Hoy pasé al lado de un extraño.
Un joven alto, de cabello lacio, rostro redondo y ojos café que veían a través de un par de cristales redondos. Un joven atractivo, pero extraño.
¿Lo extraño?
Lo extraño es que conocía tu voz, su mirada, la cantidad exacta de la miopía que poseía, su fecha de cumpleaños, su humildad, paciencia, calidez y bondad; conocía lo expresivo y sensible que era. Conocía su casa, el nombre de su perro, lo mucho que les gustan los animales; conocía su mal gusto en películas, su libro favorito, su comida favorita y lo mucho que disfruta estar en el mar, cómo su piel se torna rojiza por el sol o el hecho de que odia el chocolate.
Muy extraño.
Conocía a su familia: tías, hermanas, primos y abuelos. También la manera en la que se enoja, cómo su rostro se sonroja; conocía su perfume y cómo todas y cada una de sus prendas huelen a él. Conocía sus debilidades, metas y sueños.
Conocía su habitación, su lado favorito de la cama, lo cálidos que se sentían sus besos y abrazos; conocía la sensación de tenerlo en cuerpo y alma; conocía sus susurros de medianoche al decirme al oído tantos "te amo" llenos de sentimientos.
También conocía sus malos hábitos; conocía la manera tan tajante de dejarme de lado en situaciones importantes; conocía su desprecio e ignorancia; conocía cómo sus ojos perdían poco a poco el brillo del interés.
Lo conocía todo.
Todo.
Todo.
Todo.
Pero, en fin, un extraño.