Siento tanto haberte olvidado,
no recordar las interminables noches
de desvelo extrañando tú pelo,
tu delgado cuerpo y tu profunda mirada.
Me duele decirte que no sé cuándo
dejé de extrañar tu aroma
y tu embriagante calidez.
Ojalá pudiera recordar los tardíos besos
y las lentas caricias
que nos dábamos a la luz de una tenue vela.
Disculpa si no sé qué fecha, qué hora y qué minuto
fue la primera vez que te vi parecer un ángel.
Perdóname si no reconozco tu nombre escrito,
ni tu letra delineada en el papel
de las tantas cartas que no escribiste.
Espero lo entiendas,
pero mi memoria se perdió
en el vacío de tu cruel despedida.