Te perdono, sin duda mi corazón dice: te perdono. No existen rencores ni rabia, ni siquiera un poco de resentimiento. Perdono todo aquello que no hiciste por mí, todo lo que callaste y todo lo que me negaste. Ahora soy capaz de hablar, de decir eso que se considera inapropiado. Soy capaz de decirte a los ojos que se ha terminado. Esperaste demasiado para darme un abrazo; tanto, que ya mis brazos no te aguardan. Esperaste demasiado para darme un beso; de esos que dicen “te creo”, y ahora mis mejillas se giran porque me llegó el turno de no creer. Esperaste demasiado para dejar a un lado tu indiferencia y esta vez la que no puede hacerla a un lado soy yo.
Te perdono, ¡sí!, pero con mi perdón va tejido mi adiós; un adiós que llegó después de tanto anhelar verte sanar mis heridas. Lo siento, no tienes idea de cuánto lo siento. Por fin entendí que a veces es mejor dejar ir que seguir insistiendo, seguir deseando un amor que se ha repartido a cachitos, pequeños y fugaces, y sí, también insuficientes. Yo merecía un amor entero, fuerte, presente e incondicional, no uno mendigado. Merecía más, pero ya no lo quiero. Guardaré para siempre todo lo bueno que me diste y te abrazo, porque esa es mi forma de soltarte y decirte: gracias.
¡Gracias por haberlo intentado! Lo valoro, lo aprecio y te desato. Podemos ser libres los dos.