor esfuerzo.
Por aquel entonces ya existían vehículos a motor, pero eran tan obsoletos que un caballo era 5 veces más veloz que esos lentos cacharros. La electricidad se había vuelto muy común y luego llegó la tecnología. Mi papá compró una nevera pequeña que la vendían en el mercado negro, esta servía para guardar las carnes y el vendedor afirmó que todos los alimentos se conversaban frescos. Las nuevas eran muy costosas, así que papá compró nuestro primer refrigerador ya reutilizado.
Pero volviendo al tema en que perdí la pluma estilográfica de ganzo con su frasco de respectiva tinta negra, ese día quedó marcado en mi memoria ya que mi padre me golpeó tan fuerte en la espalda y en el rostro con una vara de gran grosor. Me dejó tan hinchado que me costó conciliar el sueño por cinco días aproximadamente, ya que al querer dar el más mínimo movimiento sentí un dolor tan intenso y ardiente donde pude experimentar una sensación en que mi carne y huesos parecían estar magullados.
Mi madre jamás me defendió, ella tenía claro que no debía meterse cuando mi padre me impusiera un castigo. Mi padre era un maldito ebrio y mi madre lo acompañaba en sus andares. Ambos eran tal para cuál. Desde aquel entonces para no perder nada tenía que robar los útiles a mis compañeros. Me volví un pequeño delincuente, muchas veces fui participe de robos innecesarios solo para poder quedarme con la sensación de ver sufrir a alguien más que no sea yo.
En aquel entonces sentí que odiaba a todo el mundo, a mis maestros, compañeros de escuela y hasta a mis propios padres. No quería que mi padre me volviera a golpear. Lo que más anhelaba con todo mi corazón era poder verlo fallecer de la forma más horripilantemente posible. Un día aconteció algo inesperado. Escuché una barahúnda fuera de casa. El escándalo no era muy común por nuestro barrio. Aunque nuestra casa quedaba alejada de las demás, las panderetas y tambores se escucharon extremadamente fuertes. Corrí rápidamente hacia el segundo piso para ver el acontecimiento por la ventana. Mi ventanuco al llegar la noche la tenía que cerrar y no podía ver a través de ella ya que no era de cristal, era de madera. Así que si quería ver hacia el exterior tenía que pegar mis ojos a las rendijas que quedaba entre los bordes, pero en el día permanecía abierta.
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Editado: 30.01.2025